miércoles, 31 de julio de 2013

El influjo de la luna

Es noche de luna llena. Su belleza nubla el sueño. Entre las sombras vuelan las brujas montadas en sus escobas. Cuelgan sus túnicas en medio del bosque y bailan desnudas entre los árboles. Sus pies golpean la tierra, su ritmo frenético la despierta. Crece la hierba hasta alcanzar su cintura, se enrolla alrededor de ellas. Giran y giran y, en cada vuelta, el viento se levanta entre sus brazos. Se agitan las hojas, suena el eco de sus voces en una canción de tierra, de hierba, de viento, de ramas, de sombras y de luz blanca.

Las brujas bajan hasta la playa. Se alza el latido del mar con la marea. El agua cubre la arena. La orilla desaparece, se inundan las grutas entre las rocas y las brujas se transforman en sirenas. Se adentran en el océano y cantan. Es una canción de mareas, de olas, de rocas y tempestad. Los barcos se adentran en la tormenta. Las voces les seducen, les arrastran. Los rayos rasgan la oscuridad y las velas. Cuando el océano se calma, no queda nada.

La luna se asoma a las ventanas y atrae todas las miradas. Las brujas tienen sed pero no quieren más agua. Penetran en los hogares de sus víctimas dormidas, rendidas bajo el ensueño de la noche y entregadas sin saberlo a su destino. En silencio se acercan a sus camas. Fluye la sangre en las venas, y fuera de ellas. Las brujas beben hasta saciarse. Suena un último canto y, entre las sábanas, reposan formas pálidas.

La luna, inocente y clara, se borra al amanecer. El día despierta y revela los estragos de su paso. Los humanos se preguntan qué es lo que les altera las noches de luna llena.

martes, 30 de julio de 2013

Buenas posturas

Mi primera clase sobre cómo adoptar una buena postura la recibí en párvulos. La profesora nos puso una campana en la cabeza y teníamos que recorrer el aula de un extremo a otro sin que sonase (y por supuesto sin que se cayese). Me pareció muy divertido. Lástima que al cambiar de colegio, en el nuevo centro no continuasen con ese tipo de enseñanza. Una pena porque con el tiempo se comprende que es una asignatura básica y muy útil que debería figurar en todos los programas educativos (no sólo de infantil, sino también de primaria, secundaria, bachillerato y universidad)

Al crecer cambia el cuerpo, se traslada el centro de gravedad y por lo tanto se altera la postura. Convertirme en adolescente no me hizo ni chispa de gracia y traté de disimular la metamorfosis. Por desgracia mi madre tenía la idea opuesta y una de las frases que más escuché en aquella época fue la de "no eches los hombros hacia delante" o la versión "estira la espalda". Cualquiera de ellas implicaba sacar pecho, a lo que me resistía, por lo que el estribillo se repetía a intervalos regulares. La Señora puede ser muy insistente y me vi todas las tardes repitiendo aburridísimos ejercicios de gimnasia, en teoría buenos para la espalda, bajo su supervisión (me preguntaba si los había hecho y nunca he sabido mentir). El problema es que el motivo de mi postura no residía en la columna por lo que, lógicamente, los ejercicios no ayudaron demasiado a corregirla (eso sí, delante de mi madre procuraba erguirme siempre que me acordaba). Seguramente el truco de pasear con una campana por el pasillo de casa habría funcionado mejor, eso sí, sin badajo, o mis progenitores hubiesen terminado por prohibir mis prácticas. Nunca lo sabré.

En el hospital descubrí la gran sabiduría de mi profesora de párvulos. En un lugar visible de todos los controles de enfermería colgaba un cartel que explicaba la posición correcta del cuerpo para realizar cada esfuerzo, desde los más básicos como el de agacharse a coger los sueros y el mejor modo de colgarlos, hasta cómo mover a los pacientes. Los carteles eran muy sencillos y aparentemente fáciles de cumplir. La realidad resultó ser bien distinta. Los dolores de espalda del personal sanitario son una constante que debería contemplarse dentro de las enfermedades laborales. Los pacientes no son un dibujo explicativo ni se comportan como tal: pesan, se mueven y los más rebeldes se enzarzan en un combate que requiere de varios sanitarios hasta hacerse con él. Los pobres celadores se llevan la peor parte.

Me las he visto a las 4 de la mañana sujetando a pulso a un paciente que pesaba tres veces más que yo para evitar que se cayese de bruces al suelo (a esas horas al neurocirujano no le iba a hacer ninguna gracia que le avisase para atender un traumatismo craneoencefálico). Para lograr semejante hazaña no pude cumplir con ninguno de los simples requisitos especificados en el famoso cartel. Mi colocación era un ejemplo de todo lo que no debía hacerse. También he paseado con toda la fuerza de mi cuerpo apoyada en una mano que intentaba contener la hemorragia de una carótida rota mientras llevábamos al paciente a la carrera desde la planta hasta el quirófano (de mi posición ni me acuerdo, es incluso posible que fuese subida en la cama). Me he ido al suelo con el impulso de un paciente que dio, involuntariamente, un mortal hacia atrás al tumbarle en la camilla. ¿Cómo lo hizo? No me lo explico. Eso sí, venía por mareo y creo que con el susto se curó de golpe (nunca mejor dicho).

El quirófano también contribuye a destrozar la espalda. En las cirugías, disecar una estructura pegada, fibrosada e infiltrada requiere adoptar y mantener posturas propias de un contorsionista, sobre todo cuando la lámpara decide no colaborar y envía su luz a cualquier punto menos al campo (y si el maldito artefacto se empeña, cualquier intento de corrección es vano, por mucho que una se cuelgue como un simio de su mango y se deje los brazos en el esfuerzo).

Definitivamente no tengo más alternativa que repetir párvulos y aplicarme muy bien en esa asignatura. ¿Me obligará la profe a aprender a operar con una campana sobre la cabeza?

lunes, 29 de julio de 2013

El sentido de la vida

La gran pregunta, que casi todo el mundo se plantea en algún momento es: ¿Cuál es el sentido de la vida? La vida es un misterio que desconocemos. Aspiramos a resolverlo e imaginamos que tras en el enigma del futuro se esconde una finalidad, más o menos memorable, pero cuyo cumplimiento logrará que nos sintamos realizados y, sobre todo, especiales. Pensamos en una meta individual, propia, que ratifique nuestra unicidad. Sin embargo la vida es algo natural, común a todos los seres vivos, y su objetivo, por tanto, también es común. ¿Cuál sería este? No hay que darle tantas vueltas, es evidente. Lo más básico, lo que subyace incluso bajo la propia evolución es la supervivencia. Esa es la gran respuesta.

La vida se basa en ese instinto, si se carece de él, el individuo se rinde y muere. Una muerte rápida, una muerte lenta, una muerte en vida, no importa, sea como sea, sin deseos de vivir se está muerto.

Desde este planteamiento la pregunta cambia: ¿por qué nos complicamos la existencia? Sencillamente porque la supervivencia natural no es nada fácil y buscamos los medios para superar los obstáculos. Cierto que conseguimos evadirnos de algunos, aunque suele ser a costa de que surjan otros nuevos. Dejamos de ser individuos aislados. Asumimos intereses comunes como propios cuando, en realidad, nos los impone la sociedad. Nos autoconvencemos de que dentro del grupo detentamos un papel concreto que marca nuestra supuesta importancia. No somos conscientes de que esa valoración es algo subjetivo: somos más relevantes para nosotros mismos que para el resto. Nos creemos imprescindibles, sin embargo es fácil demostrar que no lo somos y esa constatación es algo que nos resistimos a aceptar. No obstante ahí está: tenemos suplentes. Incluso, en un determinado momento, nosotros mismos hemos sustituido a otro, u otros, al ejercer distintos papeles. No es más que un ciclo que se continúa, que se repite, y en cuya base subyace el anhelo de continuar formando parte de él.

domingo, 28 de julio de 2013

Presencia

Sunday morning- Lauri Blank
Ya lo dice Erri de Lucca, hay nostalgias que no son nostalgias sino presencias. No se alejan, no se olvidan, no se desvanecen con el tiempo sino que están siempre ahí, a nuestro lado, en nuestros recuerdos, permanentes en un rincón de nuestra mente. Cualquier lugar, cualquier olor, cualquier detalle nos hace retroceder en el tiempo, en ese momento se vuelven corpóreos, inmediatos y regresan por un instante a nuestro lado. Son instantes dulces que dejan un poso agridulce, pero que no se cambiarían por nada del mundo y mucho menos por el olvido.

