Alfons Mucha |
Me encantó esta cita. Esa sensación de irrealidad es la que siento cuando escribo y se acentúa en las primeras horas de la mañana, justo antes de salir el sol. Me atrae tanto ese momento que me incita a madrugar para evitar perdérmelo. El silencio y la tranquilidad son casi completos. La luz es suave al pasar de la oscuridad de la noche a la palidez gris del alba. La luna, grande y transparente, casi a ras del suelo, coincide con el sol que surge entre jirones de nubes rosas en el horizonte. Sin saber cómo, el cielo se vuelve de un azul más intenso por momentos y devuelve el contraste a los colores. Incluso si ha llovido y el día es gris, con la humedad, los objetos se recubren de una pátina de brillo plateado.
A esas horas, recién levantada, el recuerdo del sueño no se ha borrado todavía de mi mente y es el instante que escogen mis personajes para hacer su aparición, cuando la hacen. Disfruto con su compañía y les echo de menos cuando no están. Es cierto que, si deciden visitarme, suelen ser bastante reticentes a pasar desapercibidos y ellos mismos se encargan de despertarme. Ni que decir tiene que, aunque sea de madrugada, con ese tipo de despertador nunca me parece una hora demasiado temprana. A fin de cuentas, el hecho de dividir el día entre los cuadrantes de un reloj es algo que pertenece al mundo real y no al de la magia de la escritura. Entre historias el tiempo vuela. Antes de darme cuenta, debo abandonar la fantasía y regresar a la realidad de la rutina. Es una despedida nostálgica, de esas que se sienten al dejar el hogar y la familia, y que siempre va acompañada del deseo de volver. Intento guardar memorias con las que agarrar esas historias, ante la incertidumbre de revivir esa sensación de nuevo y el temor a perder definitivamente ese rincón de creatividad. Es algo que forma parte de uno mismo.
“Candle” Vladimir Kush |
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