Las mañanas en la granja estaban llenas de interrupciones. Aunque una tratase de encontrar un rincón escondido en el que dedicarse a la lectura, esto no resultaba sencillo. Si bien es cierto que las ramas de la higuera, o del naranjo, ofrecían un buen refugio, también presentaban el inconveniente de su incomodidad. Finalmente, acababa por situarme en el porche o en la era, debajo de la palmera, demasiado a la vista de todos. Solía ser la abstracción en la historia la que evitaba que me enterase de que me estaban llamando.
Pese a mi concentración, todos los días hacía dos paradas obligatorias. Ambas venían precedidas por el sonido de los neumáticos por el camino de tierra y grava que daba acceso a la casa. Al llegar a la entrada, tocaban con insistencia el claxon. Lógicamente, aquello me hacía levantar la cabeza de las páginas y corría a la cocina para avisar que había llegado el lechero, o el panadero. El primero entraba cargado con una inmensa lechera de zinc y volcaba en las cazuelas la cantidad que mi abuela o mi tía le indicaban. Luego esa leche se hervía y dejaba una gruesa capa de nata en la superficie que se retiraba con facilidad antes de servirla, aunque, pese a ello, siempre se pasaba por un colador. Si la abuela iba a preparar natillas, la cantidad de leche requerida era mayor de lo habitual y eso me indicaba que debía estar pendiente de las actividades culinarias para que luego me permitiesen rebañar el cazo, aunque eso supusiera, con relativa frecuencia, tener que encargarme de darle vueltas a la mezcla hasta que se espesara.
Para el pan la tita solía dejar dicho cuántas barras quería. Cuando llegaba el fin de semana el número aumentaba, porque el panadero no trabajaba los domingos. Eran panes grandes, consistentes, de miga densa, sin llegar a ser candeal, y corteza más bien fina y poco crujiente. Conservaba bien su textura blanda y soportaba sin deshacerse las meriendas en las que mi abuela lo impregnaba del vino peleón que bebía mi abuelo, un Valdepeñas en botella de litro, para espolvorearlo luego con azúcar. Otras tardes lo untaba con el sabroso aceite de Canena. Resultaba excelente para las deliciosas torrijas que hacía mi tía Pepi y que, durante la Semana Santa, me hacían cambiar el porche por el patio, con su olor a jazmín. Desde ahí veía la progresión de su elaboración y, cuando calculaba que se habían templado lo suficiente como para poder probarlas sin abrasarse, entraba en su cocina como un perrillo en busca de migajas dulces. ¡De alguna manera había que subsistir desde el desayuno hasta la comida cerca de las 4 de la tarde!
Mi hermanísima está más que habituada a hacer pan de celiacos para mi sobrina y se agenció una máquina especial para ello. Claro que, como tiene que ser con harina especial sin gluten, no se puede contaminar con la de trigo así que, si se quiere pan casero y recién hecho, tiene que ser de la hogaza especial de mi sobrina. A la niña le encanta y, como es lógico, no quiere ningún otro. Está delicioso, especialmente cuando aún sigue caliente. Es un pan de molde, blando, esponjoso, suave y aromático.
Estas no son las recetas de su pan, aunque espero que la añada en los comentarios, sino de panes fáciles y cómodos de hacer, sin necesidad de enharinar las paredes de la cocina para su elaboración. Resultan muy útiles para apurar las deliciosas salsas de los guisos de Canena. Son recetas de una de las auxiliares del hospital. No se trata de una de las Houdinis sino de otra que es un verdadero encanto. Lo que más me admira de ella no son sus habilidades culinarias, con las que nos deleita con frecuencia y de las que ya pondré más ejemplos en el blog, sino que, independientemente del ambiente y los eventos del día, siempre conserva la serenidad (y eso no es nada fácil).