Esther va en el coche cuando paso por la cuesta al volver de casa de mis padres. Tengo grabadas las escaleras del infantil y los pasos desde el descansillo hasta el fondo del pasillo donde estaba su habitación. Los saludos a las enfermeras del turno de noche, y también a las de la mañana y la tarde, que con frecuencia se convertían en conversaciones. Es el recuerdo del sabor harinoso de las croquetas de la guardia del hospital, que la cocinera me guardaba para llevarle a Sole porque sabía que le gustaban. Es parte de la historia de un saco de dormir guardado en el maletero de mi coche, o extendido durante meses, noche tras noche, sobre el suelo del hospital para que hiciese de cama a mi prima. Pienso en las madres que, llenas de esperanza, se reunían a desayunar después de maldormir y compartir el baño de la sala de espera, y que se animaban unas a otras hasta que no podían más.

Esther tiene su hueco en las reuniones de los primos, que nunca quería perderse. En realidad nunca quiso perderse nada y por eso dejó un poco de ella en todo, aunque la mayoría la guardó para su adorada mami. Juntas agotaron hasta su último cartucho de felicidad.

sábado, 27 de julio de 2013

Athos

Athos es el héroe romántico de novela por excelencia. El mosquetero más noble, cortés y reservado. Es directo y gentil, siempre sincero, sin dobleces ni intenciones ocultas. Un hombre que esconde tras sus silencios un doloroso secreto que le atormenta. Un hombre enamorado del amor hasta el punto de idealizar a su amada y no poder olvidarla pese a descubrir su engaño y su tremendo error. Un hombre tan íntegro que incluso tras actuar con justicia, se siente culpable y no puede perdonarse. Sin embargo, su sentimiento de culpa no le convierte en un ser amargado que contagia su tristeza a los que le rodean sino que, al contrario, sus actos se encaminan a engrandecer su espíritu y su valor, a superarse y a ganar nuevos méritos con los que compensar el daño. Busca consuelo en la soledad, no desea ser compadecido, de él depende su fortaleza. Tiene momentos de flaqueza que le hacen tocar fondo pero, una vez que terminan, busca el modo de no volver a caer de nuevo en ellos.

Cada aparición suya en las páginas del libro se acompaña de un estremecimiento del corazón, de una combinación de congoja y exaltación. Congoja por su desengaño, el desencanto que le impide amar de nuevo y exaltación porque su generosidad innata despierta el deseo de abrazarle y hacerle ver que el amor real existe y que supera con creces al platónico, que compartir la vida con la persona adecuada es algo maravilloso. Athos es un personaje entrañable que merece ser correspondido con la misma pasión que él siente para hacerle recobrar la confianza en el amor y que sea feliz de nuevo.

House es mi héroe romántico personal y, en este caso, la realidad supera la ficción. Es tan íntegro, bueno, justo y generoso como el mejor de los mosqueteros. Tiene el misterio de los héroes de novela, un misterio que no oculta un oscuro secreto sino que según se revela muestra un poco más de su grandeza. Su atractivo es no sólo evidente sino profundo, de esa profundidad que otorga prestancia y que aumenta con el tiempo ya que reside en su inteligencia y en lo arraigado de sus valores. A diferencia de Athos, House no vive un romance pasado, sino que su amor está presente, lo comparte y se deja querer. Con él el corazón no se estremece por la congoja, sino por la felicidad.

Me encanta esta cita que demuestra que el amor no ciega, sino que abre los ojos:

El amor es el único modo de captar lo más profundo de la personalidad de otro ser humano. Nadie puede llegar a ser plenamente consciente de la esencia de otro ser a no ser que lo ame. Su amor le permite ver los rasgos esenciales de la persona amada, no sólo eso sino que también percibe su potencial, aquello que aún no se ha realizado pero que debiera realizarse. Lo que es más, gracias a su amor posibilita que el amado desarrolle su potencial.  Al hacerle consciente de lo que puede ser y lo que sería, lo transforma en un hecho. (Viktor Frankl)


Love is the only way to grasp another human being in the innermost core of his personality. No one can become fully aware of the very essence of another human being unless he loves him. By his love he is enabled to see the essential traits and features in the beloved person; and even more, he sees that which is potential in him, which is not yet actualized but yet ought to be actualized. Furthermore, by his love, the loving person enables the beloved person to actualize these potentialities. By making him aware of what he can be and of what he should become, he makes these potentialities come true (Viktor Frankl).

viernes, 26 de julio de 2013

Definir el amor

El amor forma parte de la vida desde el momento de la concepción. La supervivencia depende de ese instinto maternal que despiertan los bebés, una combinación de fragilidad, ternura y adoración. La criatura se convierte en el centro de atención y todos nos volvemos más cuidadosos a su alrededor. Los famosos complejos de Edipo y Electra son debidos al amor. Los primeros romances surgen en la infancia. En la adolescencia se asocian a las hormonas con efectos impredecibles. El amor apasionado nace en una tormenta, un éxtasis alrededor del cual giramos y que relativiza el resto de nuestra existencia. El amor no siempre madura, pero eso no significa que no se ame. ¿Qué es el amor maduro? En mi opinión es tener siempre en la cabeza al otro, es posible que algo idealizado, y compartir y alcanzar la propia felicidad a través de la suya, sin coartarle su libertad. El amor debe ser fácil y convertir la vida en algo mucho mejor.

No obstante hay opiniones mucho más doctas que la mía en ese aspecto. Esta es una magnífica selección de citas de Brainpickings que quería conservar y que traduzco para los no angloparlantes. 

Un proposito de la vida, independientemente de quien la controle, es amar al que esté alrededor para ser amado.
A purpose of human life, no matter who is controlling it, is to love whoever is around to be loved. Kurt Vonnegut.


Qué es el amor si no aceptar al otro, sea lo que sea.
What is love but acceptance of the other, whatever he is. Anaïs Nin.

El amor es como una fiebre que va y viene independiente a la voluntad... no hay límites de edad para el amor.
Love is like a fever which comes and goes quite independently of the will. … there are no age limits for love. Stendhal

No hay inversión segura. Amar es ser vulnerable. Ama lo que sea y tu corazón sera retorcido y posiblemente roto. Si quieres asegurarte de mantenerlo intacto, no debes entregárselo a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente en aficiones y pequeños lujos, evita cualquier lío, enciérralo en el ataúd de tu egoísmo. Pero en ese ataúd: seguro, oscuro, inmóvil y sin aire, cambiará. No se romperá sino que se convertirá en irrompible, impenetrable, irreclamable. La alternativa a la tragedia, o al menos al riesgo de tragedia, es la condena. El único lugar fuera del Cielo donde puedes estar seguro de los peligros y alteraciones del amor es el Infierno.
There is no safe investment. To love at all is to be vulnerable. Love anything, and your heart will certainly be wrung and possibly be broken. If you want to make sure of keeping it intact, you must give your heart to no one, not even to an animal. Wrap it carefully round with hobbies and little luxuries; avoid all entanglements; lock it up safe in the casket or coffin of your selfishness. But in that casket — safe, dark, motionless, airless – it will change. It will not be broken; it will become unbreakable, impenetrable, irredeemable. The alternative to tragedy, or at least to the risk of tragedy, is damnation. The only place outside Heaven where you can be perfectly safe from all the dangers and perturbations of love is Hell. C.S. Lewis

El amor puede cambiar a una persona del mismo modo que un padre puede cambiar a un bebé - con torpeza y, habitualmente, con un caos considerable.
Love can change a person the way a parent can change a baby — awkwardly, and often with a great deal of mess. Lemony Snicket

El amor no mira con los ojos, sino con la mente.
Love looks not with the eyes, but with the mind. Shakespeare

Amor (nombre): Locura temporal curable por el matrimonio.
Love, n. A temporary insanity curable by marriage. Ambrose Bierce.

Es una reflexión curiosa pero sólo cuando ves a la gente con un aspecto ridículo, te das cuenta de cuánto les amas.
It is a curious thought, but it is only when you see people looking ridiculous that you realize just how much you love them. Agatha Christie.

Nada es misterioso, ninguna relación humana. Excepto el amor.
Nothing is mysterious, no human relation. Except love. Susan Sontag

De todas las formas de precaución, la aplicada al amor es, quizás, la más letal para la verdadera felicidad.
Of all forms of caution, caution in love is perhaps the most fatal to true happiness. Bertrand Russel.

Cuanto más se juzga, menos se ama.
The more one judges, the less one loves. Honoré de Balzac

¿Qué es infierno? Sostengo que es el sufrimiento de ser incapaz de amar.
What is hell? I maintain that it is the suffering of being unable to love. Fyodor Dostoyevsky

El amor no tiene nada que ver con lo que esperas conseguir, sólo con lo que esperas dar, que es todo.
Love has nothing to do with what you are expecting to get — only with what you are expecting to give — which is everything. Katharine Hepburn.

