AVISO: Este cuento responde a una pregunta y es sólo para niños, y adultos, que ya hayan planteado esa pregunta.
El cartero real dejó una nueva y pesada saca en la habitación que hacía las veces de buzón en el palacio de los Reyes Magos. En contra de su costumbre no la depositó sobre la mesa de trabajo de Sus Majestades. El motivo es que le resultó imposible entrar, por lo que se conformó con apoyarla en la entrada. La habitación estaba atestada: los papeles la habían invadido por completo. Folios, cuartillas y sobres se apilaban en columnas gruesas e irregulares que se alzaban hasta el techo. Por si estos no bastasen, las cajas se amontonaban en las esquinas y los vistosos envoltorios, preparados y etiquetados para cada regalo, aparecían repartidos por doquier, sin orden ni concierto. No quedaba más rincón libre que el correspondiente al hueco de las ventanas, y eso respondía tan sólo a la necesidad de luz, imprescindible para leer. Incluso la gigantesca mesa de los tres Reyes quedaba oculta bajo una inmensa montaña de hojas apelotonadas, dobladas o arrugadas. Agazapados en el ridículo espacio que quedaba detrás de ella, los Reyes se esforzaban en poner al día su correspondencia.
- ¡Esto es imposible!- se rindió Melchor. – En todos los siglos de mi larga vida nunca me he encontrado con semejante saturación de mensajes.
- ¡No desesperes! – le animó Baltasar, cuyo optimismo le hacía inasequible al desaliento – Ya sabes que aunque la cosa se complique, siempre logramos salir adelante.
Gaspar estudió la situación desde un punto de vista práctico: eran tres magos y disponían de tres camellos mágicos, ni más ni menos. Ni con trescientas caravanas de animales lograrían transportar la mitad de los regalos solicitados ese año.
- No sólo nos afecta a nosotros – indicó. – Está el problema de los animales. Dudo mucho que puedan acarrear todos los paquetes y menos aún en tan sólo una noche.
- No había tenido en cuenta ese aspecto del problema, – confesó Baltasar. – ¡Pobres bichos! Está claro que semejante carga acabaría con ellos. ¿No podríamos encontrar ayuda?
Melchor se quedó pensativo. Era el más anciano de los tres y hasta la llegada de los otros se había encargado él sólo del reparto de presentes. Al principio era más sencillo, no se concentraba todo en un único día, sino que se entregaba una ofrenda especial una vez en la vida de cada individuo. El momento escogido era el del nacimiento de éste. Luego, con motivo de la Natividad Divina todo había cambiado. ¿Cómo dejar pasar una fecha tan señalada sin celebrarla de algún modo? Había sido entonces cuando había encontrado a sus compañeros y juntos habían decidido convertir ese día en una época especial para el resto de los tiempos.
Sin embargo el mundo crecía, y lo hacía de un modo imparable. Las comunicaciones lo universalizaban todo y el trabajo se multiplicaba. Su labor cada vez resultaba más difícil. Afortunadamente surgieron nuevas figuras: San Nicolás se ofreció a ocuparse de parte de la tarea y, para no cruzarse en el viaje, decidió distribuir los regalos en Nochebuena. Últimamente también andaba saturado ya que, al igual que a ellos, le llegaban misivas desde las regiones más remotas del globo, lugares que antes formaban parte del territorio de los Tres Reyes, y viceversa. En algunos países algunas brujas buenas otorgaban dones al finalizar el año, e incluso había regiones en las que contaban con la ayuda de un modesto buhonero que transportaba ilusiones en su fardo.
Gaspar suspiró y cogió una nueva carta. Más les valía apresurarse o ni siquiera iban a terminar de clasificar el correo. Leyó:
“Querido Gaspar:
Este año quiero pedirte un deseo. Aunque procuro portarme bien no siempre lo consigo y me gustaría hacer que mis padres se sintieran tan orgullosos de mí como yo lo estoy de ellos. Son muy buenos, siempre están de buen humor y ayudan a todo el mundo. Son los mejores padres que existen y deseo parecerme a ellos para demostrarles cuánto les quiero. Muchas gracias y besos para los tres: Enrique”
- ¡Mirad qué carta tan bonita! ¡Ojalá hubiese muchas como ésta! – les comentó a sus compañeros al tiempo que la leía en voz alta.
