En un viaje de tres días no da tiempo a que sucedan demasiadas cosas ¿o sí? Muchas veces , en esas 72 horas, se programa un auténtico maratón con el fin de atisbar todos y cada uno de los puntos representativos, no sólo de la ciudad sino también del país o al menos de la región circundante. A todo eso se le pueden añadir un surtido variado de imprevistos que transformarán el viaje en una concatenación de anécdotas.
1. El aeropuerto:
Estaría bien que, por una vez, sucediese lo extraordinario y el avión saliese a la hora prevista, sin más incidentes. Semejante circunstancia en un vuelo low-cost desde Barajas obligaría al viajero a ir a continuación a comprar lotería para aprovechar la racha de buena fortuna. El que coincida que la demora se deba a que la bomba de combustible se incruste de nuevo en el ala, al igual que ocurrió en nuestro último viaje a Ginebra, es una casualidad sospechosa sobre el estado de los surtidores de la terminal y por tanto digna de mención, pese a que suponga dos horas de retraso sobre el horario. En esta ocasión el daño debió de ser menor porque no se precisó la intervención de los bomberos (que se reservaron para más adelante). Afortunadamente las maletas se libraron de los percances, lo que nos permitió llegar sin problemas al hotel, donde se ocuparon de ellas, aunque no hubo tiempo ni para cambiarse antes de salir a cenar.
2. El hotel:
Una no se espera llegar a un hotel de lujo y encontrárselo medio levantado por las obras. Los trabajos no afectaban a las habitaciones, que eran muy amplias. Disponíamos de una cama enorme y comodísima, una zona de estar y de un hermoso baño (la cuarta parte de su espacio la ocupaba una gigantesca bañera). Para compensarnos por las molestias nos obsequiaron con unas bufandas de tartán, que nos vinieron muy bien aunque supusieran que los bañadores, previstos para la piscina y el spa, se quedasen en la maleta ya que, desgraciadamente, las instalaciones acuáticas, salvo las bañeras, estaban cerradas por las reformas. Si hubiese hecho menos frío podríamos haberlo empleado para pasear por el humeral de Edimburgo, que en cuestión de chorrear agua la prenda no habría notado la diferencia.
3. La alarma de incendios:
Silencio, el hotel duerme. La luz del norte empieza a asomarse entre las nubes y se cuela por las rendijas de las ventanas aunque nadie sería consciente del temprano amanecer salvo porque, de repente, suena una alarma por el pasillo. Me despierto y miro el reloj: las 5 de la madrugada. En unos segundos el sonido invade y atrona la habitación. Al cabo de un par de minutos del ensordecedor pitido House abre un ojo "¿Es eso el despertador?" (con la clara intención de que lo apague de una vez y le deje dormir unos minutos más en nuestra inmensa cama). "No, es la alarma de incendios y tenemos que desalojar el hotel." (Me veo obligada a censurar el siguiente comentario y lo dejo a la imaginación del lector). Cogemos los abrigos y, por supuesto, los imprescindibles paraguas antes de salir al pasillo. Se entreabren algunas puertas por las que se asoman rostros curiosos y somnolientos. "Es la alarma de incendios", explicamos, "hay que bajar". Iniciamos el descenso por las escaleras. Somos la avanzadilla a la que se unen en tropel los huéspedes del resto de los pisos. Nadie a quien preguntar. No hay personal en el hall, sin duda ha huido ante lo que se le avecinaba. Llueve mientras esperamos la llegada de los bomberos. Los pocos que han llegado antes de nosotros, y que no han tenido la previsión de coger el paraguas, se quedan en la puerta, bajo techo, bloqueándola (que los demás se quemen si es necesario, que ellos no están dispuestos a mojarse salvo que sea imprescindible) Estamos atrapados en la Recepción, sin escapatoria. Se ven las luces del camión. Los filántropos hidrofóbicos retroceden hacia el interior para permitir la entrada de los bomberos. La ensordecedora alarma taladra los oídos con su estridente silbido, inagotable y agotadora. Se calla tan súbitamente como comenzó. ¿Subimos? La marea humana concentrada se mueve en oleada hacia las escaleras antes de que el sonido retorne en toda su intensidad. Las potenciales víctimas se retiran de nuevo al hall. La alarma cesa de nuevo. Alguien se divierte con la maniobra y la repite un par de veces antes de darse por satisfecho. Finalmente, antes de iniciar el ascenso para regresar a las habitaciones, se aguarda a confirmar la imperturbabilidad del silencio. Aparece un bombero. Todo apunta a una falsa alarma. Subimos. En el acceso a una de las alas el flujo de gente se detiene. La sirena aún suena en una de esas habitaciones. Los huéspedes de ese pasillo esperan. Los demás continuamos sin que nos retengan.
Son más de las 6 de la mañana. Es la última noche y al día siguiente toca madrugar para terminar el equipaje y continuar con la última atracción del viaje: la visita a una destilería de whisky. Pocos concilian de nuevo el sueño. La cata de whisky añade estupor al estado crepuscular de los viajeros. El día transcurre en una nebulosa de somnolencia y alcohol. Mejor, no va mal un poco de anestesia dentro del rebaño. La lluvia ha inundado el restaurante previsto para la comida y la organización improvisa para hallar un sustituto. Los guías ejercen de improvisados camareros, toman nota y sirven las bebidas de los comensales. Al whisky de nuestros cuerpos se le añade la deliciosa cerveza escocesa, ambos de la misma malta.
Algunas rutas de acceso al aeropuerto están inundadas, la policía no permite el paso. Se buscan carreteras alternativas para llegar. Allí nos espera el último imprevisto del viaje: nuestro avión no ha despegado de Barajas. No sé si es que la bomba de combustible lo ha roto definitivamente esta vez pero el caso es que han pedido un reemplazo. Este llega desde Varsovia, vía Milán y Bilbaó. Recoge al pasaje de Madrid antes de dirigirse hacia tierras escocesas. Con 6 horas de retraso sobre el horario previsto, resignados y demasiado amodorrados para protestar demasiado, iniciamos el regreso.
Al llegar a casa son más de las 4 de la mañana. El aprovechado último día ha durado 23 horas.
1 comentario:
"¡¡Menuda aventura!! resulta muy ameno leer tus aventuras por el mundo, y lo cierto es que siempre he querido ir a escocia...
Recuerdo cuando me contabas tu viaje con tus amigas hace muchos años...me encantaba oír tu descripción de los muchos
castillos, ruinas y paisajes...Un beso. Sole.
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