lunes, 31 de octubre de 2011

Arreglos básicos

Norman Rockwell "Going out"
Una amiga me ha pedido que escriba unas directrices para maquillarse rápidamente a diario y no llegar al trabajo con cara de recién levantada. Además me va a traer unos panellets y, con ese soborno, es imposible negarse. Así que aquí pongo unos cuantos pasos. Parece largo porque he añadido explicaciones pero, en realidad no lleva más de 5 minutos y, buena parte del proceso se puede rematar en el coche.
1. El pelo debe estar arreglado (mi abuela materna siempre insistía en ello y con razón: es lo que va a enmarcar la cara). Este punto es fundamental. Si una tiene mucha prisa, siempre se puede hacer un recogido, preferiblemente con algo de arte, y limitarse a arreglar los mechones de alrededor del rostro. Si se llevan pelos de zarrapastrosa el maquillaje no conseguirá disimular el efecto general de pordiosera. En quirófano no es tan importante porque entre el gorro y la mascarilla apenas asoman los ojos así que, si te has levantado con aspecto de asustar al mismo diablo, al menos cuentas con un lugar en el que refugiarte y pasar desapercibida. Otro factor a tener en cuenta un día de cirugía es que, cualquier peinado, después de 8 horas bajo el gorro, termina como para llorar. Por ello, si se hacen planes para el mediodía que supongan el trato con gente, es buena idea cargar con un peine en el bolso.
2. Limpiar la cara (obviamente).
3. Hidratante (con o sin color), más/menos maquillaje,  según las preferencias, (en mi caso su uso se limita a bodas y eventos similares con lo que los botes me duran varios años. No sé qué conservante usarán porque, pese a ponerlos a prueba, no se llegan a estropear). Si la piel no está tersa, no hay nada que hacer. Hay trucos para conseguir mejorarla. La textura se alisa con la base de silicona de Clarins (Lisse Minute). No la uso a diario, de hecho me olvido hasta de que la tengo, pero para efemérides en las que hay que preparar el cutis como un lienzo es estupenda. También sirve para alisar la superficie de los labios y les aporta algo de volumen.
4. Corrector para las ojeras. Hace poco he descubierto uno de Benefits: Stay don't stray. En realidad es una base fijadora para corrector y sombras. Sin embargo, funciona estupendamente como antiojeras ligero y sin crear el efecto de ojos de mapache que provocan otros untes más densos.
6. Los labios deben estar nutridos. Uso el bálsamo de Carmex y es lo mejor que he probado. Incluso sirve para tratar y prevenir las calenturas.
7. Perfilar los labios: si el labio es fino y se va a usar un brillo, conviene poner un tono natural (un punto más oscuro que el propio labio) para delinearlos. Son preferibles los lápices blandos (pintan mejor) y resultan muy cómodos los que parecen un portaminas (los hay en el Mercadona). El contorno del labio tiende a borrarse con la edad y el definirlo de nuevo ayuda a parecer más joven . Otro truco es dibujarlos una vez aplicado el pintalabios (no brillo) con un lápiz en la misma gama que este. Ayuda a fijarlo y quedan mejor las correcciones. El pintalabios aplicado con pincel dura más.
8. Máscara de pestañas. Un error común es el de pintarse la raya y ponerse sombras sin resaltar las pestañas, lo que en vez de llamar la atención hacia el ojo lo hace hacia el párpado. El rimmel produce el efecto de abrir el ojo, lo enmarca y lo realza. Es fácil que haya probado todos los que hay en el mercado. Para pestañas largas me gusta el Colosal de Maybeline, tiene un cepillo grande que lo reparte muy bien, no apelmaza y el resultado es flexible y cómodo, aparte de espectacular. En pestañas cortas son preferibles cepillos más finos (me han comentado que el Effet Liner de Bourjois va bien, de la misma marca también viene con una escobilla estrecha el 1001 Cils y la Máscara Elastic). En lo referente al colorido, se deben evitar los tonos marrones en miradas ya de por sí tristes o empeorará esa expresión. En estos conviene usar sombras de tonos claros y discretos que den brillo a la mirada y no olvidarse de dar un toque de luz debajo del arco de la ceja y en el límite del pómulo con la sien. Cuidado con los rosas, no los puede usar todo el mundo porque a veces provocan la sensación de párpados congestionados. Una sombra de ojos a juego con la ropa en general es la mejor opción. Se puede usar en el borde de las pestañas a modo de eyeliner. Para diario no se precisa nada más. Me extiendo un poco en este tema porque me han preguntado por combinaciones de colores. En este sentido es bueno fijarse en las paletas ya preparadas para esta función de las distintas firmas:
- Las sombras azules combinan bien entre sí y con grises y plateadas.
- Las grises son muy socorridas, aunque no deben aplicarse junto con marrones.
- Las sombras marrones (en esta gama me decanto por el tono visón que no apaga la mirada) con rosas, dorados y verdes.
- Las verdes con dorados. Ojo con la dosis, no se trata de imitar a la Rana Gustavo (ese caritativo comentario proviene del Dr. House)
Los tonos lavanda destacan los reflejos verdosos en ojos verdes, así como en pardos, avellana y miel. De este color me gusta especialmente el Denim de Bourjois (como su propio nombre indica, con vaqueros va perfecto). Los grises resaltan los ojos azules.
Bourjois tiene una amplia variedad de matices a buen precio, que no irritan los ojos y son fáciles de aplicar.
9. Colorete, sin pasarse. A veces la luz del baño no es la mejor guía para no terminar como una pepona pero mejor eso que un fantasma. Siempre se puede frotar suavemente con un pañuelo para retirar el exceso en el ascensor. Se puede usar el mismo pintalabios para realzarlo. Relación calidad-precio me vuelvo a decantar por Bourjois (son tan buenos que se los fabrican a Chanel y cuestan una cuarta parte).
10. Opcional: polvos. Indicados sobre todo en pieles con manchas (unifica mejor el tono) o grasas (las matiza). En casa mejor sueltos (más naturales) y compactos para el bolso y los viajes (los sueltos pueden causar accidentes en la bolsa de aseo, por mucho que uno se esmere en cerrar bien la cajita). En Mercadona hay unas toallitas antibrillos que van muy bien para llevar encima y "empolvarse la nariz".

Aún hay más, se podría dar un curso completo pero, para el nivel básico, esto bastaría.

domingo, 30 de octubre de 2011

Cambio de hora

Este es un mero recordatorio de que hoy toca  atrasar una hora el reloj. ¡Disfrutad de esa hora extra!

sábado, 29 de octubre de 2011

The Saturday Evening Post



Esta mañana había quedado con mi amiga de Suecia para desayunar. El plan era a las 9 de la mañana en el VIPS. Lógicamente sin el Dr. House que, cuando escuchó ayer la hora de nuestra cita me aclaró, innecesariamente, que él no deseaba despertarse a las 8. Sin romper mi rutina semanal he amanecido poco antes de las 7 y me he ido al salón a leer. Soy de las que desayuna según se levanta pero hoy me ha tocado aguantarme el hambre hasta las 9, lo que no ha resultado fácil. He engañado el estómago con una infusión y la cabeza con el libro.


A las 8 y media he salido de casa para encadenar mis distintos planes. Primero coger fuerzas y recuperar glucemias en el VIPS con puesta al día de desventuras suecas y sucesivos viajes, con mudanza incluida, acarreando a dos peques de 3 y 1 año respectivamente. Experiencia poco atractiva en su concepto y nada recomendable en su realización. Si además se junta con marido en Alemania y expediciones entre los dos países con los churumbeles y el equipaje que suponen, la situación puede llegar a ser insostenible salvo que se tenga más paciencia que un santo (virtud de la que hace gala mi amiga). El simple paso por el aeropuerto para esta visita tampoco estuvo exenta de incidencias. Hacer el check-in en las dichosas maquinitas con un ojo en los críos supuso que escogiese, sin darse cuenta, el asiento que le asignaban por defecto, en la última fila del aparato. No dejar al pequeño dormir la siesta con la esperanza de cansarle y que durmiese en el vuelo motivó que tuviese que recorrer el pasillo con el chiquillo en brazos llorando y chillando a pleno pulmón. Las comprensivas miradas de dicha del resto del pasaje le hicieron desear que se abriese la tierra en su trayecto y, la del agraciado en el sorteo de los asientos con uno al lado de mi amiga y de su familia y, que al verla, seguramente se acordó también del resto, cambiaron esa idea por la de poseer el don de la invisibilidad. Afortunadamente la estrategia funcionó y los niños durmieron como benditos durante 3 horas lo que le permitió poder mantener una buena conversación con su vecino (tiene facilidad de palabra y don de lenguas, aunque lo de esto último se explica fácilmente por la práctica intensiva que hace del lenguaje).