La gente a veces dice que debes creer en los sentimientos arraigados en tu interior, de otro modo nunca confiarías en cosas como "mi esposa me ama". Pero este es un mal argumento. Puede ser evidente que alguien te ama. Durante todo el día, mientras estás con alguien que te ama, ves y escuchas pequeñas muestras de esa evidencia y todas ellas se suman. No es sólo una sensación, como la que los sacerdotes denominan revelación. Hay detalles externos que respaldan esa sensación interna: el cruce de miradas, la ternura en la voz, los pequeños favores y gestos; esto es evidencia real.
People sometimes say that you must believe in feelings deep inside, otherwise you’d never be confident of things like ‘My wife loves me’. But this is a bad argument. There can be plenty of evidence that somebody loves you. All through the day when you are with somebody who loves you, you see and hear lots of little tidbits of evidence, and they all add up. It isn’t purely inside feeling, like the feeling that priests call revelation. There are outside things to back up the inside feeling: looks in the eye, tender notes in the voice, little favors and kindnesses; this is all real evidence. Richard Dawkins.

El amor es como la niebla del amanecer, cuando despiertas antes de que salga el sol. Sólo es un momento y se esfuma... El amor es esa niebla que se esfuma con la primera luz de la realidad.
Love is kind of like when you see a fog in the morning, when you wake up before the sun comes out. It’s just a little while, and then it burns away… Love is a fog that burns with the first daylight of reality. Charles Bukowski

El amor es una fuerza indomable. Cuando tratamos de controlarla, nos destruye. Cuando tratamos de apresarla, nos esclaviza. Cuando tratamos de entenderla, nos deja perdidos y confusos.
Love is an untamed force. When we try to control it, it destroys us. When we try to imprison it, it enslaves us. When we try to understand it, it leaves us feeling lost and confused. Paulo Coelho.

El amor no empieza y termina del modo que pensamos que lo hace. El amor es una batalla, el amor es una guerra; el amor es crecer.
Love does not begin and end the way we seem to think it does. Love is a battle, love is a war; love is a growing up. James Baldwin.

El que se enamora busca las piezas perdidas de uno mismo. Por eso cualquiera que está enamorado se entristece cuando piensa en su amante. Es como regresar a una habitación de la que tienes memorias entrañables y que no has visto en mucho tiempo.
Anyone who falls in love is searching for the missing pieces of themselves. So anyone who’s in love gets sad when they think of their lover. It’s like stepping back inside a room you have fond memories of, one you haven’t seen in a long time. Haruki Murakami

El amor es comprender la difícil idea de que algo, aparte de uno mismo, es real.
Love is the very difficult understanding that something other than yourself is real. Iris Murdoch.

El amor es una locura temporal, estalla como un volcán y luego se calma. Y cuando se calma, hay que tomar una decisión. Hay que descubrir si las raíces están tan entrelazadas que es inconcebible la idea de separarse. Porque eso es lo que es el amor. El amor no es la falta de aliento, la excitación, las promesas de pasión eterna, el deseo de aparearse cada minuto del día, ni el permanecer despierto imaginando que se besa cada recoveco de su cuerpo. No, no te sonrojes, te digo la verdad. Eso es sólo estar "enamorado", algo que puede hacer cualquier tonto. El amor en sí es lo que queda cuando el enamoramiento se ha consumido, y esto es a la vez un arte y un accidente afortunado.
Love is a temporary madness, it erupts like volcanoes and then subsides. And when it subsides, you have to make a decision. You have to work out whether your roots have so entwined together that it is inconceivable that you should ever part. Because this is what love is. Love is not breathlessness, it is not excitement, it is not the promulgation of promises of eternal passion, it is not the desire to mate every second minute of the day, it is not lying awake at night imagining that he is kissing every cranny of your body. No, don’t blush, I am telling you some truths. That is just being “in love”, which any fool can do. Love itself is what is left over when being in love has burned away, and this is both an art and a fortunate accident. Louis de Bernières in Corelli’s Mandolin.

Puedes transmutar el amor, ignorarlo, confundirlo, pero nunca puedes arrancártelo. Sé por experiencia que los poetas tienen razón: el amor es eterno.
You can transmute love, ignore it, muddle it, but you can never pull it out of you. I know by experience that the poets are right: love is eternal. E. M. Forster.

El amor no consiste en mirarse uno a otro, sino en mirar juntos hacia fuera, en la misma dirección.
Love does not consist of gazing at each other, but in looking outward together in the same direction. Antoine de Saint-Exupéry.

jueves, 25 de julio de 2013

La aventura de regar (reeditada)

(Esta aventura sucedió hace casi un año pero, por motivos ajenos a mi voluntad, ha tenido que permanecer en barbecho. Esta sería la versión apta para su publicación tras la aplicación del 4º mandamiento al original.)

Tras una tarde de viernes haciendo pereza en el sofá, entretenida con el tenis y otros deportes de los JJOO, miro el reloj. Ya no puedo remolonear más. Le he prometido a mi madre que lo haría y esas promesas hay que cumplirlas. Me giro. Pongo un pie en el suelo. Me lo pienso otro poco. Hago cálculos: sumo el tiempo del trayecto, el tiempo que emplearé en regar: preparar la regadera, empapar las primeras plantas, rellenar la regadera (es pequeña, lo que tiene la ventaja de ser ligera y la desventaja de resultar insuficiente para la flora amazónica que decora la terraza de mis padres), vaciarla de nuevo, y repetir la operación una vez más, volver a cargar agua antes de ir de una terraza a la otra (cruzo los dedos para que me llegue el agua y no tener que regresar a la cocina a por más), un rato extra, para mi momento en la piscina, y le añado el tiempo de regresar. Está claro, no puedo demorarme más.

Hago acopio de ánimos. Me pongo el bañador y un vestido playero por encima. Cojo la cesta. Meto la toalla y acoplo el bolso en el interior. Doy un beso a House que me ve partir desde su cómoda posición, totalmente repanchingado en el sofá. ¡Qué envidia me da! (y lo sabe)

El tráfico en Madrid un viernes por la tarde de principios de Agosto es casi nulo. Hay trechos en los que voy sola por el asfalto. Se agradece esa ausencia de conductores a mi  alrededor. No les echo de menos, ya tengo más que suficientes compañeros diariamente mientras voy y vuelvo, a y del, hospital.

Al llegar a casa de mis padres aparco delante del portal. Enciendo el móvil mientras subo. Si la alarma me juega una mala pasada, prefiero tenerlo listo. Una vez todo en orden, abro la puerta. El pitido intermitente no es un saludo de bienvenida ante mi entrada, sino que me indica que la alarma está conectada. Dispongo de unos segundos antes de que decida transformarse en una sirena. Corro a desconectarla. ¡No funciona! El pitido se acelera, y mi corazón con él. La tecnología se rebela contra mí. Lo intento desesperadamente, el ruido no contribuye a la calma. Se dispara la alarma en todo su ensordecedor volumen un segundo antes de que logre apagarla. Oigo el receptor antes de que se corte. Con el estrépito me pierdo lo que dicen. Suena el móvil. Es la Señora. Ha recibido un mensaje con la incidencia y con su correcta resolución.
- ¡Hola mamá! He venido a regar las plantas, como te prometí. La alarma no quería apagarse pero al final parece que lo he conseguido.
-  Sí, he recibido un mensaje de que todo estaba de nuevo bien.
- Lo único es que el altavoz se ha quedado encendido.
Me explica cómo devolverlo a la posición de stand-by. Lo hago, sin más problemas. Me sugiere que conecte la alarma de nuevo, para ensayar, y para comprobarla. Me muestro algo reacia: demasiadas sirenas en mi vida últimamente. La Señora insiste y, conociéndola, es mejor ceder.

