lunes, 2 de abril de 2012

Memoria gastronómica

Jessie Willcox Smith
Mi tía Li, que me cuidaba de pequeña, siempre dice que nunca ha visto comer tanto y tan bien a un bebé como a mí. Es una pena que no tenga memoria de esa época, porque me encantaría ser capaz de recordar cómo fue el descubrimiento de todos aquellos nuevos sabores. Mis recuerdos de comida infantil son de épocas posteriores, en relación a mi colaboración en apurar potitos, papillas y purés de fruta (mis favoritos) de mis hermanos y primos.

Uno de los primeros sabores que se me quedó grabado en la memoria es el de las chirlas. Me chiflaban. Yo debía tener apenas dos años, ya habíamos dejado atrás el Canadá y vivíamos en Madrid. Si oía el sonido de sus conchas al entrechocar cuando mi madre llegaba de la compra, la perseguía hasta la cocina. Me ponía delante de la nevera mientras guardaba las bolsas con la esperanza de que me abriese uno de aquellos moluscos y me lo diese, crudo, simplemente aliñado con un chorrito de limón. Dado que mi entusiasmo no le dejaba abrir la puerta del frigorífico hasta que conseguía mi deseo, solía salirme con la mía sin necesidad de protestar. Una vez tenía el manjar en la boca, me dedicaba a saborear, fuera del campo de paso de mi madre, aquella combinación del sabor salado a mar con el ácido del cítrico, que me parecía lo mejor del mundo.

Otro de mis pasiones gastronómicas era la carne picada, una vez aliñada para los filetes rusos (fue mucho más tarde cuando descubrí el tartar que, por supuesto, me encanta). La carne cruda, fresca, combinada con las especias, el ajo, el perejil, el pan y jugosa por el huevo, también me hacía revolotear por la cocina como un perrillo a la espera de una migaja caritativa.

Mi disposición para aparecer por la cocina enseguida fue aprovechada por mi madre y por mi abuela materna. Me convertí en una pinche y era la encargada de remover las natillas y la bechamel (que luego rebañaba), así como de montar las claras a punto de nieve (que por entonces había que hacerlo manualmente). Las claras se utilizaban luego para el bizcocho y para las natillas con nubes. Me encantaba ver a mi abuela echar con una cuchara aquel merengue en la leche hirviendo para sacarlo con la espumadera casi al instante, un poco más sólido, para reservarlo hasta terminar de preparar la crema y cubrir entonces con las blancas y esponjosas nubes la fuente de natillas antes de espolvorearle la canela. Su ligera textura, mezclada con las suaves natillas es otra de esas experiencias gastronómicas inolvidables.

También recuerdo la primera vez que probé el budin de chocolate. Lo hizo mi madre cuando vivíamos en Zaragoza. Le quedó firme pero muy fino, nada pastoso, al igual que un buen flan. Se terminó rápidamente y apuré hasta los últimos restos de la fuente, que quedó reluciente antes de meterla en el lavaplatos.

Mis papilas gustativas deben poseer una conexión directa con el hipocampo lo que me permite degustar de nuevo todos esos alimentos. Supongo que por eso me gusta mirar los escaparates de las pastelerías. Sólo con ver el aspecto puedo imaginar (y paladear mentalmente) el sabor de muchos de los pasteles que exhiben. Incluso a veces sueño con algún plato, generalmente postres, y, por supuesto, lo saboreo. Siempre es delicioso. Para una golosa como yo, es un don genial.

3 comentarios:

Javier Comas dijo...

¡Buenos días! Un video que viene muy al hilo acerca de Lunas, recuerdos, evocaciones y cosas de médicos. Del disco "Interpolar" de Eloy Terrero. El tema se llama " Para Javier y Fran a modo de caja de música" Y nunca me había preguntado que sabores retiene mi cabeza en mi infancia, pero pensando, pensando, las papillas de Maizena y leche para cenar que me hacía mimadre, regadas con el comentario de mi padre ·A ver si este niño come algo...

http://www.youtube.com/watch?v=qB_1LKgS1DY

Pacuelo dijo...

Realmente no recuerdo los primeros sabores que uno ya empieza a diferenciar con cierta edad, nada de dos otres años como mi hermana, pero sí tengo un gran recuerdo de los caracoles picantes que preparaba mi madre, mi plato favorito hasta que probé las angulas en cazuela de barro con ajo y un poco de cayena. Esa textura firme y a la vez tierna, combinada con el sabor de estas finas crías de anguilas mezcladas con el aceite de oliva y demás aderezos, hacen de este plato algo especial. Posiblemente también lo poco que se ponían a la mesa y la gran espectación que creaban ayudaban a que el plato fuese algo especial, ya que lo bueno y breve...
Besosss

Anónimo dijo...

'Yo tampoco recuerdo mis primeros sabores, pero si recuerdo algunos platos que me sabían a gloria. Mi madre, como todas
las madres de esta familia (todos damos fe) es una gran cocinera. Por cierto, yo no puedo comerlas, pero se de más de uno
que pasará a ver a la tita Pepi a comer alguna que otra torrija. Sole.'