"¡Yo para ser feliz quiero un camión!... tralaralala" Esta canción se me viene a la cabeza muchas mañanas mientras voy metida en mi pequeño utilitario y veo por el espejo retrovisor cómo se abalanza una bestia de hierro sobre mí. Ante la inminente amenaza, me aparto todo lo rápido de lo que soy capaz y trato de quitármelo de encima cuánto antes. Poco después aparece otro, ¡y otro! ¡y otro más detrás de éste! Hay un auténtico ejército de estos todopoderosos tanques suelto por Madrid. En caso de necesidad, el Ministerio de Defensa puede recurrir a expropiar esos ingenios y dedicarlos a un uso más adecuado a su estructura. Los esquivo, con su aspecto agresivo, cualidad de la contaminan a su auriga, mejor procuro mantenerme alejada de ellos. No siempre es posible. Puede que suceda la terrible desgracia de que el carril de la derecha esté ocupado. Obligo a la fiera a esperar. Suelta sus rugidos de protesta. Enciende sus terroríficos ojos y deja relucir su advertencia. ¡Está dispuesto a arrollarme si no desaparezco de su camino en ese preciso instante! Su tiempo es precioso ¿Cómo me atrevo a entorpecer su trayecto? Mi osadía es imperdonable. Su trasto y él son los dueños indiscutibles de la calzada, al parecer ésta viene de serie junto con el mastodonte.
El coche de la derecha acelera si yo lo hago y la montaña de metal que llevo detrás se pega aún más a mi culo, no sea que intente escapar sin haberle permitido adelantar. Es el líder indiscutible de la manada y debe ir en primera posición. ¡Estoy atrapada! Tengo un imbécil pisahuevos de los de "no vas a adelantarme porque yo también sé correr" a un lado y un degenerado aspirante frustrado a general de artillería pesada a mi espalda. Piso un poco más el acelerador mientras miro por si hubiese alguna luz azul de la policía a la vista que me obligue a frenar hasta los límites legales de velocidad, y aleje de paso al impaciente energúmeno de mi estela. ¡Nada! Con los recortes ya sólo hay policías en las cunetas preparados para recaudar, no existen los vehículos disuasorios. Ahora soy yo la que, sin querer, se acerca poco a poco, cada vez más deprisa, al coche de delante. Suspiro aliviada de encontrar un obstáculo y freno a una distancia medio prudencial. El coche barrera de mi derecha no acompaña mi jugada y, arrastrado por su la inercia de su estupidez, me adelanta. Por fin puedo aprovechar para echarme a ese carril y librarme del intimidante matón. Me apresuro a hacer esa maniobra.
La mole de acero ocupa mi posición y es retenida a mi lado por el coche que me ha frenado. Noto cómo se enrabieta. Oigo su rugido y veo los reflejos de sus faros en la pintura del maletero del pobre incauto que se le ha puesto delante. El conductor ni se inmuta. Me fijo un poco más en el valeroso adalid que se aventura a desafiar así al exaltado bruto. Me encuentro con una intrépida ancianita, ensimismada por completo en la exigente tarea que tiene entre manos. Mira fijamente la carretera, estudia el asfalto y las líneas sin tan siquiera pestañear, con los ojos guiñados tras sus gafas de culo de vaso, con la mandíbula pegada al volante y con las rodillas en el salpicadero, dobladas pese a la artrosis por encima del nivel natural los codos. Su rostro crispado y sus facciones sugieren la velocidad de un Fórmula 1. Su gesto de concentración se transforma en uno de pánico cada vez que sobrepasa los sesenta km por hora. Ni ve, ni oye, ni es consciente de la amenaza que cierne su sombra sobre ella. Con el furioso humo de su particular guardaespaldas pegado a su maletero, continúa su camino, feliz en su ignorancia.
2 comentarios:
Estos articulitos son los que a mi me gustan para reirme un rato. ¡Muy bueno! yademás real como la vida misma.
No demos ideas. En este escrito aparece la palabra “auriga” y me parece que si alguno de estos energúmenos llegase a relacionar auriga con cuadriga; cuadriga con Ben Hur; Ben Hur con Mesala; Mesala con carro griego; Carro griego con cuchillas como guadañas acopladas a los ejes que cortan todo lo que se interpone a su camino. Pues eso, no demos ideas no vaya a ser que se les ocurra emular el carro de Mesala y se las coloque a su todo terreno como embellecedores de sus ruedas.
Es cierto que conducir en las grandes ciudades se parece mucho a las carreras de los circos romanos, donde no existía la ley y mucho menos la cortesía.
Un beso, JMD.
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