Coger el coche es, definitivamente, lo que menos ilusión me hace. La hora de visita comienza a las 11 y tengo que ir por la carretera de La Coruña que, incluso en fin de semana, puede presentar problemas de tráfico y hasta retenciones: en verano, por los domingueros que van a la sierra a pasar el día (o el finde si tienen casa allí) y, en invierno, por los que van al mismo sitio pero a esquiar. Me apetecería que el cochecito descansara en el garaje hasta el lunes, pero irme en transporte público me supondría triplicar el tiempo del trayecto, así que lo descarto. El busca se viene conmigo un fin de semana al mes y, en más de una ocasión, me ha obligado a cambiar el día al domingo porque se requería mi presencia en la urgencia.
Saludo en el mostrador. Ya me conocen y también a mi coche. Según lo ven entrar por la verja, apuntan mi nombre en la hoja de registro en la que debo firmar. Si saben por dónde anda mi abuela, me lo dicen y, si no, sé que me toca buscarla. Empiezo por la sala de la tele, en la que se juntan la mayoría de los alojados aunque, he de reconocer, que mi abuela nunca ha formado parte de ninguna mayoría. No está casi nunca allí, aún así es lo más cercano a recepción por lo que es el lugar más lógico por el que comenzar. Dentro de que el ambiente es bastante deprimente, los requiebros que recibo de los pensionistas contribuyen a reforzar mi autoestima. Me subo a su planta. Paso por su habitación aunque prefiero no encontrarla en ella. Si está allí significa que no se encuentra bien: me cuenta sus males y a veces no puedo hacer nada más que escucharla. En ocasiones sí que requiere algo más profesional y me toca bajar a la enfermería a pedirles una linterna, un fonendo o hasta una silla de ruedas para bajarla si precisa algún tipo de intervención. También me conocen por allí y son muy colaboradores.
Si no la encuentro en su habitación, confieso que me siento aliviada. Prosigo mi recorrido por la residencia. Desde un día en el que la busqué hasta debajo de las piedras antes de dar con ella en la capilla, siempre me asomo a su interior cuando paso por delante. Si no está, voy a la sala en la que le gusta quedarse a leer y, generalmente, la veo allí sentada, a sus 95 años, con su libro de turno y sin necesidad de gafas. Hace poco que me comentó que nota que ha perdido algo de vista en este último año y le cuesta la letra pequeña. Le doy un beso y deja el libro. Me enumera las quejas de la semana, similares a las de la semana previa (la vida en la residencia no presenta demasiados alicientes), me habla de sus avances en las clases y en el gimnasio, lo que ha leído, si le ha gustado o no demasiado, y me refiere las visitas y llamadas que ha recibido (me mantiene al tanto de las novedades de la familia). Si le apetece, jugamos al dominó, al que no había jugado desde mi infancia aunque las reglas no tienen mucha ciencia. Es divertido, sobre todo cuando la estrategia se tuerce al chocar con la del otro y requiere improvisar otra nueva. Si llega mi padrino, mi madre, o mi padre, cuando está por aquí, se apuntan enseguida al plan y la mañana se pasa volando entre las fichas.
4 comentarios:
Cumplir 95 y solo tener los achaques que ella tiene es una suerte. Ante la amenaza de nevada de hoy adelanté mi visita de felicitación y estuve allí ayer. La encontré mejor que estos últimos meses, especialmente porque el ánimo, que es lo que tiene más resentido, lo tenía en buena disposición. Le gustó que le contara de todos y ella también me hizo sus reflexiones sobre el hecho de haber tenido en un espacio de siete meses tres biznietos. Se puso muy contenta con el regalo, que es un camisón, porque consideraba que es bastante moderno. Y es verdad, se sale un poco de los diseños habitules, lo que ella agradece, pues no le gustan que la vean como una vieja. Genio y figura.....
Muy bonito el artículo. La verdad es que es genio y figura de verdad de la buena. Me partía de risa el día en que nos dijo (ya dentro del ascensor) ¡Cierra, cierra que no quiero bajar con nadie que aquí son todos muy feos! El dominó le encanta y encima se le da bien. Va siempre con una libretilla en la que apunta las partidas que gana y me la puedo imaginar por la noche regocijándose en su cuarto pensando en todos a los que ha desplumado.
La verdad es que a veces me pregunto si los visitantes son conscientes de lo que su presencia significa. No me incluyo, porque sí lo soy y por eso lo practico todo lo posible.
Cuando además hay un vínculo especial con la persona que visita, sea de cariño, de respeto profesional, de placer estético o todo junto, se disfruta muchísimo más. Sé que dedicar un tiempo de uno a otra persona, sobre todo cuando implica un desplazamiento en una ciudad grande, es algo muy difícil, por eso contribuye también a reforzar los lazos de cariño con las demás personas involucradas en la relación.
En suma, es la vieja historia de que el cariño se multiplica entre donante, receptor y medio. Lo demás, las anécdotas, la utilidad de mantener las relaciones familiares vivas mediante el noticiero semanal, es secundario, aunque, cuando la cabeza está bien, muy oportuno y estimulante.
Muchas gracias por haber aceptado este papel y desempeñarlo tan bien.
Un relato delicioso que sabes contar de una forma tan sencilla y amena al mismo tiempo, que nos atrapa en su lectura. Muy buena entrada. saludos, manolo.
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