La mayoría de las féminas desean ser princesas. No de las "Reales" sino felices princesas de cuento. El adjetivo feliz va asociado a este estatus de manera subconsciente. Tras escuchar desde la cuna millones de cuentos de hadas en los que la princesa protagonista se casa con el príncipe para alcanzar la felicidad, no le debería extrañar a nadie la asociación de ambas ideas.
Por supuesto, la princesa, antes de ser conquistada por el príncipe sufre un sinfín de tribulaciones: debe huir, es perseguida, envidiada, castigada y rebajada a sirvienta, porqueriza o cuidadora de gansos. Es la inocente víctima de intentos de asesinato, maldiciones y embrujos. Se disfraza con harapos, se cubre con cenizas o se pierde en el bosque para ocultar su belleza.
Pese a sus ardides, es descubierta. Primero por el príncipe, que se rendirá incondicionalmente ante ella. Luego por "la mala" (suele ser un personaje femenino) que hará lo imposible por rematar su plan. Aunque parezca que lo ha logrado, el amor triunfa y los dos enamorados se casan y reinan felices durante muchos, muchos años, sin dejar ni una perdiz con vida en sus campos (son las verdaderas víctimas de todo el complot).
Un vestido de princesa no es el disfraz del día sino el auténtico atuendo de la mujer. Es por ello que las invitadas hacen lo propio y contribuyen a dar la necesaria pompa a la corte. El convite es digno de un rey y, el lugar de la celebración, un jardín o un salón palaciegos. La princesa ya está en el buen camino de una feliz vida de pareja.
Tras una noche de cuento, el viaje de luna de miel sirve para hacer más dulce el regreso a la realidad. La princesa abandona sus vestiduras pero le basta con tener a su lado a su verdadero príncipe azul.
1 comentario:
...¡¡qué me vas a contar querida Grumpy, que me vas a contar!!
Fdo.
La rana.
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