Pocos días me he alegrado tanto de terminar la consulta y huir del hospital como hoy. La culpa la tienen las dichosas
maquinitas de aviso a los pacientes que han supuesto una auténtica tortura y que no han hecho más que complicarme la vida a lo largo de la mañana. Por desgracia hoy no había quirófano, por lo que el jefe había aprovechado para abrir consultas extras con las que reducir la lista de espera. Como su propio nombre indica, esta actividad se sale de la programación general. Los genios encargados de configurar las nuevas máquinas, a las que deben dirigirse los pacientes según llegan para extraer un "boleto" (porque ha demostrado ser una lotería caótica), no se debían aclarar bien con este tipo de agendas por lo que, la mía, directamente, ni la han tenido en cuenta. A los pacientes afectados el aparato les daba error y no quedaban registrados. Para terminar de cubrirse de gloria, las otras dos agendas de pacientes nuevos habían sido codificadas como una. Por ello, el diábolico invento les asignaba el mismo número a dos pacientes diferentes, que se presentaban simultáneamente en la misma consulta al avisarles por la pantalla. Para más inri, no sé por qué, alguno de mis pacientes también había sido incluido en el saco común y, en ese caso, el número se tripitía. Ni siquiera el de informática, que desde un rincón vigilaba el funcionamiento de todo, sin coscarse de este tipo de problemas hasta que he salido a hablar con él y le he hecho pasar a la consulta para que viese una demostración práctica, ha sabido explicarme la razón por la que esos pacientes sí que aparecían aunque, teóricamente, no estaban incluidos en ningún lado. Haciendo gala de eficacia me ha asegurado que la cosa no tenía arreglo en el día.
Para poder seguir con mi trabajo, he cogido la lista y he salido a llamar a la sala, en persona y de viva voz. Se me ha acercado una paciente para contarme un problema con su "número" y, con toda naturalidad, le he indicado que, el encargado de solucionar esos asuntos era el avezado informático que se había vuelto a sentar en su rincón con sus cascos puestos. Curiosamente, después de esa maniobra, el experto ha desaparecido y, como por arte de magia, no he tenido más contratiempos con las papeletas de los pacientes. Al parecer sí que se podía solucionar en el día.
Los pacientes afectados no han comprendido la necesidad de este sistema ni yo he sido capaz de explicársela. ¿Protección de datos? Llamar a los pacientes por su nombre se lleva haciendo desde los tiempos de Hipócrates y, clasificarles con un código de barras, no me parece que sea una estrategia de acercamiento en la relación médico-paciente, especialmente cuando al médico, que está en contra de la medida, le
rechinan los dientes y mandaría a los pobres enfermos a la puerta de los
descerebrados culpables de la misma.
2 comentarios:
Acabo de llegar de mis doce horas de guardia maratoniana en la urgencia, que ya hubiese querido tener Torquemada en sus métodos inquisitoriales,para cristianizar judios. Nosotros sin números, sin codigos de barras, sin pantallas pero hoy con pacientes cariñosos que nos decían !!Cómo podéis aguantar esto!!
Gracias por ponerme una sonrisa, en mis cansados labios. Por cierto, ¡ya están los trípticos!.
Sin comentarios. La verdad es que a veces creo que papá tiene razón y lo mejor sería coger la maleta y largarse bien lejos aprovechando lo de "profesores en el extranjero". Entre los del PSOE, PP y gilipollas (políticos) varios, se cargan los pilares públicos poquito a poquito.
Publicar un comentario