Resignada a mi suerte, llena de malos presagios, aprieto el botón. Salgo, cierro y abro inmediatamente. Pitidos de nuevo. Hago la maniobra de apagado. No funciona. ¡Otra vez! Insisto. Sigue sin funcionar. Mi madre al teléfono me indica cómo hacerlo correctamente. Compruebo que, efectivamente, lo estoy haciendo correctamente. Por mucho que me empeñe el dichoso chisme no se apaga. Sale rodando una de las tuercas y se desarma el maldito cacharro. Salta otra vez la infernal sirena. Salta el altavoz de la central. Mi madre me habla por el teléfono y entre el barrullo ensordecedor de la sirena, con la Señora en una oreja, trato de comunicarme con el de la empresa de Seguridad. Mi madre intenta hablar conmigo al mismo tiempo. No entiendo a ninguno. Contesto al tuntún. El estruendo termina. Puedo oír, aunque con ambos hablando a la vez no comprendo a ninguno de ellos. Le hago caso al de la compañía, le explico lo que ha sucedido. La Señora atiende, mete baza ocasionalmente, trata de ayudarme sin interrumpir. Finalmente el hombre decide llamarme al teléfono fijo. Suena el teléfono, me van a pasar con el Servicio técnico. Me indican que no cuelgue. Es la Señora la que lo hace, antes me pide que la avise cuando termine para contarle lo que me digan. Suena una música ratonera y, a continuación, la señal de  que se ha cortado la comunicación. Cuelgo. Espero. Nada. Espero más. Nada de nada. Opto por regar las plantas. Termino mi tarea sin que nadie dé señales de vida. Nueva llamada a la Señora.
- Mamá, ya he regado las plantas. No han vuelto a llamar los de la empresa.
- De acuerdo. Ya les llamaré yo para arreglarlo todo.
- Me voy. Han desconectado ellos la alarma. ¿Qué hago?
- Prueba a conectarla como antes.
¡¿Prueba?! No sé qué tara relacionada con la obediencia materna me queda de la infancia, pero el caso es que me dispongo a ello. En fin, esperemos que no me dé un nuevo disgusto. Dejo todo en su sitio y cojo todas mis cosas, me cuelgo mi enorme cesta dispuesta a huir en caso de que se desate de nuevo la debacle acústica sobre mí. Abro la puerta (cuanto menos obstáculos en la huida, mejor), con mano temblorosa le doy al botón: pi-pi-pi... Cierro la puerta (con llave y cerrojo). Sigue el pi-pi-pi.
- Mamá, esto pita.
- Es lo normal.
Pi-pi-pi-pi-pi (demasiados pis, más rápidos, esto no me gusta)
- Ahora pita más.
- Siempre lo hace así.
Piiiiii...
- Y ahora suena seguido.
- Eso lo hace antes de callarse.
Un rato eterno de piiii... y, efectivamente, se hace el silencio. ¡Bendito sea! ¡Al fin ha terminado todo! ¿Todo? ¡Ja! Me las prometía muy felices.
- Espera un momento- oigo por la línea. - Tu padre quiere hablar contigo.

Tiemblo. Esto promete ser peor que todas las alarmas de la dichosa empresa sonando a la vez.
- ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¿Qué has roto?
Se lo explico tranquilamente, a fin de cuentas nada de lo sucedido ha sido culpa mía. Me despido y desconecto el móvil. ¡Cuanto me gusta esa tecla que permite anularlo a voluntad! ¡Me gusta tanto que nunca lo enciendo! (corrijo, casi nunca, y cuando lo hago, esto es lo que pasa)

Después de tanta contrariedad, necesito desfogarme, soltar humo y destensar nervios. Me dirijo a la piscina. Me lanzo al agua de cabeza. Nado, nado y nado. Un largo tras otro. No me canso. La adrenalina sigue a tope. Acelero. Pataleo. Me tumbo de espaldas. Floto. El agua está blanda, sedosa y suave, en calma. Me relaja. Salgo. Bajo el chorro de la ducha decido que aún necesito más. Me tiro de nuevo a la piscina. Otro par de largos. Mejor. Ya sí que salgo, me paso la toalla y emprendo el regreso.

Descubro que con tanto trajín me he olvidado de sacar las recetas de mi padre de la cesta de la piscina. ¡En fin! Añadiré alguna de algún tranquilizante y me tomaré uno cuando me toque volver a regar las plantas (si es que regreso). De momento: ¡Bienvenidas al desierto! Espero que resistan bien la sed.

miércoles, 24 de julio de 2013

El Olimpo hospitalario

Quizás llamar Olimpo al hospital pueda parecer excesivo, pero hay casos en que la cosa no anda tan desencaminada. Un hospital no es un templo monoteísta, los doctores endiosados que lo habitan son, por desgracia, más de uno. No me refiero a los que se hallan en la cúpula de la gerencia, con los que no mantengo un trato que me permita emitir una valoración, sino facultativos que andan supuestamente a pie de cama (aunque allí es donde hay menos probabilidades de encontrárselos). Se erigen en el todopoderoso Zeus, sin olvidarse de sus hermanos, Poseidón (aunque el hospital no sea un océano, en su interior se manejan muchos fluidos) y Hades (cierto que por ese puesto del inframundo hay menos aspirantes, pero eso no quiere decir que no tenga candidaturas). Son sólo una minoría pero, con uno solo que se asome, basta y sobra. Dará más guerra que nadie al tiempo que despertará la indignación del resto de los médicos que pululan habitualmente por el hospital, mortales que no entran dentro de esa excelsa categoría y que constituyen, afortunadamente, la gran mayoría.

En cuanto se reconoce a un Dr. Dios lo mejor es hacerse ateo y evitar su trato. ¿Por qué? Sencillamente porque no son ni omnipotentes ni infalibles, pero sí intransigentes. Ordenan, mandan y disponen según consideran. Organizan el trabajo del resto, aunque tenga poca relación con el suyo. No consideran ningún factor que no se base en su propio criterio. Se crecen tanto que, a pesar de la elevación, pierden la perspectiva. Algunos se ciegan, deslumbrados por su propia luz, y otros se vuelven tan sólo miopes. El caso es que se alejan demasiado, no aprecian los detalles por lo que su juicio se resiente. Por supuesto jamás yerran, son los demás los que se equivocan. Ellos son dioses, perfectos y sin defectos.

PS: Si alguien se da directamente por aludido en esta entrada le aconsejo que, antes de lapidarme, se analice. 

martes, 23 de julio de 2013

Inseguridades

Las inseguridades son esas lacras con las que cargamos y que nos impiden hacer cosas que deseamos, sencillamente porque no nos atrevemos. No opinamos por miedo a decir una tontería, no contestamos a una pregunta que pensamos que tiene trampa, aunque no sea así, por no parecer ignorantes, no nos ponemos tal o cual ropa porque nos acompleja una determinada parte de nuestro cuerpo. Nos convencemos de que los demás nos juzgan continuamente y nos sometemos a ese juicio con el estigma de culpabilidad marcado en la mirada, aunque no sepamos de qué se nos acusa.

La inseguridad va de la mano del  miedo. A veces se toma como timidez pero en realidad es cobardía. Es un miedo basado fundamentalmente en dos temores: el de no ser aceptado dentro del grupo, que hace que nos retraigamos dentro de nuestro cascarón, y el de equivocarse y hacer el ridículo, y que se rían de uno. El problema no es el qué dirán, sino lo que pensamos que pueden decir, y que nos decimos por los demás, con o sin razón. El problema de la inseguridad radica en que los que tenemos problemas para aceptarnos somos nosotros mismos. Durante una época de nuestras vidas deseamos ser otros, escogemos un modelo con el que nos comparamos y al que tratamos de parecernos. Es lógico que se fracase en el intento: se puede imitar a alguien pero no convertirse en él. Supongo que nuestros modelos también tendrán sus inseguridades pero no las muestran, o no las percibimos. Por el contrario, su actitud provoca la impresión de que han nacidos satisfechos dentro de su pellejo.

Afortunadamente la inseguridad va asociada a la inmadurez por lo que es una de esas cosas que se pierde con los años (no todo iba a ser deterioro). Durante la adolescencia y la juventud, al igual que las hormonas y el físico, está en pleno apogeo. Se dice que el mundo es de los jóvenes pero hay pocos jóvenes que se arriesguen a comerse el mundo. Les falta el arrojo que da la autoconfianza para lanzarse a ello. Según el físico decae, paradójicamente, también lo hace la inseguridad. Nos importa menos lo que piense el resto. No sé si es un mecanismo de defensa asociado al deslustre de la madurez porque, claramente, aunque mentalmente estemos mejor, físicamente sucede lo contrario. Sin embargo ahí estamos a los 40, defendiendo a capa y espada que, al igual que el buen vino, mejoramos con los años.  No sé si es que nos hemos habituado a convivir con nosotros y realzamos nuestras virtudes con orgullo y asumimos nuestros defectos, con aire de inevitabilidad, para aceptarnos con todo el paquete.

El trayecto que ya hemos avanzado nos marca una ruta por la que nos sentimos seguros. Somos animales de costumbres y trillamos el camino hasta convertirlo en rutina, en ocasiones hasta llegar a la monotonía. El problema sobreviene cuando nos tenemos que salir de ella hacia lo desconocido ¿Recuperamos entonces nuestra vieja inseguridad? En parte sí, pero la experiencia nos da un arma a la que aferrarnos. Nos apoyamos en  que nos sabemos capaces de superarnos, porque ya lo hemos hecho antes, y nos enfrentamos con más facilidad a la posible opinión del mundo porque albergamos sólo dudas razonables sobre la propia.

lunes, 22 de julio de 2013

Príncipes de colores

Los príncipes azules escasean y los pocos que hay están muy solicitados. Hay lista de espera para hacerse con uno y tampoco está demostrado que sean tan maravillosos como cabe imaginar. Nadie te cuenta cómo continúa el cuento tras el final feliz, de la boda. Está la frase de "y vivieron felices y comieron perdices" pero como resumen es un tanto vago. 

Si hay príncipes azules también debe de haberlos de otros colores. No todas las princesas son rosas, de hecho abundan más las de color márfil.  Me pregunto: ¿por qué nadie quiere a los no azules? Seguro que están más disponibles. 