Nos hemos puesto tibias en el desayuno y, después de su respiro conmigo, no le ha quedado más remedio que regresar junto a sus hijos a cumplir con sus deberes maternales. Yo, en cambio, me he dedicado a representar el papel de nieta favorita, eso sí, previo paso por las Rozas Village para ojear el muestrario de Castañer. No quería perderme la ocasión pese al panorama de otras veces en el que un ejercito de mujeres asediaba la tienda por conseguir unos zapatos a 50 euros. Pese a no estar hasta los topes como en anteriores ocasiones, en estas situaciones conviene actuar con rapidez. He arramblado con los pares que me han llamado la atención con la velocidad de un buen prestidigitador. A continuación he buscado un rincón en el que sentarme a probármelos con tranquilidad. Pese a la explosiva combinación de mujeres y zapatos no ha habido lucha a muerte entre las pretendientes al mismo par. Una de las razones para evitar la violencia es que, con el pie pequeño no se puede patear con fuerza ningún trasero, sin contar con que además se puede estropear el calzado. Por ello el truco estriba en la rapidez de detectar y hacerse con lo que se quiere. Es cuestión de práctica, la primera vez te quitan todos, en la segunda estás sobre aviso y, en la tercera, te conviertes en una experta. Había cosas chulas pero he conseguido resistirme y me he ido sin comprar (no os preocupéis, no tengo fiebre ni me encuentro mal). La razón de mi contención ha sido que no sé cómo apañármelas para guardar los que ya tengo, lo que no es un problema sencillo, en absoluto. Al menos me he regalado la vista y me he probado los que me ha apetecido, lo que también tiene su encanto. Seguro que, a lo largo del invierno, me acordaré varias veces de ellos y pensaré en lo bien que me vendrían las botas azules o los salones burdeos. Para entonces será tarde para rectificar.

Con el ánimo levantado tras la terapia del calzado, me he ido a la residencia. Mi abuela estaba desanimada y aburrida, aunque la hora de visita con un poco de charla se ha pasado volando y se ha quedado más contenta. Lástima que no sepa moverse por Internet o sería mi lectora más asidua del blog.
He llegado a casa a las 2, lista para empezar a preparar la comida con salmón y crackers suecos incluidos (buenísimos). Un poco de descanso en la sobremesa para recuperarme del trajín matutino y una salida al mercado para compras de última hora. Ni que decir tiene que estaba mucho peor que las Rozas Village. Esta vez sí que no me ha quedado más remedio que abrirme paso a codazos.

viernes, 28 de octubre de 2011

Polish cookies (a la andaluza)

La otra tarde quedé para merendar con una de mis amigas ( si hubiéramos pretendido impresionar a alguien lo habríamos llamado  "tomar el té", aunque en realidad se trató de una infusión de frambuesa sin teína). Entre sus hijos y la lluvia nos decidimos por un plan tranquilo y hogareño. Cuando llegué a su casa me la encontré con el delantal puesto. Este hecho me sorprendió ya que nunca ha sido demasiado aficionada a los dulces. Me explicó que, últimamente, le ha entrado la añoranza por los olores de su infancia y dado que su madre, polaca, sigue viviendo allí, no le resulta factible encargarle un pastel cuando se siente nostálgica. Es por ello por lo que se ha decidido a hacer sus pinitos con la repostería. Para evitar disparar el colesterol de su familia, ha buscado versiones de recetas algo más sanas con las que deleitarles. Más que dispuesta a colaborar, me puse otro delantal y juntas preparamos una versión de cookies al aceite de oliva que estaban de muerte. Quedaron tiernas por dentro, sin estar crudas, y tostadas y crujientes por fuera. Lo mejor de todo es que disfrutamos con el recuerdo de la infancia de ambas: los aromas de la cocina de su madre y el aceite de la tierra de la mía. 

INGREDIENTES (para unas 24 galletas)
1 vaso de harina tamizada con media cucharadita de sal y otra media de levadura química o bicarbonato.
3/4 vaso azúcar moreno
Vainilla
2 cucharadas soperas de aceite de oliva
2 huevos pequeños o 1 grande
Chips de chocolate (en nuestro caso Mercadona)
PREPARACIÓN
Mezclar el aceite con el azúcar, la vainilla y los huevos. Añadir la harina tamizada. Se puede usar la batidora pero nosotras lo revolvimos con ayuda de un tenedor y de los propios dedos. Cuando la masa esté cremosa, poner los chips de chocolate en abundancia (aún así nos sobró medio paquete)
Cubrir la bandeja de horno con papel sin engrasar. Echar montoncitos del tamaño de una cucharadita colmada. Deben quedar separados un par de dedos entre sí para evitar que las galletas se peguen unas con otras al expandirse (suelen caber unas 12 galletas en una bandeja normal)
Cocer a 190º unos 10 minutos (horno precalentado). 
Saldrán blandas pero hay que tener en cuenta que luego endurecen. Hicimos dos hornadas. La primera estuvo 9 minutos y quedaron más blancas y más tiernas. La segunda estuvo 10 y el resultado fue más dorado y más crujiente por fuera. Personalmente me decanto por las primeras y mi amiga por las segundas. Su hijo mayor decidió escoger una vez diese cuenta de una muestra estadísticamente representativa de ambas. 

jueves, 27 de octubre de 2011

De cabeza

Ayer, entre paciente y paciente, me tocó además abusar de mis amigas de otras especialidades para que viesen, previo aviso, a mi hermanísima y a mi sobrinísima.

A mi hermana le pusieron un tratamiento para sus migrañas a base de Botox. Es la segunda vez que la infiltran y ya, desde la primera, quedó convencida de que ponerse esa toxina con fines estéticos roza el masoquismo. Su uso medicinal presenta algunas pegas añadidas. Para empezar, no se puede escoger el lugar donde sería deseable eliminar alguna pequeña arruga, sino que deber inyectarse, sin más remedio, en los puntos gatillos. Esto puede suponer que se termine sin casi poder abrir los párpados y con las cejas más caídas de lo que la vanidad personal desearía. Tanto pinchazo le produce a una complejo de acerico. Nada más cierto que el dicho de que para presumir hay que sufrir, aunque en este caso la elección esté entre la cefalea y la belleza. Para colmo, entre los efectos secundarios, está precisamente la misma jaqueca que se trata de evitar, aunque de forma única y transitoria. Claro que no todo iban a ser desventajas, además de prevenir las migrañas durante 4 meses, también es cierto que la frente termina tan lisa como la de un bebé.

Después de someterse al doloroso tratamiento, le tocó arrastrar de su cuerpo para ir a saludar a mi siguiente amiga. En este caso la paciente era mi sobrina y, la que tuvo que armarse de paciencia para sobrellevar su lamentable estado, fue mi hermana en su papel de madre. La chiquilla en sí no dio ni medio problema aunque tampoco se puede decir que disfrutase de la visita. En la familia, todos tenemos claro que nunca escogerá una profesión relacionada con la Sanidad (la única tarada en ese sentido parece haber sido una menda). Es su asiduidad a los hospitales desde su más tierna infancia la que ha conseguido que, finalmente, les haya perdido el miedo a las batas blancas. Aún recuerdo cuando, a los dos años de edad, hubo que operarla de adenoides. Su hermana pequeña no tenía ni un mes de edad y, la pobre chiquilla, al ver que los adultos eramos inmunes a sus llantos y ruegos, decidió recurrir al bebé en busca de auxilio. Entre penosas llamadas a su hermana, entró al quirófano por primera vez . En la cirugía de amígdalas ya fueron las dos juntas y, cuando hubo que ponerles drenajes en los oídos, también. Debían de encontrarse menos desamparadas de esa manera.

