jueves, 26 de enero de 2012

Porqué las novias quieren ser princesas

Sabina decía en su canción "supongamos que hablo de Madrid" que "las niñas ya no quieren ser princesas". Debía de tratarse de otro Madrid, en otro planeta.

La mayoría de las féminas desean ser princesas. No de las "Reales" sino felices princesas de cuento. El adjetivo feliz va asociado a este estatus de manera subconsciente. Tras escuchar desde la cuna millones de cuentos de hadas en los que la princesa protagonista se casa con el príncipe para alcanzar la felicidad, no le debería extrañar a nadie la asociación de ambas ideas.

Por supuesto, la princesa, antes de ser conquistada por el príncipe sufre un sinfín de tribulaciones: debe huir, es perseguida, envidiada, castigada y rebajada a sirvienta, porqueriza o cuidadora de gansos. Es la inocente víctima de intentos de asesinato, maldiciones y embrujos. Se disfraza con harapos, se cubre con cenizas o se pierde en el bosque para ocultar su belleza.

Pese a sus ardides, es descubierta. Primero por el príncipe, que se rendirá incondicionalmente ante ella. Luego por "la mala" (suele ser un personaje femenino) que hará lo imposible por rematar su plan. Aunque parezca que lo ha logrado, el amor triunfa y los dos enamorados se casan y reinan felices durante muchos, muchos años, sin dejar ni una perdiz con vida en sus campos (son las verdaderas víctimas de todo el complot).

Lógicamente una llega al mercado del amor con la idea de que va a aparecer el "príncipe azul" en cualquier instante y tarda un tiempo en darse cuenta de que, en realidad, la historia está plagada de "ranas" y, para colmo, no están encantadas. Cuando la afortunada encuentra el auténtico príncipe oculto en la charca, desea el mismo tipo de vida que la protagonista del cuento. Eso implica celebrar una boda digna de la realeza, la que ha imaginado desde que integró el primer cuento entre sus sueños.

Un vestido de princesa no es el disfraz del día sino el auténtico atuendo de la mujer. Es por ello que las invitadas hacen lo propio y contribuyen a dar la necesaria pompa a la corte. El convite es digno de un rey y, el lugar de la celebración, un jardín o un salón palaciegos. La princesa ya está en el buen camino de una feliz vida de pareja.

Tras una noche de cuento, el viaje de luna de miel sirve para hacer más dulce el regreso a la realidad. La princesa abandona sus vestiduras pero le basta con tener a su lado a su verdadero príncipe azul.

1 comentario:

José Miguel Díaz dijo...

...¡¡qué me vas a contar querida Grumpy, que me vas a contar!!

Fdo.
La rana.