En la misma línea de la princesa rosa estaría su equivalente, el príncipe rosa: dulce, tierno, suave y acaramelado. Quizás resulte algo cursi y demasiado empalagoso. Eso si no está más apegado a las faldas de la reina madre de lo recomendable. 

Pasemos a la opción del príncipe blanco, montado sobre su níveo corcel. Antes de perder la cabeza ante semejante visión conviene cerciorarse del funcionamiento de las lavanderías de palacio, no sea que no se gane para disgustos, o para trajes. 

Si no es blanco, será negro. Es el sueño del Príncipe Negro: enigmático, misterioso, seductor y muy, muy peligroso. Causa estragos, al igual que un vampiro. Si siempre lo escogen como el malo de los cuentos debe de haber un motivo, así que cuidado con fiarse de él o el sueño se convertirá en pesadilla. Sería la pareja perfecta de la madrastra de Blancanieves. 

Entre el blanco y el negro nos queda la alternativa del gris. Sin embargo un príncipe gris suena triste, incluso aburrido. El panorama de su reino no es precisamente prometedor: un castillo de piedra bajo un cielo encapotado de nubes. Hace frío y el viento sopla entre los troncos grisáceos de los árboles sin hojas. Su murmullo, y algún susurro aislado, son los únicos sonidos que rompen el silencio. La lluvia convierte en lodo el polvo de los caminos y vacía las calles adoquinadas de la ciudad gris. Sinceramente, o se padece de daltonismo, o todo resulta demasiado monocromático. 

Pienso en un príncipe amarillo y se me viene a la cabeza Blas. El naranja, por analogía, se lo asigno a Epi. El primero es demasiado comedido , supongo que porque  goza de poca salud, su ictericia color limón es un claro signo. El segundo peca de inmaduro y ha abusado de los betacarotenos de las zanahorias. A pesar del encanto que les encontraba en mi infancia nunca avanzaron ni un paso en la escala del ideal romántico. 

Un príncipe verde puede presentar múltiples matices. Uno: es aún sea un sapo que no se ha transformado en príncipe, y nunca hay que estar segura de que el cambio vaya a producirse en algún momento. La mayoría de los renacuajos no pasan de anfibios y pocos alcanzan el atractivo de la rana Gustavo, irresistible para Miss Piggy. La segunda opción, algo mejor, es que sea un ecologista convencido y militante. En ese caso la vida no será fácil. 

Imposible olvidarse del príncipe dorado, arrollador, deslumbrante y que no permite que nada le haga sombra (no es que semejante hazaña sea posible). Vive en un palacio lleno de espejos que reflejan su luz. Con tanto ego no promete demasiado como consorte, pero ¿quién desearía aspirar a algo más? La versión plateada es más moderada, quizás esté más envejecida, aunque debo admitir que hay canas que otorgan mucho empaque. La experiencia bien aprovechada es un plus, los achaques no.

¿Cual me falta? El príncipe rojo. Suena a príncipe pirata enamorado de su barco y del mar. Salvo que se pertenezca a la especie de las sirenas, a las de verdad, esas que viven en el océano con su cola de pez y cuyas canciones hechizan a los marineros hasta hacerles perder la cabeza, y la vida, no parece humanamente posible encantar a uno de ellos lo suficiente como para que se quede en tierra. 

Moraleja: no hay que empeñarse en que tenga sangre real. 

domingo, 21 de julio de 2013

Sardinas literarias

Amigademadre, antes de irse de vacaciones, se despidió con una nueva cita del delicioso libro Bagheria, de Dacia Maraini de la editorial Minúscula. ¿No os parece un menú muy sugerente?

"¿Te acuerdas de la pasta con berenjenas que comimos en Palermo, con esas rodajitas negras, brillantes, sumergidas en tomate dulce? ¿Y de aquellas otras berenjenas que se llamaban "codornices" porque se venden cocidas, cerradas como si tuviesen dos alas a los lados del cuerpo y que saben a frito y anís? ¿Te acuerdas de las sardinas a "beccafico", enrolladas y rellenas de pasas, piñones, esa pulpa tierna de pescado que se deshacía en la lengua? ¿Te acuerdas de los "triunfos del paladar" que les comprábamos a las monjas, con esa gelatina de pistacho que parece que te entra directamente en el cerebro, por lo perfumada y ligera que es? ¿Y te acuerdas de las "tetillas de Santa Águeda", esos pasteles en forma de senos cortados rellenos de requesón azucarado?". Paginas 15 y 16 del libro citado.

Se me quedaron grabadas las sardinas enrolladas rellenas de pasas y piñones y, al buscar el significado de "beccafico", me encontré con la receta completa. Aquí os la dejo por si os animáis a probarlas.

SARDINAS AL BECCAFICO PALERMITANO

1 kg de sardinas frescas.
100 gr de pan rallado
8 anchoas saladas
50 gr de pasas
60 gr de piñones
1 manojo de perejil picado
Laurel 
Zumo de un limón
2 cucharadas de azúcar 
Aceite de oliva, sal y pimienta

Limpiar las sardinas, abrirlas y retirar la espina. Lavarlas y escurrirlas.
Tostar el pan en una sartén con un poco de aceite.
Mezclar el pan tostado con las pasas, los piñones, los filetes de anchoa y el perejil. 
Rellenar con la mezcla las sardinas y cerrarlas en forma de libro.
Colocarlas en una fuente engrasada con aceite, separándolas entre sí con hojas de laurel. 
Espolvorear con un poco de pan rallado y algo de aceite. 
Mezclar el azúcar y el zumo de limón y repartir sobre las sardinas.

Cocer en el horno a 180º, aproximadamente unos 10 minutos. 

sábado, 20 de julio de 2013

El romance de la línea y el punto



La flexibilidad está llena de enriquecedores matices. Nos hace dar más de sí, y por lo tanto crecemos. Resulta seductora, interesante, sorprendente, irresistible. Es creativa y su originalidad tiene sentido. No pretende someter sino adaptarse. No restringe la libertad sino que expande los límites más allá. Relaja tensiones y facilita las cosas para que todo sea más cómodo.

viernes, 19 de julio de 2013

Domingo en Vitoria

Me despierto a las 10:30 (no recuerdo la última vez que sucedió algo así). El desayuno termina a las 11 h. Llamo a House y bajamos al bufé. Toca recogida: hacer las maletas, el check-out y dejar los trastos en la recepción del hotel para pasear, muy tranquilamente que los pies siguen resentidos, y disfrutar de las vistas que ofrecen los bancos situados en los distintos puntos panorámicos de Vitoria. Callejeamos por toda la ciudad. Agradecemos las rampas mecánicas que desde la Iglesia gótica de San Pedro nos suben al Palacio de Montehermoso. Seguimos hacia la Catedral de Santa María, abierta por obras, aunque no entramos en ella. Por el camino vemos el Palacio renacentista de Escoriaza al lado de los restos de las murallas. Bajamos a ver la antigua posada de El Portalón y subimos por la Calle de la Cuchillería. Nos paramos delante de la Casa del Cordón, con su torre medieval, antes de continuar hasta los Arquillos.

Bajamos las escaleras hacia la Plaza de la Virgen Blanca. Entramos en la Plaza Nueva, cuyas terrazas están llenas de gente. Nos refugiamos en la plazuela de al lado del Palacio de Correos. Es un rincón precioso y tranquilo en el que corre un airecillo la mar de agradable. Tras descansar un rato nos encaminamos hacia el Parque de la Florida. Recorremos sus caminos, cruzamos sus puentecillos y damos la vuelta al precioso kiosko.

Enfrente se encuentra la Catedral Neogótica de Mª Inmaculada. Nos sentamos al lado de su ábside, en lo que bautizamos como "El rincón de los abetos", un recodo rodeado por estas coníferas de las que contamos seis especies diferentes. Desde allí las vistas de la catedral son impresionantes y le damos una tregua a nuestros machacados pies.

Tenemos reserva para comer en el Restaurante Ikea. No me refiero a la tienda de muebles sino a un sitio genial, que nos sugirió el día anterior el novio. Para abrir boca nos sirven un aperitivo de vichissoise y luego una delicia de ligera mousse de foie con gelatina de tempranillo y sifón de melocotón. De la carta nos decantamos por la ensalada de bogavante con frutos rojos y las cigalas con cremoso de patata y guisantes, que nos traen ya compartido, tras preguntarnos previamente. En los segundos me voy a la merluza (perfecta) con cuscus de centollo y moluscos y House opta por el rape con pisto de chipirones. El vino, El Puntido de 2008, una recomendación del maitre, que no conocíamos, nos pareció exquisito.

Estamos llenos pero no vamos a perdonar los postres: torrija de vodka con helado de salsa de nueces, la salsa tiene un nombre vasco impronunciable, y tarta crujiente de manzana y pera con helado de caramelo (el original era de maracuyá pero pedí que me lo cambiaran). Nos dieron a probar el brownie de pistachos con helado de queso (inimaginable). Rematamos con café que acompañan de tejas y trufas.

