El amor es un delirio que navega a la deriva. Va en busca de una sirena que ha regresado al océano. Es víctima de un hechizo, de un conjuro entonado con el sonido de la brisa y susurrado por las olas hasta la orilla, de un sortilegio prendido por el encanto de la luz en el agua y guardado en el misterio de las profundidades.
El amor no se resiste, pretenderlo es imposible. Si existe es por ese embrujo. Vaga en su ilusión, ajeno al tiempo y al sol. Si el mar le cierra sus puertas con murallas de agua y roca, flota sobre olas del viento, en el puente de un navío hecho de bruma y ensueños.
Cae la noche. La luz se extingue y aparecen los contornos de figuras invisibles que se ocultan tras las sombras. Entre las tinieblas, reflejos de oscuridad abren ventanas de estrellas y tras el resplandor se asoman espejismos de sirenas.
El amor lanza sus redes, una trama que, al tejerla, enreda al urdidor en ella. No tiene miedo, sólo espera. La Muerte es su ahora su guía, es el precio, su destino, y su único final.
Sobre el vacío de las aguas, la media luna recoge la estela de espuma enganchada. El aire suspira. El océano duerme en calma.
2 comentarios:
La verdad que cuando el amor te mece en esa red es maravilloso.
¡Cuánta razón! Mecerse así es vivir un sueño. Besos.
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