La medicina es una profesión que conlleva una gran carga de responsabilidad. La salud es algo primordial para cualquier persona y son los médicos los encargados de reponerla cuando se daña. Esto no siempre es posible, lo que no implica que los pacientes asuman esta premisa. Además, todos los tratamientos tienen un riesgo asociado. Generalmente, a mayor agresividad: mayor riesgo pero, la medicina no son matemáticas y, hasta lo más sencillo, es susceptible de complicarse.
Hay dos conceptos diferentes en lo que atañe al precio de la responsabilidad, uno sería el valor del premio y el otro el precio del castigo. En el caso de los médicos españoles se espera que la recompensa venga, básicamente, de la mano del pundonor propio por la labor bien hecha. En lo que se refiere a reconocimiento, el respeto por el doctor forma parte de unos valores anticuados de educación y no hay que esperarlo so pena de acabar defraudado. Lo más fácil es encontrarse con críticas de pacientes demandantes y resabiados que se han estudiado sus síntomas por el vecino y por Internet. En cuanto a la gratificación económica es mejor que nos conformemos, simplemente, con la dignidad que supone ser los sanitarios peor pagados de Europa. Sin embargo, a la hora de exigir responsabilidades, las condenas nos equiparan a los médicos americanos, cuyo salario medio es entre 6 y 12 veces superior al nuestro (en función de si trabajan de forma pseudo-altruista para hospitales de la "beneficencia" o para seguros privados).
La discrepancia retribución-sanción es llamativa. Pese a ello, los médicos seguimos esforzándonos por sacar adelante a los pacientes. Está claro que no lo hacemos por enriquecernos, aunque muchos opinen lo contrario. Es cierto que hay casos de práctica privada en la que las facturas son altas (aunque ni se acercan a las americanas en esas mismas circunstancias). Esa factura refleja no sólo el sueldo del prestigioso facultativo, al que le funciona esta fórmula tras años de ganarse la fama a pulso, sino que también incluye los gastos de la clínica, medicación, enfermería, hospitalización, anestesista, etc...
Pese a las quejas de la Seguridad Social y sus listas de espera los pacientes prefieren la saturación pública antes que pagarse una consulta particular. Se desembolsa antes el dinero en productos de belleza de última tecnología y dudosa eficacia, que en salud, tan asumida se tiene su gratuidad. Con la Sanidad estatal y universal son muy pocos los galenos que gozan de una privada de la que depender en exclusiva. Los que consiguen rellenar con ella su cuenta bancaria lo hacen a costa de no tener tiempo para disfrutar de sus ganancias. Se limitan a vivir para trabajar e, incluso con la teoría de que el trabajo forma parte de la vida, se centran en lo profesional y se olvidan de las otras facetas. Acaban hundidos en un agotador circulo vicioso del que cada vez les cuesta más salir, pese al continuo deterioro de las condiciones laborales.
Para el Estado mantener el sistema sanitario actual, gratuito y universal, en estos tiempos de crisis, resulta difícil. La única manera de conseguirlo es la de apretar y apretar la soga con la que han rodeado a los médicos, y al resto del personal sanitario, hasta ahogarles. Ya no les preocupan las listas de espera ni las promesas. Es cierto que la cosa está mal, pero también lo es que dentro de los puestos políticos hay muchos que se podrían recortar sin menoscabo de la salud, ni de la educación (que es otra víctima incluida dentro del mismo saco), de los votantes. Aunque los médicos y profesores estemos dispuestos a hacer sacrificios por el bien del sistema, estos deberían equipararse a los del gobierno, y no me refiero a que les quiten a sus miembros una cantidad simbólica de su inflado sueldo, sino que éste sea verdaderamente equiparable al de un profesor o un sanitario público y que, al igual que ocurre con el resto de los españoles, su pensión vaya en función del tiempo y la cantidad cotizada. Se ahorraría muchísimo con estas medidas, además de con una mejor administración de los recursos, aunque, por desgracia, nadie me va a hacer caso.
2 comentarios:
¡Bravo!
La educación es la clave del futuro: de ella depende la calidad de los mimbres con los que haremos el cesto del progreso. Y la sanidad, entendida desde la óptica de la promoción de la salud, el diagnóstico precoz, el tratamiento más eficiente, la recuperación adecuada y el cuidado del enfermo crónico, es la faceta más social y humana del pomposamente llamado "estado del bienestar".
Parafraseando a Sir William Osler, es sorprendente lo poco que tiene que saber un político para llegar a un cargo, pero lo más sorprendente es que a nadie parezca sorprenderle lo mal que puede llegar a hacerlo. Y se les consiente: no solo tienen prebendas incomprensibles sino que carecen por completo de responsabilidad sobre sus actos; a no ser que sean flagrantes y notorios delincuentes, todo se arregla con "responsabilidades políticas".
¿Qué es lo más fácil para tal suerte de incompetente? Recortar antes de pensar si hay otra forma de ahorrar. ¿Y de dónde? De la partida con más cifras: los salarios. Los salarios de los que hacen las cosas, de los que no solo saben donde están los problemas reales sino que además tienen meditadas desde hace mucho las soluciones. Y luego, a pedir que todos arrimemos el hombro.
Y si no, pues privatizamos por decreto. La sanidad pública se ocupa de todo lo anteriormente referido; a la privada le interesa la enfermedad rentable. Ambos sistemas pueden coexistir y complementarse, pero pensar que como la sanidad privada tiene mejores cifras se tiene que privatizar toda la sanidad para que no haya déficit es algo que solo se le puede ocurrir a un... político.
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