Con los estómagos más que satisfechos recogimos las maletas y las arrastramos el corto trayecto que nos separaba de la estación. Tren puntual, lleno a reventar de adolescentes.

Evidentemente el viaje nos ha encantado. La única pega: demasiado corto.

jueves, 18 de julio de 2013

Boda en Vitoria

Fecha: Sábado de Julio.
Papel del día: invitados de boda.

Aún no son las 8:00h pero llevo un buen rato despierta. Dejo a House acostado y bajo a tomar un tentempié en el desayuno bufé.  Mientras hago tiempo me doy un paseo, a la luz del día, por la Ciudad Vieja. Es pronto y hay poca gente por la calle. La temperatura a la sombra es fresca, no así al sol. Recorro las calles sin mirar el mapa. Me dejo llevar. Da igual por donde tire, la ciudad está llena de rincones preciosos. Primero una rosaleda. Doy con una iglesia gótica. Subo una cuesta y me topo con un palacio renacentista. Al su lado un parque que cruzo. Otro palacio y, alrededor, casas con los balcones adornados por geranios en flor. Una calle de arcos me lleva hasta la plaza de una iglesia con una torre octogonal, templaria, y un reloj de sol en la fachada. Escaleras de piedra que bajan. Me meto por un callejón y salgo a una plaza porticada. La recorro despacio y al otro lado descubro los árboles que rodean el Palacio de Correos. Callejeo hasta que considero que es hora de regresar.

Despierto a House a las 9:30, le acompaño a desayunar. La boda  es a las 12. Preguntamos en recepción las instrucciones para ir a la Ermita de San Prudencio de Armentia. Nos dicen que el camino es un agradable paseo de no más de 2 kilómetros y que se tarda unos 20 minutos. Son poco más de las 10h, nos sobra tiempo.

House, siempre caballeroso, me cede el primer turno del baño. Tras la ducha da comienzo la pelea con el pelo. Va a hacer calor así que el recogido es la mejor opción. Opto por un moño bajo y escondo las tropecientas horquillas necesarias para darle un aire natural sin que se deshaga. Tanta naturalidad no convence del todo a House. El maquillaje lo distribuyo a tientas, ya comenté que la luz dejaba mucho que desear. El vestido, de seda salvaje blanca bordado a modo de mantón con flores rojísimas, se llevará todas las miradas y serán menos evidentes los parchajos de color en mi cara. House, con su traje gris, está irresistible, como siempre.

Poco antes de las 11:30 estamos listos para realizar el agradable paseo que nos llevará a la ermita. Comenzamos con mucho brío, a pesar de ir calzados de boda. Declaro que mis zapatos de tacón son cómodos para caminar, lo que no sabía es que iba a ponerlos a prueba.

Vamos bien. Llegamos a un parque y, en lugar de bordearlo, decidimos cruzarlo. Craso error. Su forma es irregular y, como consecuencia, salimos por donde no es y nos desorientamos. Proseguimos por el Paseo de Fray Francisco de Vitoria, una zona preciosa bordeada por casas impresionantes entre las que se encuentra el palacio que alberga el Museo de Bellas Artes. Termina la calle y no vemos ningún cartel con el nombre de la siguiente del mapa. Preguntamos. Descubrimos que hemos hecho el último tramo en sentido contrario.

Regresamos sobre nuestros pasos y seguimos las indicaciones del buen hombre que nos ha reconducido. Pasamos el campo de fútbol, luego las piscinas, más allá un hotel. Los 20 minutos se convierten en 45, de lo que se deduce que los vascos caminan más rápido que nosotros. Es mediodía y el calor aprieta. Llegamos justo en el sí quiero. Nuestro estado es lamentable: acalorados, sudorosos y con los pies rotos (mi almohadilla plantar está escondida debajo de unas ampollas gigantes que no descubro hasta la noche). Aguantar de pie se convierte en una especie de tortura. Los novios irradian felicidad. Ella lleva un vestido romántico, sencillo, de gasa color marfil y con unas preciosas peinetas de nácar en el pelo que recuerdan a las sirenas.

Esperamos de pie la llegada del autocar que nos conduce al Palacio de Elorriaga, un hotel del siglo XVI. Sirven un aperitivo en jardín, también de pie. Sólo hay un sillón para una anciana y siento ganas de suplicar otro para mí. Me apoyo en una mesa para no cargar todo el peso sobre mis doloridos pies.

Para la comida pasamos a un salón y nos sentamos. Miro el menú y distribuyo mentalmente el hueco de mi estómago, tiene que caber todo. Lo han puesto difícil: tres entrantes (ensalada de langostinos, corte de foie y cigalas salteadas), un primer plato de pescado: lubina con boletus. Le sigue un sorbete de limón y menta antes de pasar a la carne, solomillo con patatas panadera (nos preguntan el punto de la carne y nos lo traen a nuestro gusto). Llegan los postres: dentro de un cubo de hielo de 10 cm de lado, sirven el granizado de mojito. Luego la tarta soufflé de chocolate negro con helado de naranja. Imposible dejarse nada, está todo buenísimo.

Tras tres horas de comida, salimos de nuevo al jardín sin sillas. Los novios bailan un vals que han ensayado y da comienzo el baile general. Compruebo que mis pies me duelen menos si bailo, debe de ser como lo de caminar por encima de brasas, se apoyan menos. Eso sí, tras un rato tengo que buscar dónde sentarme, aunque sea sobre el cesped.

A las 20h volvemos al centro de Vitoria para continuar el baile en un bar. Desde el autocar voy al hotel a cambiarme antes de dar un espectáculo y que se me salten las lágrimas del dolor. A duras penas contengo las ganas de descalzarme por el camino.

Regreso con las sandalias cómodas que me había llevado para patear la ciudad (menos mal), por supuesto también me cambio de vestido porque se dan de bofetadas con el de la boda. Cojo uno largo que las tape en lo posible. También tengo que cambiar de chal y me pongo el que había llevado como segunda opción. Camino un poco, mucho mejor.

Baile, baile y baile. Regresamos a medianoche como Cenicienta. Ahora el dolor de pies es compartido (al igual que el personaje del cuento habríamos agradecido perder algún zapato). House sufre más porque no se ha cambiado de calzado desde esa mañana. Competimos en la habitación para ver quién luce más ampollas. Sin grandes diferencias él tiene alguna más pero las mías son más grandes. Menos mal que en la camita no se notan. Caemos rendidos.
 Continuará 

miércoles, 17 de julio de 2013

Visita a Vitoria

Destino: Vitoria.
Fecha: fin de semana de Julio.
Motivo principal: boda de uno de los residentes de House.
Motivo secundario: Huir del calor infernal de Madrid.

La tarde del viernes, y porque era imposible postponerla más, la dedicamos a la ingrata tarea de preparar las maletas con todo lo necesario para ir de boda. Una maleta pequeña para cada uno, la misma con la que el año pasado pasamos 3 semanas en la playa, y en mi caso igual de llena: vestido de boda (que no debe aplastarse porque no va a pasar por la plancha tras el viaje), zapatos, bolsos, chales (la cosa estaba entre dos, pendiente de la decisión del último minuto, al final me puse los dos, aunque no a la vez y tampoco con el mismo vestido (las explicaciones en el post de mañana). Un par de vestidos para los momentos de no boda. Ropa interior para cambiarme, camisón y bolsas de aseo.  Digo bolsas, en plural,  porque la restauración preboda precisa de todos los cosméticos imaginables: limpiadora, crema solar, base, maquillaje, polvos, colorete, sombras (en tonos combinados), lápiz de ojos, correctores, máscaras, pintalabios (siempre varios) y delineador. Para el pelo opto por tentar la suerte. Total, va a quedar como le venga en gana así que puedo ahorrar el espacio de los productos que no van a obrar el milagro, y menos con una boda en ciernes (es la ley de Murphy, que ya me la conozco). Me hago con un arsenal de horquillas por si es preciso recogerlo con arte.

Salimos de casa a las 18:30h para coger el tren en Chamartín a las 18:55. Llegamos a Vitoria a la hora prevista, las 22:30. Taxi hasta el hotel, Silken Ciudad de Vitoria, que aunque sabíamos cercano desconocíamos el camino. Entrada muy bonita, con los pasillos de las plantas abiertos en balcones que daban al hall. Encantadores en recepción. La habitación, de tamaño medio, estaba ocupada por una cama inmensa y muy cómoda. La luz, tanto natural como artificial, dejaba que desear. No iba a ser fácil el maquillaje, tendría que recurrir al instinto y cruzar los dedos. Menos mal que iba preparada con la paleta completa del artista, eso sí, esperaba que el resultado final fuese más impresionista que expresionista. Ya me preocuparía de eso al día siguiente. De momento lo primero era abrir las maletas para colgar la ropa (en otras circunstancias habrían esperado a nuestros estómagos, pero no es recomendable si al día siguiente se va de boda). Tras guardar los trajes en el armario, regresamos a recepción para solicitar las instrucciones necesarias para irnos de pinchos ( en este caso pintxos).