- Creo que esos padres ya tienen motivos para estar orgullosos de su hijo – dedujo Melchor.
Baltasar sonrió. Se le había ocurrido una idea.
- Creo que ya sé como solucionar nuestro problema.
- ¿Cómo?- se asombraron sus compañeros.
- Seguro que hay muchos padres como esos. ¡Debemos pedirles ayuda!
Los otros dos se miraron y asintieron. ¡Por supuesto! ¡Qué gran idea! ¿Cómo no lo habían pensado antes? ¿Quién estaría más dispuesto a satisfacer los caprichos de sus hijos que sus propios padres?
- ¿Y si no tienen padres? – preguntó Gaspar con tristeza.
- En ese caso lo ideal sería que hubiese alguien que supliese esa función, pero si no sucediese así, siempre podemos ocuparnos personalmente de esos casos – explicó Baltasar sin perder su ánimo característico.
- No puedo estar más de acuerdo – declaró Gaspar.
- Lo primero es contactar con ellos – decidió Melchor.
- Eso es muy fácil: tenemos todas las direcciones en los sobres de sus hijos. Sólo necesitamos enviarles a ellos las cartas con una nota de auxilio – sugirió Gaspar.
- ¡Pues empecemos! ¿Qué tal si les mandamos la primera carta a los padres de Enrique? Seguro que ellos pueden cumplir su deseo.
“Queridos padres de Enrique:
Somos los Tres Reyes Magos de Oriente y necesitamos su ayuda o este año no podremos concluir nuestra tarea. La carta de su hijo nos ha dado la idea de escribirles directamente para explicarles nuestra apurada situación. Él les admira tanto que lo único que desea es parecerse a Uds y lograr que se sientan orgullosos de él. Por su mensaje sabemos que son las personas más idóneas para convertir su sueño en realidad. ¿Lo harían? ¿Se ocuparían de realizar sus deseos en nuestro lugar?
Muchas gracias y Felices Fiestas de SSMM Melchor, Gaspar y Baltasar.“
Durante todo el día los Reyes se entregaron con entusiasmo a la escritura de aquellos mensajes hasta completar el último. Impacientes, los enviaron todos aquella misma noche ¿Qué sucedería?
Al día siguiente el Cartero Real regresó de su viaje cargado de sacas. La vacía habitación se llenó de nuevo a reventar. Los reyes contemplaron todas aquellas cartas con una combinación de respeto, recelo y esperanza antes de atreverse a abrir los sobres. Rasgaron el primero con dedos temblorosos y el alivio se reflejó en sus caras. Más tranquilos pasaron al segundo. Suspiraron. Rápidamente cogieron el tercero, el cuarto, el quinto… Siguieron y siguieron, uno tras otro, sin detenerse ni un instante. Leían casi sin respirar. Al terminar, una sonrisa iluminaba sus felices rostros. La respuesta había sido unánime: “Estimadas Majestades: Gracias por regalarnos ilusión. Nos sentimos dichosos, y muy honrados, ante la perspectiva de que nos consideren sus pajes. ¡Es emocionante! Cuenten con nuestra más entusiasta colaboración. Con todo cariño: Los padres”.
4 comentarios:
Precioso...gracias.
Sole
Poderosa imaginación la tuya. Este cuento hace que el “otro” sea creíble.
Me ha gustado, me ha gustado, me ha convencido.
Un beso, JMD.
Si es que los Reyes existen de toda la vida!
¡Pues claro! ya sabéis que yo sigo sin dormir bien esa noche y sigo encontrando en mis zapatos regalos inesperados.
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