martes, 14 de agosto de 2012

Un día de quirófano

"Cirugía" Ilya Repin
Salgo de casa a las 7 y cuarto de la mañana, algo más temprano de lo habitual. Prefiero ir tranquila, con tiempo para solucionar los problemas que puedan surgir a última hora. La actividad del quirófano empieza pronto, aunque nunca antes de que la enfermería esté preparada y el anestesista haya llegado. Es una pena que esas dos circunstancias no suelan coincidir con mi temprano horario. Para cuando se termina de preparar el quirófano, que aunque se dejó repuesto el día anterior, durante la noche ha sido asaltado por las hordas de otros servicios que han robado hasta las sillas, o el anestesista de turno aparece (hay algunos tan madrugadores como yo, pero otros tienen un concepto de las horas en las que, en las 8, incluyen los sesenta minutos que hay hasta las 9), el resto de las cirugías se han puesto en movimiento y no hay personal disponible para pasar al paciente. Por supuesto, cada uno tiene su función asignada. Pasar al paciente le corresponde a uno y no lo puede hacer otro por el sencillo motivo de que no le toca. Además, si la enfermera, que se ha vuelto a perder por el camino, no da la orden, el paciente no puede ser trasladado al interior del quirófano.

Casi una hora después de mi llegada, el enfermo está, ¡por fin!, sobre la mesa quirúrgica. Todos revolotean a su alrededor mientras le llenan de cables (algunos colocados, inadvertidamente, en mitad del campo quirúrgico). El paciente se duerme. La zona se despeja de personal y tubos. Me toca el turno de actuar.

La enfermera se lava. Prepara la mesa mientras los cirujanos hacemos lo propio. Limpiamos el campo. Ponemos los paño y nos colocamos en posición. Esperamos. La enfermera aún no ha terminado de colocar el instrumental.

Pedimos el bisturí. Esperamos un poco más. Aún falta el aspirador, la coagulación eléctrica y las imprescindibles cuchillas del escalpelo. Hacemos dibujos sobre la piel del paciente, impacientes por trazar la incisión. Finalmente el bisturí pasa a nuestras manos. Iniciamos la intervención: abrimos la piel, disecamos los planos, quemamos los pequeños puntos de sangre y ligamos los vasos más gruesos. La hemostasia es fundamental. Entre la sangre no se ve casi nada. Proseguimos. Identificamos las estructuras. Las liberamos de músculos y de las inserciones de ligamentos y glándulas que nos interesa conservar dentro del paciente. Seccionamos por arriba, por los lados, por abajo y en profundidad. ¡Lo tenemos! Revisamos. No hay sangrado. Suturamos, suturamos y suturamos para cerrar todo bien de nuevo.

Nos quitamos los guantes. Cedemos el protagonismo al anestesista. ¿Cuánto tiempo se llevará el proceso de despertar? Es variable. Puede ser incluso más largo que la cirugía si esta ha sido breve (o no tan breve). Paciencia. El paciente aún no está listo. Empiezan los primeros movimientos: la lucha contra el tubo, la tos. Son esporádicos. Aún no. Poco a poco el enfermo muestra su disconfort con claridad, se agita. Se le retira el tubo. El paciente se queda tranquilo, demasiado incluso. Se duerme de nuevo y se le olvida respirar. Hay que ventilarle. Mascarilla. Oxígeno. Voces para despertarle y que reaccione. Finalmente respira por sí solo, hondo y continuo. Se puede cambiar la camilla por su cama.

Se limpia el quirófano para el siguiente enfermo. El proceso se repite. La mañana es agotadora. Cualquier despiste en los cambios retrasa la actividad. El parte, para no variar, está apretado. El personal se relaja y hay que fustigarles para que reaccionen. Saco tantas veces el látigo que pienso que sería más apropiado vestirme con un uniforme de domador de fieras que con un pijama.

Avisan de Reanimación. Sangra uno de los pacientes. Estaba bien y ha empezado a manchar de repente. O se ha soltado una de las ligaduras o se ha caído una costra de una cauterización. Hay que revisar. Afortunadamente el quirófano está vacío. Doy el aviso para informar al resto del personal, hay que hablar personalmente hasta con el apuntador. Me encuentro con su oposición: eso le corresponde a la Urgencia, habla con ellos. ¡¿Qué?! No doy crédito. Se pasan la pelota los unos a los otros, sin ponerse de acuerdo. Se pierden en protocolos y no les preocupa lo verdaderamente importante. A mí sí y se lo digo con claridad meridiana. Me da igual a quién le toque ni donde, el paciente sangra y de eso es de lo que me tengo que ocupar. Los cirujanos somos los que somos, tanto para una cosa como para otra, no sorteamos entre nosotros quién se va a ocupar de una emergencia vital. Me voy a por el paciente, la hemorragia no puede esperar. Para cuando regrese con él espero que hayan alcanzado un consenso.

El enfermo está bien, sólo algo incómodo y un poco asustado. Le tranquilizo. Le acompaño. Para cuando llegamos todo está preparado, por supuesto las protestas de turno también. Me concentro en mi tarea y mis oídos se ensordecen para dejar de escuchar tonterías. No discuto. Mis prioridades son otras. Pido un bisturí.

2 comentarios:

Miguel Angel dijo...

Esto es lo que tiene el trabajo en equipo. Se puede plantear como un objetivo común de todos los implicados o simplemente conque cada uno haga su parte. Es la diferencia entre picar piedras o construir catedrales, y sin no se lleva dentro es muy difícil enseñarlo.

House dijo...

Estas cosas pasan de este modo porque la gente se funcionarializa, pierde la noción de lo que verdaderamente importa, y lo que es más grave, nadie les exige la responsabilidad final. Cuando las cosas salen bien, es una cosa "del equipo". Cuando salen mal, el que sale a hablar con la familia es siempre el mismo. El que declara ante el juez, también.