martes, 25 de octubre de 2011

Cambios de contraseñas

Se supone que cada 3 meses nos vamos a ver obligados a cambiar la contraseña para poder trabajar con los ordenadores. Como el sistema no es muy listo, el cambio de contraseña interna no incluye a la de Internet, que también deber ser modificada cada tres meses aunque en un periodo intercalado con el del hospi y tras previo aviso de la Consejería. Si por desgracia, dicha notificación le pilla a uno de vacaciones, a la vuelta no le queda más remedio que buscarse las castañas si desea acceder a la red. Esto ya le ha sucedido a más de uno y es preciso hacer un máster para solucionarlo. Eso o encontrar un alma caritativa que ya se haya sacado el título.
Estas facilidades no nos pillan por sorpresa a los trabajadores. Los burócratas asumen que, la importancia de su puesto, está en función de las complicaciones que provoquen a sus subordinados. Es por ello por lo que uno acaba con una contraseña perteneciente a trabajo e Intranet y otra para Internet. Es cierto que, con un poco de ojo y otro de suerte, ambas pueden llegar a coincidir en el ínterin en el que se solapan sus respectivos procesos de ajuste. No conviene acostumbrarse a esa transitoria concordancia, es puramente accidental. Además de las referidas, hay otra diferente para la Biblioteca, junto con una variedad imposible de memorizar para cada uno de los servidores de las revistas científicas. Por supuesto no hay olvidarse de las correspondientes a las cuentas de correo externo, y eso sin hablar de las del banco, tarjetas, PIN del busca-móvil del hospital (que también hay que saberse porque se desconfigura de vez en cuando) y del propio (ese es, el que un día de estos, se me va a olvidar por falta de uso). También conviene tener en cuenta los números de colegiado para el check-list, los de historia de algunos pacientes y los teléfonos de planta, urgencia, despachos y consulta.
A finales de año, los de los laboratorios nos suelen obsequiar con una pequeña agenda en la que anotar todos esos detalles. Ni que decir tiene que, el que la usa, la llena el primer día con todos los datos imprescindibles ya comentados y luego, anda con hojitas suplementarias en las que apunta el resto de las cosas que surgen. En mi caso, me las apaño para perderla en la primera semana, por lo que ni me molesto en hacer anotaciones en ella, y la remplazo por una variedad de escuetos post-it que dejo pegados en cualquier lado y que, he de reconocer, jamás me acuerdo de mirar. Suelo encontrarlos meses después en algún bolsillo, aunque nunca cuando son necesarios. La verdad es que, con frecuencia, soy incapaz de desentrañar su significado, mis garabatos a mata caballo tienen poco que envidiar a los jeroglíficos de la Piedra de Rosetta.
Mi memoria para los números es bastante buena (veremos lo que me dura) y es frecuente que mis compañeros me utilicen de guía a la que consultar los teléfonos del hospital. Aún así, con tanto cambio, el otro día fui incapaz de abrir el correo electrónico. A posteriori me di cuenta de que no se debía a meter mal la contraseña, sino el nombre de usuario ¡qué ya ni eso me sé bien!

lunes, 24 de octubre de 2011

PATATAS FRITAS PERFECTAS

Ayer, el día amaneció tan desapacible que incitaba a refugiarse en casa. Eso es, precisamente, lo que hice por la tarde. Sin embargo, mis planes matutinos, no eran nada compatibles con una jornada de descanso dominical. Para empezar, cumplí con mis funciones de médico de la familia y, a primera hora, le puse la vacuna de la gripe a mi madre (yo me vacuné el viernes en el hospi, que no quiero ni pillar ni contagiar nada a nadie. Soy una gran admiradora de Mr. Jenner y de M. Pasteur).
Después comenzó mi mañana de trasiego. Interrumpí el merecido reposo del coche en el garaje, el pobre ni se quejó, y me fui a visitar a mi abuela a la Residencia. Llegué en un momento álgido, con todos los ancianos reunidos en la sala de la tele mientras escuchaban la misa del Papa. La escena me dejó desmoralizada. Viendo el panorama, comprendí perfectamente la falta de ánimo de mi pobre abuela que, lógicamente, no rezuma felicidad por su persona. Nunca se ha caracterizado por su radiante alegría pero siempre ha tenido una entereza a prueba de bombas que últimamente pierde en ocasiones, y no sin razón. Afortunadamente la misa estaba terminando y, tras los aplausos por el espectáculo en la Plaza de San Pedro, abandonamos la deprimente sala. Mi visita la animó bastante. Se había terminado la última de mis historias, lo que nos proporcionó un buen tema de conversación. Además de mantenerla aislada y entretenida en su cuarto, el cuento le ha servido de risoterapia. Tiene algunos capítulos bastante cómicos con los que se sentía identificada y que, de hecho, se los ha leído varias veces de lo que le gustaban. 

Desde allí partí hacia Tres Cantos a ver a mis tíos que habían subido de Linares a pasar el fin de semana con mis primos y sus nietos. Nos tomamos un generoso aperitivo en la Tablita Argentina donde, entre otras cosas, pedimos una ración de patatas fritas PERFECTAS. Tras varias teorías sobre su elaboración, preguntamos y, la que había acertado con el truco de su cocción, resultó ser una menda. Es por ello por lo que, a petición de mi cuñado, escribo esta entrada en la que explico cómo hacer las patatas fritas de manera que queden blanditas por dentro y crujientes por fuera además de poco aceitosas.

RECETA de PATATAS FRITAS

Cortar las patatas en trozos más bien gruesos, de ese modo, la superficie expuesta al aceite es menor y absorberán menos grasa.

La cocción tiene dos fases:

1. Primero se fríen las patatas a 150° durante 8 ó 10 minutos. Es importante que no superen esta temperatura, así se fríen (no se confitan) pero sin que el agua quede atrapada en su interior por lo que evita que luego se puedan reblander.

Se retiran del fuego, se escurren bien para quitarles el aceite sobrante y se dejan reposar (pueden enfriarse que no pasa nada)

2. Se vuelven a freir unos cuatro o cinco minutos, pero esta vez a 180°. Se dorarán y quedarán crujientes y secas, pero con una textura muy aireada, casi como de soufflé.

Curiosidad histórica:

El origen de este método de cocinar las patatas parece estar en Bélgica. Se supone que fueron los americanos los que, con su nociones erróneas de Geografía, al probarlas en Bélgica se las atribuyeron a los franceses. Total Europa es el Viejo Mundo y Bélgica un país pequeño que asumieron debía de ser una región más del norte de Francia. Los belgas defienden a capa y espada su autoría. Tanto es así que, en la ciudad de Brujas (foto), existe un Museo de la Patata Frita.

sábado, 22 de octubre de 2011

BIZCOCHO DE CANENA


Cuando era pequeña, una de las cosas que había que hacer en las vacaciones era acompañar a mi madre a su visita a Canena, el pueblo de mi abuela. El emplazamiento es muy bonito, rodeado de olivos, en la falda de una colina, con un castillo, aún en uso, coronando su cima. Tiene dos mil habitantes y, de ellos, unos mil novecientos deben de ser familia mía (sinceramente no sé de dónde han salido los cien restantes). Por supuesto, para que nadie se ofendiera por omisión, era obligado visitar a los dos mil. También resultaba ineludible tomar algo del aperitivo o de la merienda, en función de la hora, con los que te agasajaban en cada casa. Siempre he tenido buen diente y, un estómago insondable aunque, con los años, se ha vuelto más delicado. Sin necesidad de ayunar previamente, tan sólo el estímulo de imaginar aquellos manjares era suficiente preparación, empezaba la turné con apetito y me relamía, primero con anticipación y después con deleite, con las especialidades de cada hogar. Una de ellas era la "magdalena", como la llamaban por allí, que consistía en una plancha de delicioso bizcocho del que, recientemente, he conseguido la receta. Aún recuerdo una de esas tardes en las que empecé la visita con gazuza y me tomé tres pedazos de aquel bollo en la primera casa, demostrando con ello una falta absoluta tanto de moderación como de previsión. Casa tras casa nos fueron obsequiando con nuevos tentempiés, la mayoría en forma de la susodicha magdalena, aunque también probamos pericones y rosquillas. Tras haberme tomado cerca de una docena de aquellos generosos trozos, en una de las últimas visitas que realizamos, nos ofrecieron un poco de pan de pueblo con Tulipán (que, por aquel entonces, era algo novedoso, especialmente por esos lares). No pude darle más que un bocado y me pareció un mejunje incomible. Desde entonces, no he vuelto a probar esa marca. Pero la famosa magdalena que preparó, no hace mucho, uno de mis tíos en una reunión familiar, según la receta original, sigue siendo mi favorita. En la mencionada celebración, el resto tuvo que darse prisa para catarla ya que, al hecho de llevar años saboreando nada más que su recuerdo, se sumó el de que me pillase en muy buena posición en la mesa. 
Aquí dejo la receta:  

BIZCOCHO-MAGDALENA  DE CANENA

Ingredientes
3 huevos
100 gr azúcar
50 gr harina
ralladura limón
2 cucharadas aceite desahumado (de oliva, lógicamente, que para algo es oriundo de Jaén)

