En estos casos los médicos asumimos el papel de aguafiestas. La lista de recomendaciones que le damos al enfermo para preservar la salud que le queda es, para muchos, una penitencia. ¿Acaso pretendemos que pasen el purgatorio en vida? En realidad tratamos de que no pasen a "mejor" vida, porque entre la buena vida y la mejor la diferencia es pequeña y se acorta con el tiempo. Para algunos todo es "gloria" y cada vez se acercan más literalmente a ella.
Hay pacientes que para defender sus hábitos, en un esfuerzo por mantenerlos, inician una negociación con el galeno. Son como niños que comprueban hasta dónde se puede llegar, si los límites son reales u ofrecen un margen de acción. Los argumentos se repiten de una vez a otra:
- El vino es curativo (cierto que hace un par de siglos se usaba como medicina, cuando no disponían de alternativas).
- El alcohol desinfecta (la piel, que no el ingerido)
- No pretenderá que deje de tomarme mi barra de pan diaria (pues mire Ud. por donde, eso es lo que pretendo). El pan me ayuda a hacer la digestión (personalmente no creo que necesite ninguna ayuda, su organismo asimila perfectamente todo lo que necesita, y más).
- Sé que no conviene que fume pero por un par de cigarrillos al día no me pasará nada. (Pues sí, sí pasa, especialmente en lesiones cancerosas o precancerosas sobre las que hay que estar encima para que no se escapen).
Para colmo los pacientes no saben contar con exactitud, sus cuentas son flexibles. Son jugadores. Su concepto de par va por duplex y, ya puestos, con un poco de cara de póquer, seguro que pueden colar su farol o tirarse un órdago. Medir líquidos tampoco es lo suyo: las copas de Europa son copas, nada menos que de fútbol ¿acaso hay algo mejor?, y en cuanto a lo que en capacidad se refiere no es culpa suya si en una de ellas cabe más de una botella de vino. El paciente sigue las últimas tendencias en vida saludable y se limita a una sola copa al día.
Pero los médicos no jugamos, somos unos aburridos (yo especialmente que no sé ni guiñar el ojo izquierdo, ni hacer gestos disimulados, lo que me convierte en una nulidad para el mus). No estamos en la consulta para negociar. Nuestro trabajo es diagnosticar, mejor si es posible no hacerlo al buen tuntún, y poner un tratamiento, que tampoco escogemos al azar. No somos crupiers, somos mandamases que marcamos las reglas y pretendemos que se sigan a rajatabla. Seremos tanto más estrictos cuanto peor sea el estado del paciente que "tan bien se cuida". Lástima que bajar la sal, caminar, perder peso, suprimir el tabaco y el alcohol, mantener una dieta razonable y equilibrada con la actividad y el metabolismo de cada individuo no se considere popularmente como el mejor modo de cuidarse.
El jugador compra boletos y más boletos para la lotería y espera que nunca le toque. Va a la consulta con la esperanza de encontrarse con algún tipo de milagro en la revisión. No sé si es que en el ínterin se dedican a poner velas a los santos. Volver, volverán, no faltarán a la cita. A veces se quejarán por estar igual que antes (creen que con la mera visita basta) y otras son conscientes de que, cómo no han hecho lo indicado, han empeorado. El médico, ese gruñón que se preocupa lo suficiente por él como para intentar que entre en vereda, le regañará y le pondrá otro tratamiento más fuerte (que tampoco tomarán). Así seguirá el juego hasta que llegue el punto en el que precisen un ingreso y el hospital se ocupe de lo que debieran ser sus rutinas, no lúdicas, durante unos días.
1 comentario:
Y no dudes que la culpa de lo que les pase es tuya y solo tuya. Nadie asume las consecuencias, no hay causas, solo se buscan culpables. ¿Que sería de ellos si no tuvieran a quien culpar? ¡Tendrían que hacerse responsables de sus decisiones! De todo punto inaceptable.
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