Caminamos 10 minutos bajo los árboles de un parque romántico con vistas a la Catedral Nueva. Nuestros pasos nos llevaron a la Ciudad Vieja. Investigamos los bares de la zona y, entre las sugerencias del hotel, nos decantamos por Sagartoki (C/ Prado, 18). Fue un gran acierto. Allí nos encontramos con el novio, acompañado por el resto de los resis de House. Disfrutamos de una exquisita cena de pinchos, degustamos el pincho ganador del concurso de la ciudad (huevo frito con patatas, con el huevo estaba encerrado dentro de la patata) y de la tortilla de patatas más premiada (con todos los méritos: cremosa, jugosa, sabrosa y deliciosa). Otras tapas: Cru-cu de foie con frambuesa lyo, taco de salmón con huevas de trucha, bacalao 100%, croquetas de jamón con kikos, croquetas de queso azul y nueces, tempura marina y, de postre, pinchos de torrija, esponjosa y caramelizada, con helado de dulce de leche. Nos pusimos las botas.

Ya con la barriga llena, paseamos por la Ciudad Vieja, de ese modo también bajábamos la cena. Las casas antiguas presentan un aspecto diferente por la noche, sobre todo en las calles vacías y en silencio (algo difícil de encontrar un viernes en el centro de Vitoria, aunque algunas había). Se pierde la noción del paso del tiempo. Los palacios duermen ahora igual que hace 500 años, es a la luz del día cuando muestran los cambios. La calma se amolda a las iglesias, las rodea de una atmósfera de reverencia.

Nosotros también nos fuimos a dormir...

(Continuará)

martes, 16 de julio de 2013

La poza

Ser la mayor conlleva cierta responsabilidad. Desde que eres pequeña, muy pequeña, te sientes en la obligación de tener que hacer las cosas la primera; es lo que se espera de ti, y no quieres defraudar las expectativas de nadie, y por supuesto también hay un componente de pundonor.

El mayor debe ser valiente, sólo si supera sus temores será capaz de proteger a sus hermanos, que pueden ser tan medrosos como deseen. Hermanísima era bastante cobarde pero me seguía a todas partes y secundaba casi todas mis ocurrencias. Le daban miedo los perros y era mi cometido demostrarle que no había motivos. Si para que se cerciorase de que no pasaba nada me tenía que acercar a un bicho grande como un caballo, allá que iba, dispuesta a cumplir con mi misión. Sólo los perros con bozal, y los temibles Dóbermans de la Renault, se libraban de mis demostraciones de coraje.

El mayor suele ir por delante, aunque esa regla presenta excepciones. Hermanísima y yo aprendimos a nadar casi al mismo tiempo. El motivo no fue acelerar en lo posible las enseñanzas del catedrático, sino el que nos viésemos forzadas a ponerlas en práctica (y debo reconocer que su entrenamiento nos vino muy bien).

Esa mañana habíamos ido a la playa. El mar no presentaba un aspecto amenazador pero algo raro pasaba porque, cerca de la orilla, el agua excavaba una serie de hoyos en la arena que no estaban allí los días anteriores. Mi madre nos dijo que eran pozas. Los otros niños se sentaban al lado y metían los pies en el agujero. Aquello era diferente y decidimos probarlo.

Comprobamos consternadas que todas las pozas de la orilla estaban ocupadas pero, para nuestra inmensa satisfacción, descubrimos que había algunas un poquito más adentro, no mucho. Con el agua hasta la cintura nos dedicamos a explorar, y encontramos "la poza".  Mejor dicho, nos encontró ella. Todavía siento un nudo en el estómago cuando lo recuerdo y han pasado cerca de 40 años.

La poza nos atrapó. Sentimos un tirón hacia el fondo y nuestras cabezas desaparecieron de la superficie del agua. Sólo recuerdo dos cosas: frenéticos remolinos de agua, burbujas y espuma a mi alrededor, supongo que provocados por mi agitación de brazos y piernas, y la idea de que debía hacer algo para salvarnos, o nos ahogaríamos sin remedio. Tenía que sostener a hermanísima, cuyo recuerdo es diferente al mío: donde yo veía agua, ella veía la playa con la gente, aunque ningún bañista era consciente de nuestra desesperada situación ¿cómo imaginarse que en esa zona de poca profundidad el suelo había desaparecido? Recuerdo que tiré un par de veces de las piernas de hermanísima para salir a coger aire y que, tras rellenar mis pulmones, me volvía a hundir y le servía de apoyo. No debió durar mucho rato, sin embargo fue una de las experiencias más agobiantes que recuerdo. De repente sentí un fuerte tirón que me sacaba de allí... y un gran alivio.


¿Secuelas? Nos soltamos a nadar. Confieso que en el mar no soy valiente, no estoy nada tranquila si me meto en él, cosa que sólo hago bajo condiciones idóneas de temperatura, calma chicha y ausencia total de resaca. Me gusta la playa para pasear al amanecer y a última hora de la tarde, sentarme en la arena a disfrutar de la puesta de sol, pero para darme un baño e imitar a las sirenas me decanto por la piscina.

lunes, 15 de julio de 2013

Primeros campamentos

En la época vallisoletana, al llegar las vacaciones, mis padres nos apuntaban a hermanísima y a mí al campamento de la parroquia. Nos enviaban fuera dos semanas en las que vivíamos junto con el resto de los infantes en nuestra misma situación en una escuela de seminaristas, ellos también de vacaciones y supongo que lo más lejos posible.  Las habitaciones eran tan largas como pasillos, tenían camas y literas a ambos lados con pequeños armarios entre ellas, no mayores que una taquilla, en los que apilar las cosas. Los primeros años el lugar escogido fue Santa María de Nieva. Lo que más recuerdo de aquella experiencia no son las actividades, ni las reuniones de campamento de después de la cena, ni tampoco las tareas que se distribuían entre los distintos equipos. Básicamente consistían en barrer los inmensos dormitorios, las escaleras y limpiar los baños. Descubrí que el tener una piel delicada, a la que le salen ampollas casi con mirarla (lo que es un handicap a la hora de escoger zapatos y, especialmente, sandalias) me suponía una cierta ventaja. Tras empuñar la escoba la primera vez, quedaba indultada de realizar cualquier tipo de trabajos forzosos el resto del tiempo. Las ampollas, en las palmas de las manos y también entre el pulgar y el índice, me impedían blandir ningún tipo de instrumento de limpieza y, durante ese rato, mi destino era la biblioteca.

Lo que no se me olvida es el día que tocaba ir a la piscina (que afortunadamente no estaba en el colegio, sí en el de Peñafiel de años posteriores, aunque allí las condiciones eran distintas). Por la mañana salíamos bien pertrechados, vestidos con anoraks y jerseys, que la temperatura de aquel pueblo tenía poco de veraniega, con las bolsas con el bañador y la toalla (mejor cuanto más amplia y gruesa, ya que haría las veces de abrigo en la estancia en la piscina). Se supone que con el paseo debíamos entrar en calor para que, al llegar, nos apeteciera bañarnos. Nos cambiábamos en los vestuarios y salíamos con el bañador y arrebujados en las toallas. Antes de entrar en el agua era necesario ducharse para evitar el choque térmico (que de este modo sucedía fuera en vez de dentro y evitaba a los monitores tener que tirarse a buscar al niño congelado de turno). Salía nieve derretida por las alcachofas de la ducha, que con el agradable airecillo que corría formaba enseguida una capa de escarcha sobre la piel. Se saltaba al agua con la esperanza de fundir esa costra para encontrarse con los cubitos de hielo que aún flotaban sobre la superficie de la piscina.

Resistíamos todo lo posible dentro del agua, no porque disfrutásemos de su frescor sino porque temíamos la salida. La actividad en la piscina era frenética, aunque la razón no era jugar y divertirse, sino generar calor suficiente como para mantener la temperatura corporal. Salíamos arrugados, de color morado y con un sonoro castañeteo de dientes. Comíamos unos bocadillos y, sin la digestión de 3 horas obligatoria por mi abuela paterna, retornábamos al líquido elemento. Aguantábamos hasta la hora de vuelta, cercana a la cena (creo que los monitores temblaban, pero no de frío, ante la idea de tener que ocuparse de nosotros fuera del agua) y emprendíamos camino mojados y cubiertos por los anoraks. 

