A pesar de su juventud, House aún recuerda su primer día, de pie, en el bordillo, al lado de su padre.
- ¡Al agua!- le ordenó su progenitor.
El chiquillo le miró dubitativo. ¿Habría entendido bien?
- ¡Al agua!- insistió su padre.
Pues sí, había entendido bien. Si él se lo ordenaba sería por algo aunque de entrada no le resultaba un plan demasiado tentador. Obedeció y se lanzó al agua. ¿Y ahora qué? Trató de asomar la cabeza pero aquel líquido no parecía dispuesto a colaborar. ¿Estaría su padre contento?
Aquella escena se repitió con frecuencia. El pequeño House hacía progresos día tras día. Aprendió a flotar de espaldas e imitaba los movimientos de brazos que le indicaba el profesor. Los repetía mentalmente para no equivocarse: uno arriba, otro abajo, uno arriba, otro abajo...
Llegó el último día de curso y se respiraban los nervios en el ambiente. Sin embargo la piscina estaba vacía, todos estaban fuera. Su padre le explicaba lo que se esperaba de él.
- Tienes que tirarte en esta calle y seguir por ella hasta cruzar toda la piscina. ¿De acuerdo?
El niño asintió. El otro lado estaba lejos pero allá iría si su padre se lo pedía. Se colocó en su puesto: Preparados. Listos. ¡Ya!
Se tiró al agua. Asomó la cabeza y comenzó su travesía. Contaba: uno arriba, otro abajo, uno arriba, otro abajo. Su padre le aplaudía y él seguía. Uno arriba, otro abajo. ¡Faltaba poco! Uno arriba, otro abajo. Tocó la pared y sintió los brazos de su padre que le sacaba del agua y le envolvía en una toalla. Todos le felicitaban.
Un hombre se acercó. Le regaló una copa brillante. Al parecer había ganado su carrera y su padre estaba orgulloso.
1 comentario:
Yo también recuerdo a nuestro progenitor y sus técnicas para enseñarnos a nadar. La mejor era la de "Yo te sujeto por la tripa, no te preocupes que no te suelto" ¡Menudo mentiroso! ¡Ni un segundo tardaba en quitar la mano esperando el milagro! Y lo peor es que luego le extrañaba que nadie quisiera bañarse con él.
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