PAN DE PICOS (con sorpresa)
Pese a mi concentración, todos los días hacía dos paradas obligatorias. Ambas venían precedidas por el sonido de los neumáticos por el camino de tierra y grava que daba acceso a la casa. Al llegar a la entrada, tocaban con insistencia el claxon. Lógicamente, aquello me hacía levantar la cabeza de las páginas y corría a la cocina para avisar que había llegado el lechero, o el panadero. El primero entraba cargado con una inmensa lechera de zinc y volcaba en las cazuelas la cantidad que mi abuela o mi tía le indicaban. Luego esa leche se hervía y dejaba una gruesa capa de nata en la superficie que se retiraba con facilidad antes de servirla, aunque, pese a ello, siempre se pasaba por un colador. Si la abuela iba a preparar natillas, la cantidad de leche requerida era mayor de lo habitual y eso me indicaba que debía estar pendiente de las actividades culinarias para que luego me permitiesen rebañar el cazo, aunque eso supusiera, con relativa frecuencia, tener que encargarme de darle vueltas a la mezcla hasta que se espesara.
Para el pan la tita solía dejar dicho cuántas barras quería. Cuando llegaba el fin de semana el número aumentaba, porque el panadero no trabajaba los domingos. Eran panes grandes, consistentes, de miga densa, sin llegar a ser candeal, y corteza más bien fina y poco crujiente. Conservaba bien su textura blanda y soportaba sin deshacerse las meriendas en las que mi abuela lo impregnaba del vino peleón que bebía mi abuelo, un Valdepeñas en botella de litro, para espolvorearlo luego con azúcar. Otras tardes lo untaba con el sabroso aceite de Canena. Resultaba excelente para las deliciosas torrijas que hacía mi tía Pepi y que, durante la Semana Santa, me hacían cambiar el porche por el patio, con su olor a jazmín. Desde ahí veía la progresión de su elaboración y, cuando calculaba que se habían templado lo suficiente como para poder probarlas sin abrasarse, entraba en su cocina como un perrillo en busca de migajas dulces. ¡De alguna manera había que subsistir desde el desayuno hasta la comida cerca de las 4 de la tarde!
Mi hermanísima está más que habituada a hacer pan de celiacos para mi sobrina y se agenció una máquina especial para ello. Claro que, como tiene que ser con harina especial sin gluten, no se puede contaminar con la de trigo así que, si se quiere pan casero y recién hecho, tiene que ser de la hogaza especial de mi sobrina. A la niña le encanta y, como es lógico, no quiere ningún otro. Está delicioso, especialmente cuando aún sigue caliente. Es un pan de molde, blando, esponjoso, suave y aromático.
Estas no son las recetas de su pan, aunque espero que la añada en los comentarios, sino de panes fáciles y cómodos de hacer, sin necesidad de enharinar las paredes de la cocina para su elaboración. Resultan muy útiles para apurar las deliciosas salsas de los guisos de Canena. Son recetas de una de las auxiliares del hospital. No se trata de una de las Houdinis sino de otra que es un verdadero encanto. Lo que más me admira de ella no son sus habilidades culinarias, con las que nos deleita con frecuencia y de las que ya pondré más ejemplos en el blog, sino que, independientemente del ambiente y los eventos del día, siempre conserva la serenidad (y eso no es nada fácil).
PAN DE PICOS (con sorpresa)
400 gr harina del Día
200 gr agua tibia, desleír 50 gr levadura (2 piezas de la del Mercadona)
1 pizca sal
Relleno: el que se quiera (queso, bacon, nueces, pasas ...)
Mezclar en bol, reposar 20 min
Extender en papel de horno con forma pirámide alargada, hacer cortes con tijera en la arista superior aproximadamente cada 2 cm. Llevar los picos de los cortes en diagonal hacia los lados para darle un aspecto similar al de una trenza. Pintar con huevo batido.
Cocer 220º (precalentado ) unos 20 min.