Elaboración
Separar claras y yemas. 
Batir las yemas con el azúcar.
Añadir la harina y la ralladura limón. A continuación mezclar el aceite.
Por último, juntar las claras montadas a punto de nieve con instrumentos que no sean de metal y con movimientos suaves (para evitar que bajen).
Verter en un molde engrasado.
Cocer en horno precalentado a unos 190-200º aprox 30 min (pinchar para comprobar que sale limpio)

viernes, 21 de octubre de 2011

Mr. Collins

Dentro del gremio, existe un pequeña subespecie clasificada en la categoría de "tipejos interesantes", cuyos miembros recuerdan sobremanera al Mr. Collins de Jane Austen. Sus especímenes suelen ser varones pertenecientes, por regla general, a especialidades sin relación con el quirófano, el cual ofrece un buen refugio cuando se desea escapar de su absorbente conversación. Se caracterizan por poseer un escaso o nulo sentido de autocrítica y resultan ¡tan aburridos!, que se han ganado a pulso un poco de mordacidad constructiva. Es una mera cuestión de física: según la tercera ley de Newton toda acción provoca una reacción. Ellos se aseguran bien de no pasar desapercibidos, les gusta hacerse notar (o dar la nota), por lo que son omnipresentes: congresos, sesiones, pasillos... Cualquier lugar es bueno para dejar una huella inolvidable y "reactiva".
Es corriente que carezcan del sentido de la temporalidad. Acostumbran a llegar tarde a sus propias exposiciones, no sé si porque suponen que, de ese modo, su entrada causará una mayor impresión. Esperan el momento en el que el resto de los convocados estén ya hartos y comiencen a desesperar, para hacer su aparición "estelar". Han equivocado el papel de conferenciante con el de novia y, el paraninfo, con la iglesia. De hecho, al hablar: predican. Sería una acción a agradecer, al menos por los asistentes, si algún alma caritativa se brindara a aclararles la diferencia. Las excusas alegadas para justificar la tardanza pueden ser tan peregrinas como la de haberse perdido dentro del propio hospital, y eso, aunque el salón de actos se encuentre enfrente del propio despacho. ¿Pretenden que los presentes se traguen semejante pretexto o, simplemente, tratan de recalcar de entrada su estulticia?
Si por una desafortunada coyuntura, son invitados varios miembros de este grupo a compartir un mismo coloquio, más vale dar el día por perdido ya que, ninguno de ellos, se preocupará mínimamente por controlar la duración de su memorable intervención. Hace tiempo, estuve en una reunión cuyo recuerdo aún me eriza el vello. Eran tres los ponentes y cada uno debía hablar 20 minutos. El caso es que se mostraron ¡tan encantados! de poder poner en común sus puntos de vista que, cada disertación se extendió durante la hora destinada a su conjunto. Por si no hubiéramos tenido suficiente, después de aquello vino la discusión y el turno de preguntas, momento en el que algún iluminado de su misma raza, sin atisbo de miramientos por los organizadores ni por la audiencia, aprovechó para sumarse al clan y enardecer el ambiente con sus comentarios. Tras aquella prueba me convencí de que, además, son entes que carecen de estómago o, sencillamente sienten que alimentan al público con su sabiduría y que esta debiera de resultarles suficientemente satisfactoria. Es por ello por lo que se les pasan las pausas del café, la hora de la comida y de la cena y, hay casos, como el referido, en el que casi les llegan a dar las campanadas de Cenicienta. Estos individuos no son conscientes de que, el aburrimiento, es una causa reconocida de estímulo del apetito.
Les gusta acompañarse de un séquito, ya que sienten que este respalda su prestigio. Lo habitual es encontrar entre sus miembros a residentes y becarios que no han podido librarse de la asignación. Prefieren las féminas, entre las que creen destacar como un sultán, aunque estas sean en ocasiones, o demasiado jóvenes o atractivas como para suspirar por él platónicamente, aunque así lo suponga su vanidosa imaginación. Desfilan a su zaga a modo de cortejo. También suelen arrastrar consigo a gente gris que, por lo general, ha pasado desapercibida hasta entonces y que son presa fácil para ser embaucados por sus pretensiones. 
Cuando estos sujetos adquieren el cargo de jefes, su ego se infla aún más y sienten la imperiosa necesidad de expandirse. Supongo que ello hace que se decidan a ir dando charlas por doquier sobre el funcionamiento de su unidad. El encargado anterior de la misma nunca se ocupó de ese tipo de explicaciones y, no les queda más remedio, que subsanar tan craso error. Su agenda se llena de citas con las que ratificar su importancia.
Suelen intentar imitar, sin éxito, un porte aristocrático del estilo del de Cary Grant. Una combinación varonil, pícara y atractiva al tiempo. Incluso algunos afectan ese aire un poco duro de Clint Eastwood que sólo aporta la seguridad innata en uno mismo. El resultado final es una pose artificial que dista mucho de su pretensión. Queda lejos de ser varonil, y mucho menos atractiva (pese a ser de los que se cuidan con esmero pero, en su caso, entre atractivo y atildado hay un abismo insalvable). Lo que definitivamente da al traste con sus aspiraciones es la impresión que provocan: un blando baboso haciéndose pasar por duro. ¡Ridículo! Por si fuera poco, se les nota a la legua que tratan de interpretar un papel para el que no tienen cualidades.
Aún así, les das una oportunidad que tiran por la borda en cuanto empiezan a hablar. Inicialmente piensas que el rollo que están soltando se trata de la introducción y que, de ahí,  pasaran al meollo interesante de su discurso. Enseguida te das cuenta de que su circunloquio se prolonga indefinidamente y que en eso consiste en realidad toda la charla. Con su oratoria consiguen no decir nada en una hora, lo que no está exento de mérito. La verdadera finalidad de todo el paripé organizado se resume en deleitarse en la autoescucha. A veces me da pena la corte que le acompaña, sobre todo cuando pienso que las pobres tienen que sufrirle al terminar ya que, cuando ¡al fin! se marcha, le tienen que seguir y, para colmo, trabajan con y para él. Tras la experiencia, te das cuenta de la suerte que tienes de estar en tu servicio, rodeada de cirujanos y, además, has aprendido algo fundamental: has fichado al personaje en cuestión y puedes evitar que te vuelva a pillar en otra semejante. 

jueves, 20 de octubre de 2011

Residentes-Resistentes

Esta mañana, mi viaje en coche hacia el trabajo ha transcurrido sin incidencias reseñables. Nada hacía prever que el día fuese a ser mejor o peor de lo habitual. En realidad, sí que había un factor a tener en cuenta: ayer tuvimos que ajustar la consulta porque una doctora cayó enferma. Para más inri, otros dos más están de congreso. Con esos antecedentes, lo raro habría sido que todo hubiese ido sobre ruedas. La ocasión estaba servida en bandeja para demostrar la ley de Murphy. Según mi rutina, tras aparcar, he subido a la consulta. Al llegar a la sala de espera, lo primero que me he encontrado ha sido a un celador que empujaba una silla de ruedas en la que transportaba a un paciente que, he identificado a posteriori como uno de los residentes del hospital. No soy una gran fisonomista, mi memoria es más útil en cuestiones numéricas que en el reconocimiento de rostros. Con mucho ánimo, sorprendente dadas las circunstancias, me ha saludado levantando la bolsa de hielo que le cubría la cara. "Es de la casa" me ha informado el celador. La inflamación y los rasgos ensangrentados, han supuesto una prueba para mi hipocampo que ha reaccionado rápidamente. Afortunadamente era primera hora de la mañana y, pese a su aspecto, mi cerebro estaba despejado y no me ha costado ubicarle como residente de Anestesia. Evidentemente, su llegada al hospital había sido mucho más accidentada que la mía. El pobre, había salido del coche cargado de cosas y, entre mantener estas el equilibrio, el buen estado del adoquinado del parking y, los traidores pivotes en los que, si no mellas el coche te haces polvo las espinillas, se ha tropezado y se ha ido de bruces y sin manos, por tenerlas ocupadas, contra el suelo y el susodicho pivote. Ha aterrizado con la nariz y la rodilla. Esta última no ha salido muy mal parada, sólo un siete en los pantalones y algo de contusión local pero, como la nariz no está diseñada para aguantar aterrizajes, ha terminado aplastada y rota.
En un alarde de lucidez, es raro mantener la mente clara tras un golpe de esa magnitud, aunque algunos es lo que necesitarían para espabilar, me recalcó el hecho de ser varón. Por esa razón resultaba más que recomendable el tratarle con delicadeza so pena de que se marease. Lo del sexo débil es una entelequia que sólo se creen los hombres y que las mujeres aprovechamos en nuestro beneficio para no tener que mover los muebles en casa. En lo que se refiere a las curas de cirugía nasal, las féminas son indudablemente más resistentes. Ellas no se marean mientras que ellos acaban todos en la camilla con la enfermera abanicándole con la carpeta de la historia. Los que entran en plan macho ibérico asegurando que no se han mareado en la vida, son los que menos resisten.
Claro que, cuando ha advertido la aguja con la que pretendía infiltrarle la anestesia, el herido casi se va de nuevo al suelo. Entre los recortes presupuestarios y los dispositivos de seguridad con la que vienen ahora los Abocaths para evitar contagios, no disponemos de agujas largas para utilizar en este tipo de situaciones y nos tenemos que apañar con las de punción lumbar que, aunque finas, tienen unos 10 cm de longitud, por lo que es frecuente que el paciente se sienta "ligeramente" impresionado al verlas.
La maniobra de reducción de huesos propios dista mucho de ser agradable. Una cosa es operar a un paciente con anestesia general y dar martillazos a gusto para recolocarle el tabique y, otra muy distinta, mover los huesos bajo el efecto de un poco de infiltración y unos algodones. Para colmo, ha sido trabajoso. Sin embargo y, con gran mérito por su parte, no ha emitido ni un sólo quejido. Lo que no aguante un residente entra dentro de la categoría de torturas de guerra. Como muestra de recochineo de la dichosa ley de Murphy, el accidentado entraba hoy de guardia. Con taponamiento y escayola nasal incluida, rodilla contusionada y muñeca dolorida, pretendía cumplir con su deber. Ni que decir tiene que, según ha salido de la consulta para que le mirasen en urgencias y le hiciesen unas radiografías, me he ido a hablar con los de su servicio para que se lo impidieran y le mandasen a descansar a casa hasta que se recuperase.
La dedicación de los residentes a los enfermos es comparable en ocasiones a la de Teresa de Calcuta: se trabaja sin dormir, con fiebre, se ofrece uno a coger el busca (aún no se le ha cogido tirria al inoportuno aparato), se come en el hospital hasta destrozarse el estómago, en las tardes uno busca qué investigar, revisar y estudiar hasta que cierran la biblioteca o el laboratorio y, en resumidas cuentas, se vive por y para el hospital. Afortunadamente, con el tiempo, uno vuelve a disfrutar de otras facetas de la vida, aunque en eso influye mucho la disminución de la resistencia física al cumplir años. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

