jueves, 19 de enero de 2012

El burlador burlado

Se acerca el cumpleaños de mi abuela, por lo que aprovecharé para dedicarle algunas entradas con las historias que me ha contado y que le traen buenos recuerdos. 

Cuando mi abuela tenía unos 17 años, poco antes del comienzo de la guerra, estudiaba en la Escuela de Comercio junto con su gran amiga Gina. Por allí solía pasarse un chaval un tanto vanidoso, demasiado atildado para el gusto de mi abuela y del de su amiga. El chico era lo que se denomina un fatuo, lo que le hacía merecedor de las "secretas" burlas de las dos muchachas. Además de resultar insufrible, se creía bastante más listo de lo que era en realidad. Su conversación se limitaba a su vida, obra y milagros, salpicada por sus hazañas y sus virtudes. El exceso satura y se encontró, como todos los que pecan de esa ausencia de autocrítica, que en vez de reconocerle el mérito y caer rendidas a sus pies, tal y cómo se esperaba, por el contrario les ponía en bandeja el que se riesen de él.

Solía pasearse mientras jugaba con unas llaves en su mano, con un vistoso llavero con la estrella de Mercedes en el mismo. Alardeaba orgulloso de su superbólido, y no había frase que no incluyese en sus aventuras a su magnífico automóvil. Picadas por la curiosidad, las dos estudiantes decidieron jugar a las detectives y una tarde, de esas en las que ya ha anochecido y todos los gatos son pardos y muy difíciles de distinguir, a la salida de la escuela, siguieron al presumido jovenzuelo. No tuvieron que caminar mucho. Un par de calles más allá, el chico se agachó al lado de un árbol y abrió el candado de una cadena de bicicleta con su llamativo llavero. Ese fue el momento escogido por las dos amigas para hacer su aparición y saludarle, al tiempo que indagaban por su increíble coche. Al joven esnob le faltó tiempo para subirse al sillín y  desaparecer de la escena con el rabo entre los frenéticos pedales. Por descontado, no volvió a darse ningún paseo por las cercanías de la Escuela.


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