Versión: PAN RELLENO
Esta misma masa de pan se puede extender con un rodillo hasta obtener una lámina más o menos rectangular. Se esparce entonces el relleno que se desee sobre la superficie, incluso se puede untar con paté o queso, para, a continuación, enrollarla a modo de brazo de gitano. Dejar reposar y, antes de hornear, pintar la hogaza con huevo batido. Queda muy bonito si se dibujan unas líneas en su superficie.
Cocer a 180º unos 40 minutos.
Versión: PAN RELLENO
Esta misma masa de pan se puede extender con un rodillo hasta obtener una lámina más o menos rectangular. Se esparce entonces el relleno que se desee sobre la superficie, incluso se puede untar con paté o queso, para, a continuación, enrollarla a modo de brazo de gitano. Dejar reposar y, antes de hornear, pintar la hogaza con huevo batido. Queda muy bonito si se dibujan unas líneas en su superficie.
Cocer a 180º unos 40 minutos.
PAN DE LECHE (se puede hacer con o sin relleno y también utilizarlo como base para las torrijas) En esta receta sí que se hace necesario enharinar un poco las superficies de la cocina.
Ingredientes
450 a 500 gr harina
250 cc leche
50 gr mantequilla
50 gr azúcar
30 gr levadura fresca de panadería
1 cucharadita de sal
Elaboración
En un bol amplio poner la leche, la mantequilla y el azúcar y calentar al microondas durante unos 3 minutos. Remover y desleír la levadura.
Mezclar la harina con la sal y agregarla, poco a poco, a la leche y amasar.
Formar una bola y estirar con un rodillo y rellenar al gusto. Enrollar sobre sí mismo y poner sobre un papel de horno. Dibujar unas marcas, a modo de rebanadas, en la superficie.
Dejar leudar aproximadamente una hora (doblará su volumen).
Pintar con huevo o leche.
Precalentar el horno y cocer a 180º de 25 a 30 minutos.
5 comentarios:
Recuerdo perfectamente las mañanas de vacaciones, cuando llegaba el panadero o el lechero (el resto del año estábamos en el cole, y solo venían el sábado los fines de semana).
La leche estaba recién ordeñada de un rato antes; que poco me gustaba encontrar algo de nata en la leche (aunque se colara, alguna vez algo se escapaba). Muchos dirán que era una maravilla la leche tan fresca...pero a mi ese olor no me gustaba, y sigue sin gustarme...(recordáis el 'sabe a vaca' de cuando éramos pequeños?).
Otro que venía una vez a la semana era una furgoneta cargada de cajas de pasteles: magdalenas (grandes y dulces, una masa nada comparta, fácil de comer), mielitos (mi hermana Ro aún se pirra por ellos), pastelitos de chocolate...todo muy rico a nuestro 'experimentado' paladar...
Por entonces la mayoría de los dulces que comíamos eran caseros (siempre los he preferido, es cierto): ese arroz con leche, esas natillas con galletas (mi hija adoraba todos los postres de su abuela Pepi), los famosos pastelones, los bizcochos, las tartas de queso de la tita chani, o las de manzana, las torrijas...en fin, ¿como no vamos a tener buen paladar?
Sole.
Parece mentira que hayan pasado tantos años y parezca cuando os leo como recuerdos se materializan de inmediato en los olores y sabores de la leche fresca recién cocida, el pan con el praline, los mielitos y los bizcochicos de chocolate que también traía la tita Mercedes de Madrid. Qué recuerdos y qué añoranza.
Besos primis, Pal.
PD: estoy buscando recetas por tu blog ji ji ji
¿Podria indicar que cantidad de harina es necesaria para la receta de los panes de leche?
Gracias
Creo que son 400gr, lo podre confirmar cuando disponga de mi ordenador.
Ingredientes confirmados del pan de leche por la chef original: 250ml de leche, 50g mantequilla, 50g azúcar, 1 cchdta de sal, 30g levadura prensada, 450 a 500g harina.
Siento la tardanza.
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