Hace unos días recibí una invitación para asistir a la presentación de la colección de primavera de Max Mara. Nunca había asistido a uno de estos eventos, me sentía en cierto modo como una intrusa ya que no soy una gran cliente de esta marca, no porque no me guste sino porque, el precio, no es como para permitirse caprichos con regularidad. La calidad, diseño, corte y costura es excelente y son un gran fondo de armario pero, como ya comenté en otro post, mi fondo ha invadido el frente y no tengo espacio, ni tan siquiera virtual, en el que guardarlo. Afortunadamente son prendas clásicas que no pasan de moda, y las telas no pierden lustre con el tiempo. Son una apuesta segura para ir elegante y a tono en cualquier ocasión.
Como ese día hacía una tarde preciosa y con una temperatura estupenda, decidí irme a dar una vuelta. Un poco antes de la hora del desfile me pasé por Max Mara para ver la colección y el ambiente. La tienda, ya de por sí muy bonita, con sus tres amplias plantas, acristaladas y luminosas, estaba de gala y con el personal al completo. Además habían instalado una barra con camareros de esmoquin en la que te invitaban a la bebida de tu elección. Agradecí un vaso de agua tras la caminata.
Me encontré con Yolanda, la dependiente a la que suelo recurrir cuando voy por allí. Me encanta su trato y su sinceridad: no intenta venderte algo si ve que no te está bien o no va contigo, sino que te lo dice sin engañarte. Este asesoramiento se agradece especialmente cuando se va sola, como suele ser mi caso, y se escoge algo diferente a la línea habitual, que en ocasiones supone un acierto y, en otras, no es más que un disfraz. Me acompañó durante mi recorrido, a lo largo del cual la tienda se fue llenando de señoras muy bien arregladas y con la piel aún más estirada que las telas de sus impecables trajes. Capté fragmentos de algunas conversaciones con entonación nasal y cuidada, el botox no les permitía gesticular mucho, del estilo: "¿Te acuerdas? Esto lo vimos en NY" o "Este vestido podría irme bien para una cena en la embajada". Yolanda me comentó que tenían 200 personas confirmadas, más lo que apareciese sin previo aviso. Como estrategia de marketing me pareció estupenda: clientes habituales u ocasionales, con lo que ya se sabe que les atrae el estilo de la firma, reunidas en un desfile informal, con la atención casi personalizada de las dependientes dispuestas a satisfacer los caprichos de las asistentes de postín (y también los de las wannabes).
La colección, dentro del estilo clásico característico de esta firma, me pareció muy elegante aunque, quizás, algo convencional. Las gabardinas (que desde hace unos años se llaman trench) son estupendas. Me encantó una, muy original, con el talle ligeramente alto, falda algo abullonada (casi entre vestido-gabardina), con un aire sesentero, bicolor y reversible (con detalles en negro por el lado claro y en crema por el oscuro), con capucha, de la línea juvenil Sportmax (en la planta baja). Parecía recién salida de una película de Audrey Hepburn. Lo que no me convenció fue la etiqueta con el precio y, ese, es un factor determinante.
En la primera planta se exponía la línea weekend. Según me explico Yolanda, esta temporada se ha cuidado más el diseño de esta sección. Las clásicas camisas masculinas se han renovado con detalles femeninos: lunares, canesús, pinzas y jaretas que las suavizan para hacerlas más favorecedoras. La ropa vaquera es sencilla y limpia, sin desteñidos ni historias. Me gustaron unos pantalones con pequeños cuadros vichy en blanco y negro. El aire marinero, para los que se van ahora de crucero y sienten que deben ataviarse como expertos patrones de barco, destacaba en camisetas de rayas, vestidos ligeros en punto de seda, jerseys con amplias franjas y chaquetas azules y blancas. Por supuesto el naranja, imprescindible esta primavera, también tenía su hueco entre los vestidos, cazadoras y bolsos.
En el piso de arriba se exhibía la colección Max Mara propiamente dicha. El pret a porter es más arreglado que en Weekend, con trajes de chaqueta, en blanco y en negro, y vestidos de cocktail. La parte dedicada a celebraciones y fiestas estaba compuesta por vestidos vaporosos en colores vibrantes, naranjas y esmeralda, además de, por supuesto, en los apagados tonos maquillaje, de moda desde que a Dª Letizia se le ocurrió llevar uno a una boda real y, tan discretos, que favorecen a muy pocas.
Poco después de las 19h, las modelos hicieron su aparición estelar. Caminaban despacio, entre el público desperdigado por la tienda mientras mostraban la ropa y los complementos. Me gustaron un par de vestidos blancos, uno troquelado y otro de líneas sencillas, casi como una túnica algo trapezoidal. Claro que luego hay que contar con cómo le quedaría a una y, posiblemente, en mí, parecería un sayo y no un elegante y sobrio vestido. Además de las modelos, también desfilaban los camareros, aunque estos lucían bandejas con bebidas y apetecibles canapés: jamón, sushi, foie, etc. Para lo ricos que estaban, tardaban en agotarse y los pobres hombres tenían que realizar varias pasadas. Lógico, la mayoría de las que estaban allí llevaban a dieta, de esa que consiste en no comer, desde su adolescencia.
No me quedé hasta el final. Al irme, me acompañaron y me despidieron en la puerta con amabilidad. Además, en agradecimiento a mi asistencia, me obsequiaron con un catálogo y una bolsa-cesta ideal para la piscina. Estaré al tanto para la próxima.
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