sábado, 9 de marzo de 2013

El dragón blanco

He soñado con un dragón blanco. Un dragón níveo de cuello largo, esbelto, inmenso y elegante. Era impresionante, tan hermoso que no podía apartar de ella la mirada, porque no sé cómo, al verla he tenido la certeza de que mi dragón era una hembra.

Yo estaba sentada al borde de un lago, poco antes del giro de su orilla tras el cual se situaba un pueblo que esperaba impaciente la llegada del carnaval. La fiesta empezaría esa tarde, poco antes de la puesta de sol, y se prolongaría a lo largo de la noche en la que, en la plaza principal, se concederían regalos y premios a los mejores disfraces. Los participantes debían bajar nadando por el lago, salir desde la orilla opuesta al pueblo, vestidos con su disfraz, pero yo este detalle no lo conocía aún. Fue House el que, más adelante en el sueño, al igual que los nadadores, en lugar de ir por el camino, se metió en el lago y nadó hasta el pueblo para desvelar el misterio.

Mientras estaba allí quieta, contemplando el paisaje, me sorprendió el primer nadador, por supuesto disfrazado, aunque al despertar he olvidado los disfraces que lucían. En su traslado le acompañaba un grueso rinoceronte que flotaba junto a él en el agua, tranquilamente, como si aquella escolta fuese algo natural. Les vi deslizarse justo por delante de mí. Tras ese primer rinoceronte, un macho, a su zaga, surgió su compañera. Como en un arca de Noé, cada uno de los futuros participantes del carnaval apareció junto con un séquito formado por una pareja de animales, tan reales como extraordinarios: elefantes africanos de grandes orejas y piel clara, hipopótamos, sobrecogedores tigres y traviesos osos polares que llegaban hasta la orilla para jugar y subían y bajaban por las escaleras del hall de la casa en la que nos alojábamos.

Fue entonces cuando llegó mi dragón blanco. Navegaba cerca del centro del lago, por delante de su nadador al que también acompañaba un segundo animal, que no recuerdo. El dragón me miró, de todos los que se habían cruzado conmigo ese día fue el único que lo hizo. Giró su largo cuello, que sobresalía como un mástil tallado sobre la superficie del agua, inclinó su cabeza y sus ojos almendrados y grandes resbalaron sobre mí, se posaron sin fijarse, simplemente para captar mi atención. No lo reconocí en ese momento, no supe que se trataba de un dragón, tan sólo que era algo maravilloso, vivo, mágico e inesperado, que nunca antes había visto y que deseaba volver a ver. Lo perdí al acercarse al pueblo, desapareció al pasar entre los árboles que ocultaban la curva del lago.

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