domingo, 22 de julio de 2012

Distinta identidad

Las gemelas eran nuestros ídolos reales de la infancia. Teníamos los héroes de las series de la tele: Comando G, los ángeles de Charlie, pero esos pertenecían a la ficción americana y eran material para nuestros juegos. Sin embargo, nuestras admiradas gemelas existían de verdad, hechas de carne y hueso y de algo más. Eran guapas, divertidas, imaginativas y muy vitales. Las adorábamos.

Ambas son el claro ejemplo de que aunque los rasgos físicos sean hereditarios, en la personalidad hay otros factores. Indiscutiblemente M era la que llevaba voz cantante, era mi heroína personal con su empuje y su capacidad de decisión. P era más dulce y secundaba todas las ideas de M. Por supuesto nunca le llevaba la contraria (no creo ni que se le pasase por la cabeza). P era la heroína de hermanísima. Ambas eran inseparables y cuando iban a la Granja con la tita Mercedes todos los primos abandonábamos nuestras ocupaciones para escuchar sus fascinantes historias y poner en práctica cualquier nueva idea o juego que trajesen. Todo lo que ellas propusiesen era por definición aceptado y secundado por unanimidad, al menos entre los niños. Los adultos se libraban de nosotros mientras ellas nos entretenían, y ni les preocupaba en qué nos manteníamos ocupados. Confiaban ciegamente en nuestras divertidas niñeras, aunque tan sólo fuesen cuatro años mayores que yo.

Sus visitas eran siempre demasiado cortas. El mismo día de su llegada, o con suerte el siguiente, abandonaban la Granja para irse a Canena. Todos protestábamos consternados ante lo que nos parecía una tremenda injusticia. ¡Si acababan de llegar! ¡Las queríamos para nosotros, en exclusividad! ¿Por qué teníamos que compartirlas con el resto de la familia? Por supuesto ellas lo pasaban estupendamente en el pequeño pueblo. También allí eran las reinas indiscutibles y, además, presentaba el aliciente de que se juntaban con primos y amigos en su grupo de edad, y no con una panda de salvajes pitufos.

Lógicamente crecieron, se casaron y se separaron físicamente, aunque el vínculo emocional entre ambas siempre se ha mantenido inalterado. El marido de P es como ella: un buenazo cariñoso, dulce, atento y guapo (rubio, ojos azules, como las mismas "gemes", con una sonrisa entre la de Robert Redford y Brad Pitt, que nos encandilaba cuando eramos unas crías. El comentario generalizado entre las primas al conocerle fue ¿habéis visto qué guapo es el novio de la gemela? Ninguna nos habíamos quedado ciegas, aunque sí miopes en mi caso, así que, con o sin gafas, todas lo habíamos visto). Del de M casi mejor ni hablar. Decir que no se la merecía. Tras muchos años, mostró un día su cara oculta, cuando no hacía ninguna falta que la enseñase. Nos sorprendió a todos, y no de una manera positiva. Después de tanto tiempo juntos, a M, lógicamente más chocada aún que el resto, le afectó mucho y le costó superarlo. Los papeles se invirtieron y P fue su apoyo fundamental. Su empuje la sacó a flote por mucho que el otro se esforzase en hundirla de nuevo. No hay nada más ruin que el chantaje emocional. La geme no tiene caras ocultas y es la de siempre: encantadora, expansiva, resuelta y con un gran magnetismo. Hechas de carne y hueso y "algo más" (¡y por partida doble!).

¡MUCHAS FELICIDADES GEMES!

2 comentarios:

El tito Paco dijo...

Mi relación con las gemelas, a quienes mando mi más cariñosa felicitación, empezó, sin duda, de una manera traumática. Llevado, por supuesto, de la mejor de las intenciones, se me ocurrió que nada era mejor para divertir a las niñas (eran muy muy pequeñas) que hacer el perro. Lo que las criaturas vieron fue un monstruo aparentemente humano que las atacaba ladrando alrededor de la mesa, mientras corrían todo lo que daban sus piernecitas. El terror adquirido tardó años en borrarse (y no sé si se ha ido del todo, ni nunca lo sabré). Aprendí, de ese modo, una lección que siempre me ha servido, que a los niños (y a los animales) hay que dejarlos tranquilos, que ya se acercarán cuando quieran. Menos mal que Grumpy no estaba ni en proyecto, porque me temo que la anécdota (repetida, por cierto, pues, como ella, soy inasequible al desaliento y convencido de que la reiteración educa) se hubiera convertido en una historia de terror. Si voy a ser el protagonista de una maldad, prefiero contarla a mi manera, lo que me da la oportunidad de reírme de mí mismo, dentro de mis límites, claro.

Anónimo dijo...

Muchas gracias,tus palabras nos han emocionado.Por cierto mi hermanita tiene pánico a los perros ,yo no, me gustan.Un beso para los dos.