Cirugías

Me gusta operar. Supongo que para los profanos a esta materia, la idea de cortar a alguien con un bisturí puede resultar poco atractiva. Lo primero que hay que aclarar es que una opera en un "campo quirúrgico" y, con ese concepto en mente, despersonaliza al paciente. No se olvida de que es un individuo el que tiene bajo el filo de su navaja, pero el corte es para curar y no para herir. Bajo esa premisa, que no es difícil de asumir, aunque puede ser que, el estudio previo de 6 años de Medicina con su sala de disección incluida, influya sobremanera en esa aparente facilidad, una se lanza a la cirugía y, la mayoría de los cirujanos, disfrutan de sus momentos quirúrgicos. Tanto es así que, en el quirófano, hay dos tipos de tiempo muy diferentes entre sí. Por un lado está "el tiempo del cirujano", al cual se le pasan las horas volando y para el que, cuando dice: quedan 5 minutos, puede referirse en realidad a una hora. Por otra parte va "el tiempo del anestesista", que es  por el cual se rige el resto del personal presente en la estancia en ese momento. Ya en la sala de espera podemos encontrar "el tiempo del familiar" que, por pura física, es el encargado de equilibrar el reloj, al compensar, con la ralentización del mismo, la aceleración mental del cirujano.
La cirugía requiere planificación, concentración e improvisación en  muchas ocasiones. Hay que estar atento para reaccionar y anticiparse a los problemas que pueden surgir. La anatomía conviene sabérsela al dedillo ya que, puede ocurrir que, de repente, haya que actuar con rapidez mientras la sangre se acumula rápidamente o el paciente deja de respirar. En esos instantes el mundo se difumina ante tus ojos y sólo eres capaz de distinguir con claridad el problema. Dispones de una fracción de segundo para analizarlo y, como arma, cuentas con tu iniciativa para hacer frente a la desesperada coyuntura. Es ante este tipo de tesituras cuando, la intervención de un anestesista, le convierte a este en un héroe ante tus ojos. Otras veces es tu propia actuación, por lo general más agresiva y menos heroica, la que salva la situación. Aunque no se sea muy consciente de que está ahí, cualquier tipo de ayuda es de agradecer: desde el celador que sujeta al paciente hasta la enfermera que lee tu mente (aunque por desgracia el don de la clarividencia lo tienen muy pocas) y te deja las cosas en la mano sin necesidad de pedirlas. Porque, aunque el cerebro está funcionando a todo trapo, lo suele hacer a costa de bloquear el don de la palabra, así que una no se prodiga en explicaciones en ese instante. Un cirujano locuaz que se queda en silencio es tan indicativo como los monitores que vigilan el estado del paciente. A toro pasado, el salir adelante en esas circunstancias, es motivo de orgullo.
 Lógicamente, se disfruta mucho más cuando todo va sobre ruedas. La disección de los planos para extirpar la lesión conservando las estructuras vitales es como desenvolver un frágil regalo. O la reparación de los órganos para devolverles la función al tiempo que ves que todo queda a tu gusto produce una sensación semejante a la del artista ante su obra, salvando las distancias de genio entre uno y otro. Hay otro tipo de goces más patológicos como el que provocan los martillazos para romper el hueso de la nariz del paciente. Son una buena terapia ya que contribuyen a disminuir el stress vital del cirujano. Supongo que, la combinación de golpear junto con la de recomponer a posteriori, es la que produce ese efecto. O eso o me hace falta un psiquiatra más de lo que creo.
La satisfacción absoluta viene cuando, al revisar al paciente en consulta, todo ha quedado como una esperaba y, además, este no solo evoluciona bien sino que, encima, está contento con los resultados.

lunes, 17 de octubre de 2011

Fitipaldi

Todos los días me toca hacerme 60 km entre ida y vuelta para llegar de casa al hospi y viceversa. En nuestro coche, además de ruidos externos, sólo se escucha el sonido del motor. Claro que, en mi caso concreto, es como no oír nada porque no sé distinguir un ronroneo, que significa que todo está en orden, de las supuestas discordancias que debería reconocer cuando no es así. Si escucho algo raro, lo primero que pienso es que debe venir de los coches de alrededor. Teniendo en cuenta que nuestro automóvil tiene más de 15 años, creer que el culpable es otro puede ser tildado de pecar de optimismo pero, ¿qué ventaja aporta el preocuparse antes de tiempo? Lo llevo religiosamente al mecánico para que lo mantenga y le prolongue la vida de forma casi milagrosa. A veces hablamos de cambiarlo pero, es entonces cuando pierdo el optimismo ya que no creo que, ningún nuevo modelo, vaya a dar tan buenos resultados como el antiguo. Definitivamente, este ha puesto el listón muy alto.

La razón por la que no llevo radio, no deriva por tanto de mi preocupación para detectar mejor los ruidos extraños del motor. Tampoco se debe a que no aprecie la música, aunque bien es cierto que, la que lleva la mayoría de la gente en sus vehículos, dista mucho de figurar en mi lista de preferencias. Ni tampoco es porque el coche sea tan antiguo que no disponga de transistor: lo tiene y además con frontal extraíble.  Es en este punto donde radica el problema. Hay que ser tan delicado en las maniobras de ajuste y retirada de dicho frontal que opté por ahorrarme problemas de pareja dejándolo en casa. Si me apetece algo de música: canto. Voy sola, así que no molesto a nadie (carezco de dotes vocales y mi entonación no se acerca, ni por asomo, a la original). Los de los coches vecinos no saben que no llevo radio y, si por alguna razón se fijan en mí y me ven entregada a mi interpretación, siempre pueden pensar que estoy acompañando la canción de turno de la emisora.

Por el camino voy haciendo buenos propósitos: intentar no soltar borderías, hacer terapia de sonrisas (se supone que simplemente el hecho de sonreír hace que le mejore el humor a una e, incluso alguna vez funciona, aunque no sé si la risa es provocada por un sentimiento de ridículo), tratar de sobrellevar lo mejor posible las pirulas del resto de los conductores, no desesperarme si hay atasco, etc. En fin, lo dicho, la intención la tengo aunque la mayoría de los días termine tirada por la borda tras la sesión clínica de primera hora. Es una lástima que me dure tan poco.

