Todos nos sentimos protagonistas de nuestras propias vidas por lo que es fácil mirar el mundo desde la perspectiva de su propio ombligo. Ponerse en el lugar de otro requiere una cierta abstracción, especialmente cuando el otro no es un ser especialmente querido ni conocido. No obstante, hay gente con tal afán de notoriedad, que comprende mal este concepto y cree que los demás deben asumir, obligatoriamente, su punto de vista y que aceptarán, sin discutir, su dictadura absolutista. Imponen su presencia y sus ideas, no toleran la oposición, no escuchan ni dejan hablar. Una vez descubren la gesta que les alzará en la cima del poder, fiscalizan la evolución de su plan e invaden el espacio personal e íntimo de los que consideran sus súbditos hasta ahogarles. Son tan egoístas que consiguen el efecto contrario y se ganan la animadversión de todos los que le rodean que trataran de boicotear sus decisiones. Con su actitud demuestran su grandes carencias de inteligencia. Un necio poderoso se convierte en un déspota.
Si alguien pretende que los demás acaten sus órdenes de buen grado tiene que hacerlo de tal modo que parezca que la idea no es suya sino que se ha originado gracias a las sugerencias de los que le rodean. Quitarse el mérito y achacárselo a los que se pretende convencer es la forma infalible de triunfar. Si uno asume la autoría del plan, lógicamente no va a quejarse de este, sino que lo secundará y tratará de vender sus bondades. Claro que, aunque la tasa de éxito es mucho mayor, esta estrategia requiere unas habilidades que no están al alcance de todos. La perspicacia es fundamental así como una cierta empatía, ya sea auténtica o fingida. Los líderes natos poseen esta valiosa cualidad mientras que, los manipuladores aprenden a simularla. Si su nivel de ambición se mantiene controlado por debajo de la intensidad de su gancho, mantendrán el éxito y la satisfacción de su entorno. Si la ambición supera sus capacidades de seducción, acabarán por actuar con la misma estupidez que los que se imponen y serán rechazados como tales.
Si todos actuasen con los demás como les gustaría que les tratasen a ellos, el mundo sería un lugar diferente. De momento eso sólo se conoce como Utopía.
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