"Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que cada uno pueda encontrar la suya." El Principito.
miércoles, 18 de abril de 2012
GUARDIAS
Al empezar la residencia se es un pardillo en el tema de las guardias. Básicamente porque se es un iluso que cree que, dentro de todo, no será algo tan malo. La primera guardia destruye, sin contemplaciones, esas optimistas expectativas.
Una llega al hospital a las 8 de la mañana y realiza el trabajo asignado, que puede tener o no relación con la urgencia y el busca, aunque siendo residente lo más probable es que sí que tenga que cargar con ese pequeño instrumento de poderosa tortura desde primera hora. Si, por algún motivo, se ha librado del "bicho" (lo que suele ocurrir en años posteriores de la residencia en el que se le asigna a un residente pequeño para que así el mayor pueda hacerse cargo de alguna consulta, de esas en los que los pacientes están citados casi cada segundo), a partir de las 3 el infame artilugio vuelve a ser exclusivamente de su propiedad.
Apenas da tiempo a comer algo y ya empieza a pitar el infernal artefacto. Lejos de salvar vidas en la urgencia, enseguida se descubre que menos de un 10% (y eso siendo generosa con el porcentaje) de los que acuden a este servicio tienen una patología que justifica su visita. Un dolor en el segundo dedo de la mano (sin traumatismo previo), o en el tercero, son ejemplos reales de lo que los pacientes consideran precisa atención hospitalaria en lugar de una mera visita a su médico de cabecera. Eso sí, a menor gravedad, mayor será su actitud demandante, supongo que debe de ser porque tienen más fuerzas para quejarse. Ni siquiera considerará que el médico pueda tener necesidades fisiológicas como cualquier otro espécimen del reino animal. Comer, ir al baño y descansar son lujos prescindibles para los residentes de urgencias.
Tras pasarse todo el día pringada, se llega a la noche en estado lamentable. Agotada, se hace un amago de acostarse, bien pasada la medianoche e incluso ya en las primeras horas del nuevo día. Por supuesto el descanso será interrumpido en numerosas ocasiones, pero la emergencia será la misma que durante el resto del día. He escuchado historias a horas intempestivas de la madrugada de impresentables que han decidido que, a las 4 de la mañana, no aguantaban más el picor de garganta que les molestaba desde hacía unos meses. Por no hablar de las simples picaduras de mosquito que les incordian para dormir y que les hacen acudir en busca de un remedio mágico. A las 5 de la mañana me avisaron por un paciente que, después de asistir a un concierto y pasarse la noche de farra, estaba afónico. Claramente lo que quería era un informe de urgencias para no tener que ir a trabajar al día siguiente. Por no hablar de los yogurines que empiezan pronto con esa estrategia para justificar, con una nota del médico, el haberse saltado el toque de diana del control parental que les obligaba a recogerse en casa a una hora en la que estaban disfrutando de la fiesta. Lo peor de todo es que no son sólo pacientes externos los que acuden en mitad de la noche sino que, el mismo personal del hospital, también lo hace de vez en cuando. En un alarde de compañerismo, esas lumbreras deciden que, una vez terminadas las tareas de la planta, las dos de la mañana es una hora, tan buena o mejor que cualquier otra, para hacerse extraer los tapones de cerumen de los oídos o cualquier chorrada similar.
Por supuesto también hay urgencias vitales que hay que atender pese al agotamiento que las tonterías hayan provocado. Si un paciente sangra y hay que meterle al quirófano, el cuerpo tira de sus reservas de adrenalina y corticoides endógenos para mantener al médico en situación de alerta máxima durante la cirugía. Ni que decir tiene que, una vez salvada la crisis y la euforia del éxito, el cirujano queda en situación de piltrafa humana. Claro que un residente es joven y resistente, así que, al día siguiente, antes de regresar a su hogar y tirarse en plancha sobre la cama a descansar, realizará su jornada habitual.
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1 comentario:
Real como la vida misma.
Y ahora imagina que toda tu vida profesional fuera una eterna guardia, sin otra actividad ni horizonte.
Por eso los de Urgencias somos una raza aparte.
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