Si estoy en fase creativa, en el coche se me ocurren con frecuencia ideas para las historias. En esos momentos me da mucha rabia no poder tomar notas y estoy deseando entrar en ciudad para pararme en un semáforo. También eso significa que estoy llegando a mi destino que es lo que más agradezco.
Este año no nos hemos llevado el coche de vacaciones. Opino que el pobre también se merece su descanso y, no tener que conducir, es un aliciente sobreañadido al mío. Pese al hábito, sigo sin disfrutar en la carretera.

domingo, 16 de octubre de 2011

Descanso dominical

Hoy es domingo y, siguiendo órdenes divinas, he dedicado el día a descansar y a poner en orden los archivos del Kindle. Como había terminado de leer las tres novelas de "The little Ottleys" de Ada Leverson, que son muy entretenidas, me he bajado los libros que me faltaban de la colección de The Barset Chronicles de Trollope y, de paso, he aprovechado para clasificar el contenido por carpetas . Muchos opinarían que sería mejor que colocase los libros y los zapatos pero, como he aclarado al principio, es domingo y lo del Kindle se puede hacer acomodada en el sofá mientras que lo de la habitación precisaría un estudio logístico tan sólo para comenzar. Seguro que si se lo consultase a un teólogo estricto me diría que es pecado y no deseo ofender a nadie, así que, por respeto a las creencias de los demás, lo dejaré para otro momento. ¿Qué día es el que les molesta a los judíos, el viernes o el sábado? ¿Y a los musulmanes? La cosa está complicada con tantos elementos en mi contra.

He estado mirando wordpress para exportar allí el blog, de momento he creado la página y lo estudiaré más detenidamente porque, según me comentó mi amiga bibliotecaria,  presenta varias ventajas con respecto a blogspot, sobre todo en temas de avisos y comentarios de lectores. Es menos intuitivo a la hora del diseño, pero todo es cuestión de práctica. Si hago cambios, avisaré a mi pequeño grupo de seguidores, si es que para entonces queda alguno.

En el blog de "cosas que (me) pasan" (está en la sección de "disfrutar otras cosas" en el margen derecho, ya que lo sigo habitualmente) he descubierto un corto: "logorama". Me ha parecido tan genial que os he enganchado el enlace de la entrada correspondiente en la palabra para que sólo tengáis que pincharla. Como el mérito del hallazgo no es mío, tendréis que entrar a través de su blog. Si escarabajeáis en las distintas secciones, veréis que la autora tiene una ironía que, según el día, fluctúa entre la mía y la de mi marido en su vena versión Dr. House, y, sus hijas, son el alter ego de mis sobrinas. Sé que no, pero aún así a veces me pregunto si no es mi hermanísima la que escribe aunque, en ese caso, sería mi cuñado el encargado de la sección de destripar al mundo.
Os pongo también un vídeo para dejaros con buen sabor de boca para terminar la semana. Es la "Muerte del cisne" de Maya Plisetskaya.


sábado, 15 de octubre de 2011

Entregarse al placer de la lectura

En el verano de mis cuatro años, mi padre decidió que era el momento de enseñarme a leer. ¡No podía tolerarse que la niña llegase a párvulos sin saber la cartilla! Sin armarse previamente de paciencia, ¿qué era eso? ¿una cualidad? ¡tonterías de los psicólogos modernos!, se entregó a ello. Así que, con sus propias teorías sobre pedagogía infantil, consiguió que no se me olvidasen ni sus enseñanzas, ni sus métodos.¡Cuántos maestros aspiran a obtener resultados de esa índole! A la hora de la siesta linarense, con 50º al sol y 45º a la sombra, subíamos al cuarto del fondo del piso de arriba de la granja para impartirme la lección. Aún no me explico la razón de que fuese mi hermana y no yo la que le cogiese miedo a esa planta. Sin aire acondicionado ni ventilador, sudábamos tinta sobre la cartilla. La mayoría de los días aquello acababa como el rosario de la aurora. Entre el sudor y las lágrimas debí de terminar muchas tardes al borde de la deshidratación. Al terminar de verano leía de corrido, no ya las cinco cartillas sino cualquier libro de lectura que me pusieran delante, ya fuese con o sin dibujos. Me había convertido en una adicta. Podía haberlo aborrecido, porque eso de que la virtud está en el término medio nunca ha cuajado bien con mi carácter. Claro que, después de todo el esfuerzo, una vez cogido el tranquillo a las letras, consideré que aficionarme a ellas era una postura más inteligente que tirar el trabajo por la borda. Aunque el proceso fue duro, mereció la pena y es una de las cosas que más le agradezco a mi padre.
Cuando llegué al colegio descubrí que el resto de mis compañeros estaban lejos de mi nivel. La mayoría ni siquiera sabía aún las consonantes. Por desgracia, no fui capaz de lucir mis conocimientos porque la profesora, tras verificar que lo que afirmaba mi padre era cierto, para mi gran desesperación, no me preguntó jamás en clase. Menos mal que me dio el libro de lectura de los de 1º de EGB para que me entretuviese mientras tanto.

Cuando llegó el turno de mi hermanísima de aprender a leer las cosas cambiaron. Con el éxito que había obtenido con su método piloto conmigo no entiendo por qué decidió experimentar con un nuevo sistema. Aunque creo que la opinión de mi madre tuvo algo que ver en ello, también lo achaco a la diferencia de fechas de cumpleaños: el mío es en Mayo y, por lo tanto, dispuso de todo el verano para enseñarme. El de ella es en Octubre así que le pillaría con el curso empezado. Tampoco lo hizo a los cuatro años sino que se esperó a cuando indicaba el programa escolar. En lugar de ejercer de instructor principal, se convirtió en profesor de apoyo, a domicilio, y la cartilla fue sustituida por un juego de cartas, sin mucha gracia. Pese a ello, no se puede decir que mi hermana disfrutase de aquellos esfuerzos docentes.

Poco después, mi progenitor decidió que era un momento ideal para sumergirme en lecturas más serias así que, con ocho añitos, me entregó una versión comentada del Quijote en unos doce tomos que, lógicamente, me resultó aburridísima. Los comentarios no estaban pensados para niños sino para lingüistas y, por cada palabra del texto de Cervantes, había un párrafo dedicado a su análisis. Por supuesto, yo me leía todo seguido, con lo que era imposible seguir el hilo de la historia y, menos aún, el de las notas a pie de página. Tras terminar el primer tomo de aquel Quijote (unos 6 ú 8 ejemplares) desistí y conseguí evitar los correspondientes al segundo. A partir de entonces, también procuré eludir cualquier nueva recomendación de mi padre y, muchas de aquellas amenazas con título de libros, entre las que destacaba como gran favorita "Los papeles póstumos del club Pickwick", me los leí a posteriori y me encantaron. El que aún no se haya leído esa obra de Dickens le recomiendo que lo haga. Mi padre tenía razón: es inteligente y divertidísima.

Alexander Deineka
Pese a aquello, me aficioné a la lectura de tal modo que todos en mi familia me conocían por el mote de "tragalibros". Me llevaba el libro a la mesa, leía por la calle de camino al colegio, en el recreo si me dejaban y, en los cumpleaños de mis amigas, miraba las estanterías y pedía permiso para leerme alguna de aquellas novedades. Encargaba libros como regalo en Navidades, los que yo quería y no los que decía mi padre y, en vacaciones, devoraba lo que pillaba en casa de mis abuelos tanto de un lado como del otro. En la granja había muchos libros sobre la cría de gallinas que eran incluso peores que aquel Quijote pero, afortundamente, en casa de mis tíos disponía de una variedad de obras suficiente como para surtirme durante aquellas temporadas. Me sentaba debajo de la palmera y, allí me encontraban las visitas familiares al llegar, enfrascada en la historia de turno mientras mis primos gritaban a mi alrededor como una tribu de indios en pie de guerra.

En la casa de mis abuelos paternos había una colección de obras clásicas que fui escogiendo una por una. Empecé por La Dama de las Camelias y, luego, el resto me resultó algo decepcionante. No estaban mal pero ninguna me gustó tanto como la de Dumas.

