lunes, 21 de enero de 2013

Primogénitos

Ser la primera hija y la primera nieta es algo que comparto con sobrinísima. Recuerdo el embarazo de hermanísima. La emoción anticipada de todos.  Las ecografías, incluso en vacaciones, por el vecino ginecólogo de mis tíos en Linares, simplemente por curiosidad, y en las que se vio que era una niña. La elección del nombre se convirtió en uno de los temas de conversación de las comidas familiares. El escogido recibió la aprobación unánime, no en vano era uno de nuestros favoritos y además lo compartiría con nuestra tía abuela más preciosa. En una familia en la que los nombres se repiten, generalmente varias veces, el único que no entra nunca en la lista es el de la Baronesa, por veto expreso de la misma aplicable a toda la familia desde antes de mi nacimiento. Todas las nietas le hemos agradecido siempre su generoso gesto.

Llegó el momento del parto. Recibo una tranquila llamada de hermanísima al mediodía, dos semanas antes de salir de cuentas.
- Grumpy, he empezado con contracciones - me comenta sin inmutarse.
Su frase dispara todas las alarmas en mi cerebro.
- ¿Cuándo?
- Tuve algunas esta noche y llevo casi toda la mañana.
¡Y está tan pancha! Miro el reloj. Son casi las 4 de la tarde. Me acelero.
- ¿Cada cuánto las tienes?
- No lo he cronometrado, pero ahora son más seguidas.
Me alucina su calma.
- Voy para allá y empieza a contar.
No me la encuentro cronómetro en mano sino en plena toilette: manicura, pedicura y ya sólo le queda marcar la raya del ojo y ponerse la máscara. Va a conocer a su hija y la chiquilla tiene que verla arrebatadoramente guapa según nazca. Por supuesto está de parto y nuestro destino es el hospital. La ingresan y comienza la tortura: rapado, enema y goteo de oxitocina. Aún no ha dilatado lo suficiente para la epidural. Ahí la dejan. Las contracciones son intensas y casi continuas. Hermanísima tiene aguante pero sufre, sufre mucho, y no exagera. No me parece algo normal. Abuso de mi posición de médico y reclamo a la enfermera (no la llamo sino que me voy a buscarla al control). Adopto mi gesto de "no estoy dispuesta a tolerar tonterías" (y mucho menos con hermanísima). Mi postura no admite discusión posible y a regañadientes la explora de nuevo. En una hora, en teoría debía tardar al menos dos e incluso más al ser primípara, ha dilatado no sólo los tres centímetros que le faltaban hasta el nivel de epidural, sino que les ha añadido un par extra. ¿Cómo no le iba a doler? La bajan al paritorio y le colocan la monitorización y la bendita epidural. Le explican que puede aumentar la dosis pulsando una pera de goma. Hay un tope. Hermanísima lo alcanza en la primera media hora.

Las dolorosas contracciones continúan aunque el parto no termina de avanzar. Hermanísima está agotada, y con todo el dramatismo del que es capaz (que es mucho) dice que se muere. Le quito hierro, pero me preocupo. Pasan las horas. La matrona es un encanto que quiere quedarse hasta el final, más allá de su turno. Pese a su buena voluntad llega un punto en el que todo se estanca. El bebé está encajado pero no baja. Pasan a hermanísima en volandas al quirófano y me voy con ella (privilegios de la profesión). Le doy la mano mientras le ponen la mascarilla con los gases y se duerme. Presión en la tripa. No sale. El cordón es corto. Espátulas para sujetar la cabeza y tirar. Sacan a sobrinísima. Hay meconio en el líquido. El bebé en seguida reacciona y la llevan sin demora a la UCI neonatal. Le conectan tubos y le ponen oxígeno pero, afortunadamente, no precisa nada más que un par de días de observación. Parece un Pumuki punky: es muy blanquita, tiene el pelo de punta con las raíces de un rubio platino y las puntas oscuras del lanugo. Los ojos, incluso ya tan pequeña, son indiscutiblemente azules, grandes, rasgados y con larguísimas pestañas. Es la más bonita de todos los bebés.

2 comentarios:

Rafa-MrMagoo dijo...

Bien relatado, en aquel momento fué la segunda ocasión en la que me dí cuenta que el "marido" no pinta nada en ciertas ocasiones...la primera fué el dia de la boda. Eso sí, el "cofrecito" ya estaba abierto de par en par, jojojojo

Carmen dijo...

La verdad es que como dice la canción : ¡Valió la pena! A veces me enfado por esta edad adolescente tan ambigua pero desde luego que mi niña es mi niña. Buena hasta más no poder y noble aunque con un carácter tan marcado como el de su tía.