Lo primero es que debe tratarse de una persona centrada. Las cosas tienen un sentido y, cuanto más directo sea este, por supuesto sin arrollar a nadie por el camino, mejor que mejor. Cada proyecto debe empezar en un punto concreto, seguir unos pasos, sin daños colaterales ni desvíos, y terminar en un objetivo. Alguien cuya mente funciona a modo de veleta, y se deja arrastrar por el viento que sople, será un jefe cómodo para los superiores, que lo manejarán a su antojo, pero no para sus subordinados que pueden acabar hasta el moño de sus cambios de humor y que nunca le entregarán su confianza.
La buena diplomacia es esencial (¡ejem! he ahí el principal motivo de mi discapacidad para el puesto), sin peloteo y sin hacer más concesiones de las estrictamente necesarias, que a veces son más de las deseadas. Algunas veces tendrá que enfrentarse a las altas esferas y, en otras ocasiones, sera imprescindible el llevarles la contraria a los que dependen de él. Si no lo hace bien, si se muestra en exceso tajante, engendrará la enemistad de uno u otro grupo y su labor se verá dificultada.
La capacidad de organización también es un rasgo fundamental. Hay que gestionar los recursos y ajustar el trabajo a la plantilla de la que se dispone y, en el proceso, procurar que todo quede equitativamente repartido. Esa es otra cualidad sobreañadida, el sentido de la igualdad. Si se hacen distinciones se favorecen las tiranteces con los menos favorecidos y la gente acaba dividida. Eso de impartir castigos porque "no estamos de acuerdo" no es una buena política.
Debe hacer gala de carácter. Aunque se sea una buena persona, hay momentos en los que tendrá que plantarse para evitar ser avasallado, tanto por los que mandan por encima como por los que dependen de uno por debajo. Hay que hacerse respetar para que así todos sepan perfectamente donde están y lo que se espera de ellos. Como dice el sabio de House: "más vale una vez "colorao" que ciento amarillo".
Es vital que sepa escuchar. En ocasiones, los argumentos de su equipo pueden ayudarle a tomar una decisión distinta a la que había previsto inicialmente. Discutir pros y contras, sin salirse del tiesto ni perseguir quimeras, hasta alcanzar un consenso favorece la armonía en el grupo. Si, finalmente, las medidas votadas no son posibles porque vienen otras impuestas desde las altas esferas, se evitarán injustificadas quejas contra su postura al haberla dejado meridianamente clara con anterioridad.
Debe ser cumplidor, trabajar en su puesto y no estar siempre pendiente de figurar por otros lados. Esta cualidad le será reconocida y agradecida por su propio servicio. Hay muchos jefes que, cuando alcanzan esa posición, la aprovechan para escaquearse a la menor ocasión que se les ofrece. Se preocupan más por su prestigio fuera de su lugar de trabajo que dentro de él. Por esto, no suelen ser muy bien valorados por los que sufren con él el día a día. Ocupados, están siempre ocupados, aunque no sea en la labor preceptiva. Además, su afán de notoriedad es tal que tampoco saben delegar y, habitualmente, acaban siendo como el perro del hortelano. Pretenden organizarlo todo a su manera sin quedarse el tiempo suficiente como para ver los posibles inconvenientes que surjan por el camino y que ya solucionará el pobre al que le caigan encima. Con supervisar de vez en cuando se convencen de que con eso cumplen con su magnífica tarea y pretenden apropiarse en exclusividad de todos los méritos. Para colmo de desdichas, suelen tener miras políticas (así va el país y ahora también la Real Academia de Medicina tras el ilustre nombramiento de su nuevo presidente. Me pregunto si le otorgará un sillón en la Institución a su actual pareja, al igual que ya hizo con el número uno de la oposición de especialidades).
La inteligencia, la empatía y el sentido común son los pilares de un buen jefe. Le sirven para sopesar cada situación y hacerle tomar la decisión más adecuada. Por supuesto no es nada fácil. Su criterio no es infalible, aunque con flexibilidad siempre se puede ajustar el comportamiento a las variables. Aunque se pueda equivocar, al igual que el resto de la humanidad, al menos no hará tonterías, no abusará de su poder y tampoco le hará daño intencionadamente a nadie.
3 comentarios:
El mero hecho de anhelar ser jefe debería suponer la descalificación del aspirante. Un jefe es ante todo un servidor de sus subordinados, y muchos buenos jefes se han visto empujados por las circunstancias al puesto... y lo han dejado en cuanto han podido.
Además, el jefe está solo, porque no es compañero de sus subordinados, por muy bien que se lleve con ellos, y esta soledad pesa y mucho.
Y si quedan dudas, solo hay que ver a quién elige el jefe como persona de confianza. Un jefe de primera busca siempre colaboradores de primera, sin miedo a que le hagan sombra; un jefe de segunda los busca de tercera.
Muy acertado.
Buena definición. Un saludo.
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