El descubrimiento del Kindle, al que tontamente me resistí una temporada al pensar que perdería el encanto del papel cuando, en realidad, la principal atracción está en el texto, ha sido providencial. Gracias a él, y a Internet, tengo acceso a un montón de obras clásicas e incluso descatalogadas de forma gratuita y en su idioma original (otro aliciente siempre que se trate de español, inglés o francés): Austen, Wilde, Trollope, Dickens, L.M. Montgomery, Shakespeare, Cervantes, Verne entre otros muchos del millón de obras de la página de Gutenberg.org sin contar con la posibilidad de investigar autores que desconocía (ahora estoy con Ada Leverson). Siguen sin caberme los libros en casa y sigo comprando en papel (porque muchos no están en ebook o son más caros que la versión en bolsillo). Pienso en llevarlos a una biblioteca pero me resisto a separarme de muchos de ellos pese a tenerlos también en formato electrónico. Hago el propósito y me falla la voluntad para llevarlo a cabo. ¡Seguiré intentándolo!
Hughes-Arthur, The Compleat Angler

viernes, 14 de octubre de 2011

Tener ángel

Debbie Miller
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que alguien tiene ángel? Es difícil de definir. Para empezar es algo innato: o se nace con ello o no se conseguirá nunca. Es una combinación de gracia y dulzura, que trasluce en los ojos de la persona, lo que le otorga un encanto diferente. Irradia un tipo de magnetismo que hace que, casi todo el mundo, se sienta seducido y a gusto alrededor del afortunado dueño de esa cualidad. Despierta en la gente el deseo de estar a su lado y de tratar de complacerle. Mi abuela linarense tenía ángel y la nieta que indudablemente ha heredado ese rasgo, en toda su intensidad, es mi prima Paloma. Tanto es así, que uno de mis primeros recuerdos, algo borroso, se asocia a su nacimiento: yo tenía dos años y medio, volvíamos de Linares y paramos en Guarromán a conocer a la nueva prima. Aquella casa, pese a mi percepción infantil, me pareció pequeña, lo cual me hace pensar que debía de ser realmente minúscula y, la cuna con la niña me resultó diminuta. Recuerdo asomarme y vislumbrar al bebé dormido. Tuve la sensación de que todos esperaban que dijese algo, así que lo hice. La esperada frase de mi opinión sobre mi prima fue: "tiene pendientes pero no tiene dientes". Esas palabras son la parte que mi cabeza no grabó de toda aquella escena pero, les dejé tan sorprendidos con mi originalidad que el resto de los presentes han evitado que se olvidasen. Las alusiones a la chocante declaración se han repetido con cada nuevo bebé que aparecía por nuestra numerosa familia y, con el tiempo, ha evolucionado hasta convertirse en una de esas frases memorables que pasan a las anécdotas para la posteridad.

Jessie Willcox Smith
 Desde pequeñas, tanto mi hermana como yo queríamos ir a su casa a dormir. Y eso pese a que, una vez allí, había que sobrellevar a su tía-abuela, que era la mujer más cascarrabias que he conocido nunca. Mi prima tocaba el piano. No se puede decir que se entregase a la música pero su interpretación trasmitía parte de su ángel. A mí me habría gustado aprender y lo intentaba. Ensayaba escalas y, al oírme, su tía acudía inmediatamente hecha una furia para cerrarme la tapa del instrumento en los dedos si era preciso y evitar que tocase el piano de la niña (a la que adoraba, como todos). Incluso ella había caído bajo el influjo de su ángel. Su avinagrada presencia no nos importaba. Estar con mi prima y mis tíos compensaba con creces cualquier inconveniente. Incluso había días que nos las apañábamos para dormir tres en una cama (plegable, para más inri) lo que, en el verano linarense de noches a 30º, significaba no pegar ojo. Nos colocábamos contrapeadas sobre el colchón de modo que, una de nosotras, acababa con los, no muy limpios, pies de las otras dos al lado de la nariz. Milagrosamente, ni perdimos nuestro sentido del olfato, ni terminamos con ella rota de una patada durante el sueño. También es cierto que, en esas condiciones, dormíamos poco o nada. Aunque ya puestos a estar en vela, mejor con mi prima que en el piso de arriba de la granja.

Aquellas estancias no significaban que yo me hubiese convertido en una persona sociable. Lo que me ofrecía era la oportunidad de acceder a nuevos libros que devoraba lo más rápidamente posible para, tras acabarlos, tener tiempo de leer otro más. En el cuarto de su abuelo, que también vivía con ellos, había un armario lleno de tomos colocados en dos filas. Cuando terminé con el frente, me dediqué al fondo. Si en un momento había que releer, se releía. Mi prima y mi hermana, mientras tanto, jugaban a ir a hacer la compra en una pequeña estantería de juguete llena de verduras de plástico. Nunca entendí la gracia de aquello. Ir al mercado no me parecía divertido entonces y tampoco me apasiona ahora: empujar carritos con ideas propias a través de pasillos llenos de gente, esperar largas colas en la caja para, al fin, regresar a casa cargada de bolsas o con el carro a rebosar de cosas que luego hay que colocar, momento en el que se suele descubrir que se te ha olvidado algo fundamental o, que en todo caso, te habría venido muy bien, no me parece una experiencia que se haga por gusto. Pero la infancia es diferente o eso dicen. Cuando regresábamos a la granja, jugaban a las cocinicas. Las especias salían de moler yeso y ladrillo. Más de una vez terminaron con lombrices en el estómago, cosa que yo nunca padecí. La única que me afectaba era el "bookworm".

Palomilla vive ahora en Madrid y va a celebrar un fiestón por su cumpleaños al que, por supuesto, asistiré. Como he comentado, hasta los old grump muermos intentan complacer a la gente con ángel.
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS PALOMA!!

jueves, 13 de octubre de 2011

Pichín, Panocha, Pichón

No suelo encontrarles la gracia a los humoristas de la tele. La razón es que estoy mal acostumbrada desde mi infancia. Nuestra abuela, famosa por su afición a estar rodeada de niños, descubrió que el mantenernos entretenidos montando funciones de creación propia para amenizar las veladas de las vacaciones, conseguía reunir a todos los primos en un lugar secreto y alejado de la casa, para luego darles la sorpresa a los mayores con el espectáculo. Ni que decir tiene que para cada cumpleaños, celebración, fiesta, Navidades (en la que se cobraba el aguinaldo tras ganárselo a base de ensayos) había que preparar una representación.
Uno de los números más famosos correspondía a mi hermano, que siempre ha estado dotado para la comedia, y mis dos primos que le sucedían en edad. Así eran los payasos "Pichín, Panocha y Pichón", uno era el alto (mi hermano que además de ser el mayor también le sacaba una cabeza a los otros), otro el más bajito y, Pichón, al que dejaban para el final, el más gordito. Cantaban y escenificaban una canción que animaba al público y conseguían que, el resto de las obras que seguían a su actuación, fuesen recibidas con buen talante. Eran el plato fuerte de la noche. A partir de ahí mis tíos aguantaban sin inmutarse: coros desafinados, recitales de poesía, espectáculos de baile con sus caídas correspondientes y pequeños entremeses teatrales.

No sólo mi abuela nos encargaba tareas con las que mantenernos entretenidos. Mi abuelo decidió asalariar a mi hermano y sus compinches para que terminasen con las avispas de la granja. Les daba 5 duros por cada 100 insectos y conseguían ahorrar lo suficiente como para irse luego a la Feria, a gastárselo. Aún no tengo claro si día tras día mi abuelo pagaba por los mismos bichos. Las avispas no bastaban para satisfacer sus instintos cazadores por lo que, además, se iban a capturar culebras de agua, tritones, salamandras y cualquier animal, con preferencia por los anfibios y los reptiles, que se les pusiese por delante. Si luego decidían que el mejor sitio donde dejar la culebra de turno era la bañera, era culpa tuya si no habías mirado dentro de ella antes de meterte allí a darte un baño. Tanto fue así, que mi abuelo rescató una vieja tina y la instaló al lado de los columpios para que pudieran depositar allí sus presas, a modo de vivero. Eso incentivó a la pandilla de cazadores para organizar excursiones al lago Titicaca (una charca de riego que fue bautizada con optimismo) donde incluso hicieron sus primeros pinitos en la pesca (con cañas de palo). ¿Quién le iba a decir a mi hermano que ahí se forjaría su futuro?

