miércoles, 28 de marzo de 2012

"¡Qué viene mi marido!"

El pasado fin de semana, el grupo de teatro "La Cabria", al que pertenece mi primo, estrenó la obra "¡Qué viene mi marido!", de Carlos Arniches, en el Teatro Cervantes de Linares. Es un grupo de actores aficionados, pero muy entregados a la labor, que ensayan a conciencia dos tardes por semana. Hacen de todo, desde restaurar los muebles del decorado hasta diseñar, dibujar e imprimir el cartel para anunciar el evento, tarea de la que se ocupa mi primo Juan (y que me sirve para ilustrar esta entrada). Era justo que acudiésemos a aplaudir todo su esfuerzo y, House y yo, aprovechamos la ocasión para hacer una visita a la familia.

Mi primo nos acogió en su casa y, pese al trajín y los nervios de última hora, hizo gala de su hospitalidad característica. La mañana del sábado le tocó madrugar para terminar de montar el escenario, solucionar los diversos problemas de los técnicos y llevar a cabo las últimas comprobaciones y retoques. No regresó hasta casi la hora de comer, tomó un tentempié y se echó una minisiesta aunque, lógicamente, fue incapaz de conciliar el sueño. House y yo nos quitamos de en medio durante ese rato y nos fuimos a disfrutar de la deliciosa cocina de "Los Sentidos".

A nuestra vuelta, le encontramos entregado a labores de plancha y costura. Como decía la tita Mercedes, el chiquillo es todo un primor y quería llevar todo el vestuario impecable. En una de las escenas debía entrar tras haber sido medio atropellado. Como nadie lo adivinaría por lo inmaculado de su camisa, un sombrero desfondado servía de prueba de su accidente. El pobre sacaba, ni más ni menos, que 4 camisas diferentes, y les dio un repaso a todas (está claro que no compartimos ese gen tan hacendoso).

La obra era a las 21h.  Allí estábamos House y yo, sentaditos y tranquilos en nuestros sitios a las nueve menos diez. Además de las chaquetas y los bolsos, eramos casi los únicos ocupantes de los asientos. El resto de la audiencia andaba repartida por los pasillos, entre una serie de corros. Se explicaba el porqué antes al teatro se lo conocía como "corral de comedias", claro que no debe de ser políticamente correcto comparar a los asistentes con gallos y gallinas, ni siquiera con otro tipo de aves. Apagaron las luces y, antes de levantar el telón, le pidieron al público que guardase silencio y desconectase el móvil. Por desgracia la mayoría hizo caso omiso de ambos requisitos. Algunos tuvieron la deferencia de sentarse antes de que diese comienzo la representación, otros esperaron a terminar su conversación hasta que salieron los actores, sin embargo, unos pocos continuaron con ella a lo largo de toda la obra. A los 15 minutos del primer acto sonó un móvil un par de filas por delante de nosotros. Lo cogió una señora que, en un despliegue de consideración hacia los actores, le informó a su interlocutor que "estaba en el teatro". Después, volvió a guardar el teléfono sin molestarse en desconectarlo ¿para qué?

Menos mal que, a última hora, los técnicos habían instalado micrófonos de ambiente distribuidos entre el atrezo. Hasta entonces, el grupo había ensayado sin ellos, a base de proyectar la voz. Algunos actores habían logrado tal éxito con los ejercicios de logopedia que podrían haber prescindido de cualquier tipo de altavoz. No era el caso de todos por lo que, al menos los de las últimas filas, seguro que agradecieron la amplificación. House y yo estábamos muy bien situados, centrados en la fila 5, y podríamos haber oído sin problemas cualquier sonido, si el resto del auditorio nos lo hubiese permitido. No fue el caso. Los de alrededor y, especialmente los de detrás, no pararon de hablar a un volumen audible hasta por los actores. Debían de ser duros de oído y, a pesar de los micrófonos, repetían las frases para confirmar que se habían enterado, aunque eso hacía que se perdiesen el final de los diálogos, al taparlos con su distendida cháchara de besugos sordos.

A pesar de la cuestionable colaboración del público, disfrutamos de la obra, y mucho. La pieza era muy entretenida, con momentos divertidísimos y las interpretaciones fueron verdaderamente estupendas. El grupo entero estuvo soberbio. Todos estaban muy metidos y más que creíbles en su papel. Su afán de realismo llegó a tales extremos como para sacrificarse a beber coñac de verdad cuando el personaje lo pedía, en lugar de sustituirlo por el consabido té. Ni que decir tiene que, el actor que encarnaba a Bermejo, terminó la obra sin poder conducir pero con muchos menos nervios que cuando la comenzó. Tanta profesionalidad fue ovacionada con un gran, y más que merecido, aplauso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hacer reír es mucho más difícil de conseguir que hace llorar. Reír a carcajadas es lo que hicimos desde el primer al último minuto de la representación.

Felicidades a todo el elenco de aficionados sobre todo por su “profesionalidad”

Se te ha olvidado reseñar que el cartel anunciador, donde están caricaturizados todos los actores, también es obra de tu primo Juan Esteban.

La verdad es que pasamos un buen rato.

Un beso, JMD

Anónimo dijo...

Nos ha producido gran alegría el que pasarais un buen rato; esa era nuestra intención, aparte de la colaboración para el pago de las obras de la parroquia.
Agradecemos de corazón la asistencia masiva de público, algo fuera de lo común en nuestro teatro.
Por último, nuestro agradecimiento por tus bonitas palabras y aplausos.

Un beso para ti y para House, de Carita y Luis

José Miguel Díaz dijo...

La obra estuvo genial. Yo la vi en su estreno aderezada con la compañía de Calzoncillos del cual soy fiel escudero. Su afición a la fotografía me tuvo en vilo durante toda la función y me sentí identificado con los deseos de cometer una locura, al igual que los protagonistas de la obra con el tal Bermejo.
De mis momentos favoritos (quitando los que estaba Choce en la escena) fue cuando Bermejo activó las trampas del escritorio.
Un abrazo a Don Luis y a Carita; guapa y bonita.
PD: Gracias Grumpy por la gran invitación a los sentidos.