En la sala de espera de Cardiología me recibe la esposa de mi paciente. Después del trago de ayer está animada y tranquila. Me presenta a sus hijos. Al entrar en la unidad de cuidados intermedios casi formo parte de la familia.
- Buenos días, - saludo a la enfermera. - Venía a ver al paciente que ingresó ayer por la tarde.
El hombre está al fondo. Presenta buen aspecto, a pesar del chichón que adorna su frente.
- ¿Qué tal está mi madre? - me pregunta cuando me ve.
- Aún no la he visto, primero quería saber cómo seguías. Me lo van a preguntar cuando suba.
- No me acuerdo de nada.
Dado su nivel de conciencia cuando llegamos a urgencias lo raro sería que recordase algo. Mejor así, estar a las puertas de la muerte no debe de ser una experiencia demasiado grata.
La cardióloga llega en ese momento. Se lo va a llevar a hacerle unas pruebas.
- ¿Cómo fue? - me pregunta.
Le explico lo sucedido.
- Pasamos algo de agobio. Tuvimos que correr para llegar a urgencias.
- Si se para lo mejor es pegarle un buen puñetazo sobre el corazón - me recomienda. - El problema es que no resulta muy elegante: el paciente se despierta y te descubre dándole golpes en el pecho.
El aludido nos escucha con interés.
- No llegó a pararse, - aclaro, - aunque a ratos dejaba de respirar y se puso negro. Ni siquiera llevábamos ambú, sólo disponíamos de nuestras piernas y vamos que sí recurrimos a ellas.
El protagonista no se acuerda, pero yo no creo que lo olvide. El trayecto se me hizo eterno, a pesar de que la cama rodaba como un Fórmula 1 por los pasillos.
- Hola doctora.
Es la paciente de la cama de enfrente la que me saluda, ante el asombro de la cardióloga.
Es la paciente de la cama de enfrente la que me saluda, ante el asombro de la cardióloga.
- Es la doctora de mi marido - le cuenta. - Estuvo ingresado aquí también y ella le vio un día en la consulta y poco después le operó. Quedó muy bien.
Da gusto tener seguidores satisfechos.
- Vamos a tener que invitarte a pasar visita con nosotros - me sugiere la cardióloga. Creo que siente curiosidad por descubrir cuántos pacientes me conocen. El porcentaje de casualidades, para un rato tan breve, es muy alto.
En la puerta saludo al marido de la enferma-fan y a la familia del paciente hijo de mi paciente (sí, sé que suena complicado pero es la manera más sencilla de describir la relación existente). Los que faltan están con la madre y aún tengo pendiente hacerle una visita.
Me despido y me encamino a mi planta. Encuentro a mi enferma algo mejor, aunque está harta de estar ingresada.
Su hija me acompaña cuando me marcho. En esta ocasión no hablamos de su madre sino de su hermano.
- Va bien, se lo han llevado a hacerle pruebas.
- Ha sido una suerte que le sucediese aquí.
- Hay que pensar que todo tiene un lado positivo. Si lo piensas, la enfermedad de tu madre le ha salvado la vida a su hijo.
- No le hemos dicho nada aún. No queremos preocuparla. Le hemos explicado que después de lo que le hiciste ayer tiene que guardar reposo.
Lo del reposo es absolutamente cierto. Espero que más adelante, cuando todo esté bien, le cuenten algo más de la historia. Saber que gracias a ella su hijo sigue vivo podría reconciliarla con su larga estancia en el hospital.
2 comentarios:
El azar es así de caprichoso.
No se la de veces que pensé yo esto durante la enfermedad de mi padre que fue como una carambola del «No hay mal que por bien no venga»
Mi madre se acuerda de todas las enfermeras y médicos que le atendieron y que estuvieron en planta. Cuando van a las revisiones, si les ve, les saluda como si les conociera de siempre, yo pienso que algunos no sabrán quien es, no recordarán su caso en concreto, pero les saludan como si sí lo supieran...Y creo que eso les ayuda a superar cada visita con otro ánimo. El de sentirse protegidos. Como si fueran especiales.
. Ahora entiendo mejor el éxito de las novelas por entregas. En este caso real, parece que la intriga se va resolviendo y ójala sea con final feliz.
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