Hoy es el cumpleaños de "Pichón" (si no me equivoco de payaso). ¡Muchas Felicidades!

miércoles, 12 de octubre de 2011

El Pilar

 Hay gente que de puro buena es inocente. No se les ocurre jamás pensar que exista algo que, engañosamente, se suele conocer como "segundas intenciones" y que, en realidad, suele tratarse del objetivo principal. Claro que no son argumentos que admitan ir con la verdad por delante ya que distan de ser beneficiosos para el individuo al que se trata de engatusar. Mi tía Pili era así: nunca caía de pie pero, su optimismo era de tal calibre, que ella pensaba que sí que lo hacía y se levantaba inmediatamente sin apenas percatarse del golpe. En mi época de adolescente acneica, en la que mi ingenioso padre me llamaba "paellita" (cariñoso apelativo que contribuyó sobremanera en reforzar mi autoestima y eliminar mis complejos), ella me cogió bajo su ala. Se sacó el título de esteticista y me aplicó todos los tratamientos que pensó me podrían funcionar. Se entregó a aquella desagradecida tarea con entusiasmo. Supongo que de ahí procede mi interés posterior en experimentar diversos, y singulares, trucos de belleza. Mi aspiración por entonces en ese sentido era la de pasar desapercibida, si no me veían, tampoco notarían mis granos. Lo que más me alivió fue el hecho de sentirme comprendida. Si era viernes, me quedaba con frecuencia a dormir allí con mi prima Pili, que ha heredado el mismo corazón de su madre.
Disfrutaba al sentirse útil y le gustaba tratar a la gente. Esto la empujó a sacarse el título de Podología y, armada de éste se fue a Canarias donde, la luz y el mar, casaban mejor con su carácter que la contaminación y el ruido de Madrid. Allí fue feliz. Se distanció de los contratiempos. Encontró además una buena persona, tan inocente como ella, que valoraba sus virtudes y la adoraba por ello, y viceversa.
Se pasó dos años peleando contra un cáncer plenamente convencida de que se curaría, al igual que había logrado triunfar en el resto de las facetas de su vida. Hoy, día de la Virgen del Pilar, sería su santo y necesitaba escribir mi pequeño homenaje de agradecimiento y enviarle una felicitación a mi prima.

lunes, 10 de octubre de 2011

Pesto de aguacate

En Suiza nos pusieron un aperitivo en el Restaurant de La Comedie que consistía en un pesto de aguacate con gamba a la plancha. Estaba delicioso. Hoy he decidido prepararlo como plato principal. He tardado 5 minutos y el resultado ha sido de chuparse los dedos (lástima que lamer el plato no esté bien visto). Eso sí, el recipiente de la preparación ha quedado tan limpio como cuando mi madre me dejaba apurar la cuchara y la cazuela de la salsa bechamel de las croquetas. ¿No pensabais nunca que no necesitaba esmerarse tanto en echar todo su contenido en la fuente? ¡Así no iba a quedar nada que rebañar!

PESTO DE AGUACATE
INGREDIENTES
2 aguacates
Zumo de limón al gusto
Sal
Albahaca fresca en abundancia (he usado un paquete entero de los que venden en el Alcampo)
ELABORACIÓN
Batir todo junto hasta obtener una pasta. Si es necesario, añadir algo de agua hasta obtener la textura deseada. Rectificar de sal y limón.
VARIACIONES
Se le puede poner parmesano rallado o un toque de aceite de oliva, al gusto del cocinero.
SUGERENCIAS
Para acompañar: gambas, pollo, pasta, como una original variante de guacamole para nachos o tacos o, simplemente, para rellenar canapés.

sábado, 8 de octubre de 2011

¡Felicidades! Happy birthday! Joyeux anniversaire!

"Beach sisters" Marie Witte
Hoy es el cumpleaños de mi hermanísima, así que la entrada al blog va dedicada a ella. Todo el mundo opina que es genial tener hermanas, claro que a esa conclusión se llega de adulto. Cuando eres una niña independiente con amplia necesidad de espacio vital, el tener que compartirlo con tu hermana pequeña, que ha decidido que no necesita una burbuja de aire a su alrededor si puede colarse en la tuya, no piensas que lo de los hermanos sea algo tan genial. Su primer día en la guardería, una vez se soltó de la falda de Bibi (la niñera) para subirse al autobús (ritual que se repitió a diario durante ese periodo), decidió que la siguiente falda a la que había que agarrarse era la de su independiente hermana mayor. Una vez en la guarde, nada de irse a la clase de los pequeños cuando podía estar conmigo en la de los mayores, donde se pasó su primera semana. Ahora se queja de que sus hijas son unas lapas. ¡Es la única de la familia que no sabe a quién han salido!
Las vacaciones en la granja de los abuelos suponían que había que acompañarla cada vez que tenía que ir al piso de arriba, porque le daba miedo. Por supuesto, su intrépida hermana mayor haría frente a todos los peligros para defenderla, lo que la obligaba a dejar el libro de turno (con la rabia que da eso) para subir con ella. Por desgracia, el baño estaba en esa planta, lo que hacía que esos viajes fuesen frecuentes y, con frecuencia, urgentes. El miedo era también la razón por la que tampoco podíamos dormir allí en dos camas separadas, pero hacerlo en una cama de matrimonio suponía pasarse la mitad de la noche discutiendo sobre quien estaba en el lado de quien (evidentemente ella en el mío).
"Playing at the beach" Elizabeth Blaylock
La pobre tenía la desgracia de ser la mediana. Eso suponía, entre otras desdichas, que ella tenía que jugar con mi hermano, terminaban discutiendo y acudía a mí a que la defendiese. ¿Quien era yo? ¿El Cid? Por eso, la relación con mi hermano era diferente para ambas: ella jugaba y yo me peleaba, sin haber hecho nada para llegar a ello salvo tener una hermana. Otra ventaja más que valoras en su justa medida cuando eres niña.
Claro que, el tener una hermana mayor también presentaba inconvenientes. Las profesoras la tenían en el colegio al año siguiente de haberme tenido a mí, la tragalibros con fama de empollona (la verdad es que leía más que estudiaba), y se hacían ilusiones de que iba a ser como yo. En seguida salían de su error. Ella era mucho más sociable, lo que solía traducirse en una necesidad perentoria de hablar con todo el mundo, en especial con su amiga del alma, por supuesto igualmente sociable. Una, otra o las dos terminaban indefectiblemente en el pasillo castigadas por no callarse. Yo era una tremenda sosa a la que nunca mandaban al pasillo. Mi éxito escolar no era comparable, ni por asomo, a su éxito social. Por supuesto, era capaz de recordar las múltiples visitas que venían a casa, cosa que siempre he sido incapaz de hacer. Lo único que me interesaba de ellas era cumplir, a regañadientes, para regresar a mi libro lo antes posible. No creo que ninguno de los amigos de mis padres pensase de mí lo típico de que niña tan simpática, afortunadamente allí estaba mi hermanísima para suplir mis deficiencias, y eso les permitía afirmar, sin mentir demasiado, sólo el 50%, que tenían unas hijas encantadoras.
Pierre-Auguste Renoir. Niñas leyendo
Otra ventaja era que nos poníamos enfermas juntas. Cuando no ocurría esto, te dabas cuenta de lo aburrido que era estar enferma sin compañía. Con fiebre el libro cansa y el sopor no es lo mejor para concentrarse en la narración, así que una cotorra como ella hacía las anginas mucho más llevaderas.
Fue ella la que abrió camino para que nos prolongasen la hora. Por supuesto que se quejó de tener que encargarse de esa tarea que correspondía, según su criterio, a la hermana mayor. Yo pensaba que las noches estaban hechas para dormir y no le encontraba la gracia a andar por ahí de madrugada muerta de sueño. ¡Efectivamente, soy un gran muermo! Mi plan ideal de nochevieja ha sido siempre el casero: cenar, función familiar y a dormir. Era la única de los primos que era persona, dentro de mis limitaciones, el día de Año Nuevo. Al resto del mundo le daba igual, seguían durmiendo mientras yo me levantaba a leer. Al menos era un muermo poco ruidoso.
Pese a todo ello, mi hermana me quiere. Eso demuestra lo gran persona que es y su corazón tan enorme. He tardado en adquirir mi inteligencia emocional y nunca llegaré a su nivel, pero al menos he aprendido a valorar familia y relaciones y, eso, se lo debo a ella. Es maestra y ayer, todos sus alumnos del año anterior, que están ya en el Instituto, fueron a felicitarla al colegio. Se lo habían prometido el año pasado y no se habían olvidado. ¿Cómo iban a hacerlo? Todos los años, se pasa una semana preparando cosas para llevar tanto a clase como a sus compañeros (pese a que, con frecuencia, abusen de su buena disposición y su mala memoria para las afrentas). 26 niños de 12 años colándose en la clase supusieron un cierto revuelo y, conociéndola, seguro que echó su lagrimita, que además es muy sentida. Tras haber pasado por su tutela durante 4 años, los chiquillos opinan que los nuevos profes son unos muermos. Supongo que a ellos, nunca le harán la pregunta que le hicieron a ella hace unos años: " Seño, ¿y no le da vergüenza hacer todas estas cosas?" Está claro que es muy demostrativa y se asegura de que sus enseñanzas resulten  inolvidables: si es preciso cantar y bailar para conseguirlo, está dispuesta a ello.
 La gente que dice que no hay nada como las hermanas tiene razón, no hay ni un cariño ni un vínculo comparable a ese. Otro día le tocará a mi hermana pequeña, en la que los 10 años de diferencia de edad supusieron que las molestias ocasionadas fuesen de otra índole, aunque luego alcance el mismo estatus. Sólo me queda desearle: ¡FELICES 40!