Hace un rato hemos regresado de nuestra comida en Le Socrate (Rue Micheli du Crest 16), sitio absolutamente recomendable tanto por el trato como por la comida. Una de las especialidades es la carrillera de ternera, de la que me han servido primero un lado de la cara y, luego, otra ración con el segundo carrillo. ¿Para qué separarlas? Ambos maseteros han ido a mi estómago a hacerse compañía mutua. Mi señor esposo se ha tomado una ensalada de arenques de primero, seguido de un codo de cordero. No teníamos muy claro lo que era el souris de agneau, así que había que probarlo para salir de dudas. En su opinión de experto, estaba en su punto: tierna y jugosa. Nuestro amigo ha pedido el menú, que traía unas alcachofillas (una ración pequeña que son las que yo me he tomado para abrir boca y que le he cambiado por una ensalada verde y un "volaille", que es algo así como medio pollo picantón, con una guarnición de pastel crujiente de patatas). Tras aquello, han venido las sugerencias de los postres. ¿Quién se podía resistir a una "île flotante", traducción de las natillas con nubes de la abuela? Yo no, así que me he tomado mi platito que me ha traído muy buenos recuerdos. La única diferencia con las linarenses estribaba en que éstas eran algo más líquidas, no tenían galleta y en su lugar traían unas almendras fileteadas por encima del merengue, que le daban un toque de genialidad, un contraste crujiente crujiente y ligero. Los demás se han tomado un "baba au rhum" (enorme trozo de bizcocho con ron, más una botella de ron que nos han dejado en la mesa para que el comensal lo remojase a su gusto) y un soufflé helado de Grand Manier (el licor venía en el postre sin botella extra). Cada uno ha terminado feliz con su elección.
Tras un rato obligado de sobremesa, antes de ser capaces de levantarnos de la mesa, hemos regresado a casita que, afortunadamente, está muy cerca. Como la boa del Principito, en la que el elefante se ha visto sustituido por la cabeza de una vaca suiza, me he tumbado a hacer la digestión mientras los demás se peleaban con la cafetera. La susodicha máquina es un invento genial de los que muele y hace un café delicioso (en opinión de los expertos, que yo me decantó por el té), pero que, de vez en cuando, requiere una purga para funcionar en orden. Dale a un hombre una máquina y se mantendrá entretenido todo el tiempo que tarde en que funcione a su gusto. Este último matiz es importante o no se dará por satisfecho. Por ello es fundamental, cuando algo no funciona, escoger bien el momento para comentarlo. Si hay algún evento previsto a corto plazo es mejor dejarlo correr hasta que no haya ningún compromiso en ciernes. Eso sí, al finalizar con él, el aparato estará mejor que nuevo.
Ahora que soy capaz de moverme de nuevo, aprovecharé para salir a dar una vuelta. Seguro que el paseo termina de asentar la comida y hace un día precioso. Sería un desperdicio pasar la tarde en casa sin acercarse al lago.
1 comentario:
¡Qué pena me dáis! Pues yo mientras he tenido una mañana asquerosa con mis hijas matándose sin ninguna piedad. ¡Menuda diferencia!
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