La autoría de la siguiente entrada corresponde al tito Pepe, anfitrión de todos los aficionados al arte ecuestre y taurino de la familia.
Nada más enfilar la gran Avenida nos mira de reojo El Minero de Linares, con esa enigmática sonrisa que quiso otorgarle D. Víctor de los Ríos, allá por los años 60. Al entrar en la plaza del Ayuntamiento empezamos a notar el rumor de la gente y somos objeto de las miradas atentas de los paisanos que pretenden identificar a los pseudo-centauros: saludos, vídeos, fotografías y, cómo no, algunas más que efusivas palmas de los más sorprendidos.
Ya por la estrecha calle ventanas, el acompasado cascoteo de los caballos apaga el ruido de los motores que nos siguen, sin posibilidad de adelantamiento, dando muestras de una cortesía inusual. Se asoman los niños por las ventanillas hasta casi tocar a los caballos. La mañana termina con unos paseos por el ferial, mezclados entre el gentío y con el disfrute de un buen vino, y su tapa correspondiente, ofrecida por amigos y familiares. Las sonrisas van de oreja a oreja.
Regresamos, comemos y damos comienzo a la tarde con la preparación de Fortuna para su cita con el alguacilillo de la Plaza de Toros. Tras enjaezarla adecuadamente, se la engalana con las cintas de la bandera de España trenzadas sobre crines y cola. María es la encargada de llevarla hasta el patio de caballos de la plaza.
María, acorde con la etiqueta de la caballería, se viste con una terna negra con ribetes rojos y cuya botonadura de plata adorna la chaquetilla. Caireles, del mismo metal, ajustan su ceñido pantalón y dejan asomar unas impecables botas. Lleva acopladas en sus talones las espuelas que le regalé yo, su orgulloso padre. Como tocado imprescindible: un sombrero cordobés de ala ancha y de fieltro color rojo calado hasta las cejas que deja ver en su nuca un sencillo moño, sujeto con peinetas doradas y cintas con los colores de la bandera de Andalucía.
Espectaculares, yegua y amazona, llegan al Pasaje del Comercio donde espera la banda de música que ameniza el festejo y que, tradicionalmente, recorre el espacio desde el Rin Bar hasta el corso de Santa Margarita, mientras anima a la gente que empieza a entrar en la Plaza.
El director de la banda de música anuncia la partitura de Agüero. Suena el espectacular pasodoble, casi majestuoso. Los trombones y los bajos no pueden fallar, son la base de la entrada. Fortuna piafa, el ruido de los cascos sobre los adoquines forma parte de la partitura. La plaza revienta entre gritos de euforia, algarabía, piropos…
A Fortuna todavía le queda saltar a la arena, colocarse delante de las más grandes figuras del toreo actuales y ofrecerles su ritmo cadencioso que les conducirá hacia el triunfo... o hacia la muerte, muerte como la de aquella tarde fatídica, la del 28 de agosto de 1947 cuando Manolete hizo su último paseíllo. Desconozco el nombre del caballo que abrió plaza aquella tarde, pero estoy seguro de que no se llamaba “Fortuna”.
¡Feliz Feria de San Agustín para todos!
El tito Pepe"
1 comentario:
¡Olé!
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