Escribir es adictivo, es un reto contra uno mismo que además sirve de desahogo y relaja. Es una manera de dejarse llevar por el pensamiento, soltar la imaginación y permitir que te arrastre con ella, o de poner en orden la mente y sopesar las ideas, juzgar, razonar, valorar y descartar. Al ver las cosas sobre el papel adquieren otra dimensión: las verdaderamente importantes ganan relevancia y las que son descartables se tornan incluso ridículas. Se piensa ¿cómo me lo he siquiera planteado? En ocasiones surge un análisis tan esclarecedor que la propia deducción te conduce cada vez más allá para intentar llegar hasta el fondo de la cuestión. Cuánto más se saca, más profundo es ese fondo. Eso no significa que la persona sea más profunda en todos los aspectos de su vida, sino sólo en lo que se refiere al conocimiento que tiene del mundo y de sí mismo sesgado por su propio punto de vista que, sobre todo en lo que se refiere a uno, no suele ajustarse a la del resto, por mucho que uno crea conocerse o que le conocen.
Esa magia de transformarlo todo que posee la escritura es lo que engancha al escritor. Se genera una curiosidad, un anhelo, en ocasiones una fiebre, que precisan satisfacción y cuya ejecución no es sustituible por la de ningún otro tipo de actividad.
Los seres humanos no somos únicos en nuestras emociones, por muy extrañas que nos parezcan. Seguro que hay alguien más que ha experimentado algo similar, o que incluso ha imaginado fantasías muy semejantes a las propias. Siempre sorprende descubrirlo y eso me pasó al leer (en Brainpickings) el siguiente fragmento de una carta que el poeta Francesco Petrarca le escribió a su amigo, el abad Pedro de San Benigno, en Italia:
Extrañamente anhelo escribir, pero no sé de qué o a quien. Esta pasión inexorable me ha atrapado de tal modo que prefiero la pluma, la tinta, el papel y el trabajo prolongado hasta altas horas de la noche antes que el reposo y el sueño. Resumiendo, siempre me encuentro en un estado triste en el que languidezco cuando no escribo y, aunque parezca incongruente, trabajo mientras descanso y encuentro mi descanso en el trabajo. Mi mente es dura como una roca, y bien puedes pensar que surgió de una de las piedras de Deucalion.
Deja que este pobre espíritu se vuelque con ilusión sobre el pergamino, hasta haber agotado tanto dedos como ojos por el esfuerzo. No siente ni calor ni frío, pero le parecerá estar reclinado sobre el más suave plumón. Su único temor es ser apartado y mantiene a raya los miembros rebeldes. Sólo cuando la necesidad le obliga a retirarse, comienza a decaer. Mi mente se refresca por el ejercicio prolongado, igual que la bestia de carga con su comida y el descanso. ¿Qué puedo hacer entonces, si no puedo para de describir, ni soportar siquiera la idea de descansar? Te escribo, no porque lo que tengo que decir te afecte, sino porque no hay nadie tan accesible en este momento, tan deseoso de noticias, especialmente mías, que se interese de una manera tan inteligente en fenómenos extraños y misteriosos y esté dispuesto a investigarlos. (Petrarca)
1 comentario:
Siempre que escribes sobre la ESCRITURA me emocionas,me maravillas.La llevas de tal manera dentro de tí, en tus genes, que respiras por ella.
Me gustaría poder escribir sobre la Pintura, mi pasión, con tu lo haces de la Escritura. Tendré que intentarlo.
El texto de Petrarca, de Maestro.
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