Al igual que los quehaceres domésticos era una experiencia que no se solía repetir. Al día siguiente una cuarta parte de los chiquillos estaban con mocos e incluso a algunos de ellos venían a recogerles sus padres, antes de tiempo, porque tenían un poco de fiebre. 

viernes, 12 de julio de 2013

Cliff House Chocolate Pecan Pie

La Casa del Acantilado (Cliff House) se encuentra al final de la Ocean Beach de San Francisco. Transformada actualmente en restaurante, a través de sus enormes ventanales se pierde el Pacífico por el horizonte. Por su otro lado se asoman las torres rojas del Golden Gate. Desde su salón se contemplan las mejores puesta de sol de la ciudad mientras se disfruta de una deliciosa cena. A su lado se hallan las ruinas de las antiguas piscinas, las mayores de su época, en su origen cubiertas por una modernista estructura de hierro y cristal. La casa y el recuerdo de las piscinas forman parte del Parque Nacional del Golden Gate.

La primera casa del acantilado se construyó en 1858. Por entonces la zona no era más que un paraje aislado, aunque poco después la carretera se llevó hasta allí y se convirtió en un lugar de recreo para la ciudad. El edificio fue comprado en 1883 por Adolf Sutro y en 1887 se destruyó por una explosión accidental de dinamita. Se reconstruyó entonces para estallar de nuevo la Nochebuena de 1894. Finalmente, en 1896, Mr. Sutro construyó en ese lugar un llamativo palacio victoriano de 7 plantas y, ese mismo año, excavó al lado las hermosas piscinas de los Sutro Baths. Por desgracia, aunque la gran mansión sobrevivió al terrible terremoto de 1906, un incendió quemó su armazón de madera en 1907 y no dejó de ella más que las cenizas de sus 11 años de vida. La hija de Sutro sustituyó el palacio por un edificio de estilo Neoclásico que es la base de la Cliff House actual.

La siguiente receta forma parte del libro del chocolate de Ghirardelli. Si no se puede disfrutar de la puesta de sol sobre el Pacífico, al menos se podrá hallar algo de consuelo en un trozo del delicioso pastel.

Cliff House Chocolate Pecan Pie
Ingredientes
150 gr chocolate negro
1 cucharada mantequilla
2/3 de sirope
3 huevos
1 cucharadita de vainilla o Bourbon
1 pizca de sal
Media taza de azúcar moreno
1 taza de nueces pacanas
1 base de galletas (hecha simplemente con chips-ahoy trituradas. Extender y apretar las migas sobre el fondo de un molde desmoldable y guardar en la nevera hasta que se asiente)

Elaboración
Derretir el chocolate con la mantequilla y el sirope (en microondas, a potencia media, un par de minutos, removiéndolo un par de veces)
Batir los huevos con la vainilla y la sal, añadir el azúcar, el chocolate y las nueces.
Rellenar el molde.
Precalentar el horno. Hornear a 200ºC durante 10 min. Bajar a 180º y seguir cocinando unos 30-35 minutos. Enfriar.

jueves, 11 de julio de 2013

La buena vida

Hay pacientes que es evidente que disfrutan de lo que ellos entienden por "la buena vida". Es una pena que, gracias a tantas bondades, su vida vaya en camino a durar muy poco. ¿Es acaso bueno un sinónimo de excesos? Semánticamente no, de hecho el DRAE acepta una definición de excesos, en un uso coloquial, equivalente a "cosas reprochables o malas", lo que colocaría a los dos términos en niveles antagónicos.

En estos casos los médicos asumimos el papel de aguafiestas. La lista de recomendaciones que le damos al enfermo para preservar la salud que le queda es, para muchos, una penitencia. ¿Acaso pretendemos que pasen el purgatorio en vida? En realidad tratamos de que no pasen a "mejor" vida, porque entre la buena vida y la mejor la diferencia es pequeña y se acorta con el tiempo. Para algunos todo es "gloria" y cada vez se acercan más literalmente a ella.

Hay pacientes que para defender sus hábitos, en un esfuerzo por mantenerlos, inician una negociación con el galeno. Son como niños que comprueban hasta dónde se puede llegar, si los límites son reales u ofrecen un margen de acción. Los argumentos se repiten de una vez a otra:
- El vino es curativo (cierto que hace un par de siglos se usaba como medicina, cuando no disponían de alternativas).
- El alcohol desinfecta (la piel, que no el ingerido)
- No pretenderá que deje de tomarme mi barra de pan diaria (pues mire Ud. por donde, eso es lo que pretendo). El pan me ayuda a hacer la digestión (personalmente no creo que necesite ninguna ayuda, su organismo asimila perfectamente todo lo que necesita, y más).
- Sé que no conviene que fume pero por un par de cigarrillos al día no me pasará nada. (Pues sí, sí pasa, especialmente en lesiones cancerosas o precancerosas sobre las que hay que estar encima para que no se escapen).
Para colmo los pacientes no saben contar con exactitud, sus cuentas son flexibles. Son jugadores. Su concepto de par va por duplex y, ya puestos, con un poco de cara de póquer, seguro que pueden colar su farol o tirarse un órdago. Medir líquidos tampoco es lo suyo: las copas de Europa son copas, nada menos que de fútbol ¿acaso hay algo mejor?, y en cuanto a lo que en capacidad se refiere no es culpa suya si en una de ellas cabe más de una botella de vino. El paciente sigue las últimas tendencias en vida saludable y se limita a una sola copa al día.

Pero los médicos no jugamos, somos unos aburridos (yo especialmente que no sé ni guiñar el ojo izquierdo, ni hacer gestos disimulados, lo que me convierte en una nulidad para el mus). No estamos en la consulta para negociar. Nuestro trabajo es diagnosticar, mejor si es posible no hacerlo al buen tuntún, y poner un tratamiento, que tampoco escogemos al azar. No somos crupiers, somos mandamases que marcamos las reglas y pretendemos que se sigan a rajatabla. Seremos tanto más estrictos cuanto peor sea el estado del paciente que "tan bien se cuida". Lástima que bajar la sal, caminar, perder peso, suprimir el tabaco y el alcohol, mantener una dieta razonable y equilibrada con la actividad y el metabolismo de cada individuo no se considere popularmente como el mejor modo de cuidarse.

El jugador compra boletos y más boletos para la lotería y espera que nunca le toque. Va a la consulta con la esperanza de encontrarse con algún tipo de milagro en la revisión. No sé si es que en el ínterin se dedican a poner velas a los santos. Volver, volverán, no faltarán a la cita. A veces se quejarán por estar igual que antes (creen que con la mera visita basta) y otras son conscientes de que, cómo no han hecho lo indicado, han empeorado. El médico, ese gruñón que se preocupa lo suficiente por él como para intentar que entre en vereda, le regañará y le pondrá otro tratamiento más fuerte (que tampoco tomarán). Así seguirá el juego hasta que llegue el punto en el que precisen un ingreso y el hospital se ocupe de lo que debieran ser sus rutinas, no lúdicas, durante unos días.

miércoles, 10 de julio de 2013

El pequeño House va a la piscina

House ganó su primera copa de natación a los dos años. Esa fue también la edad a la que aprendió a nadar. Su padre no intentó enseñarle sino que lo apuntó a una piscina donde era, con diferencia, el más joven de los alumnos.

A pesar de su juventud, House aún recuerda su primer día, de pie, en el bordillo, al lado de su padre. 
- ¡Al agua!- le ordenó su progenitor. 
El chiquillo le miró dubitativo. ¿Habría entendido bien?
- ¡Al agua!- insistió su padre.
Pues sí, había entendido bien. Si él se lo ordenaba sería por algo aunque de entrada no le resultaba un plan demasiado tentador. Obedeció y se lanzó al agua. ¿Y ahora qué? Trató de asomar la cabeza pero aquel líquido no parecía dispuesto a colaborar. ¿Estaría su padre contento? 

Aquella escena se repitió con frecuencia. El pequeño House hacía progresos día tras día. Aprendió a flotar de espaldas e imitaba los movimientos de brazos que le indicaba el profesor. Los repetía mentalmente para no equivocarse: uno arriba, otro abajo, uno arriba, otro abajo...

Llegó el último día de curso y se respiraban los nervios en el ambiente. Sin embargo la piscina estaba vacía, todos estaban fuera. Su padre le explicaba lo que se esperaba de él.
- Tienes que tirarte en esta calle y seguir por ella hasta cruzar toda la piscina. ¿De acuerdo? 
El niño asintió. El otro lado estaba lejos pero allá iría si su padre se lo pedía. Se colocó en su puesto: Preparados. Listos. ¡Ya!
Se tiró al agua. Asomó la cabeza y comenzó su travesía. Contaba: uno arriba, otro abajo, uno arriba, otro abajo. Su padre le aplaudía y él seguía. Uno arriba, otro abajo. ¡Faltaba poco! Uno arriba, otro abajo. Tocó la pared y sintió los brazos de su padre que le sacaba del agua y le envolvía en una toalla. Todos le felicitaban. 

Un hombre se acercó. Le regaló una copa brillante. Al parecer había ganado su carrera y su padre estaba orgulloso.