miércoles, 31 de octubre de 2012

Infantilismo de bruja

"Pin-up Witch" George Petty
BRUJA DE HALLOWEEN

Yo soy más bruja que tú,
no uso repulsivos bichos
pero encanto a muchos niños.
Tengo la sonrisa fácil,
el cabello largo y rojo
y el pintalabios a tono.
A veces cuando me aburro
mi mente escapa a otro mundo
hecho de sueños y libros
y ningún inoportuno.
No valgo para el engaño
y ante la injusticia ¡salto!
Suelo pensar lo que digo
(más no siempre lo consigo).
Lloro, amo, río,
divago, leo, escribo,
recuerdo y olvido.
Vivo para mí y los míos.
No soy malvada ni buena
más ten cuidado conmigo.
Haz caso de mi advertencia:
no ataques a mis amigos
que tu maldición...
por cien te la multiplico.

Brujas de Halloween de Schmucker

Unas postales que me encantaron con su magia y me parecieron apropiadas para la ocasión. El texto a pie de foto es una simple traducción de los versos (con alguna licencia poética poco lograda, por meros motivos de rima) que acompañan a las preciosas ilustraciones de Samuel Schmucker.

Una varita de bruja
hace que los duendes surjan.
Mas no sufras,
sólo van a hacer diabluras.
Hasta el nuevo amanecer
la noche será sólo suya.


Esta noche sobre tu almohada
cierra los ojos y escóndete bajo las sábanas
porque los trasgos y las hadas
se cernerán sobre tu cama.

En Halloween, la noche mágica 
en la que la locura es la única reina, 
todas las calabazas están encendidas
y todas las estrellas brillan.


Farol de Halloween
A las 12 en punto debes, con presteza,
 sostener tu calabaza con firmeza
porque bajo la luz de su vela
en Halloween todo destella. 

Al sonar las doce campanadas
la bruja su hechizó lanzará.
Trasgos, hadas y fantasmas
desde el pasado se conjurarán.
Cuando oigas a los buhos
saca tu farol de Halloween
ponte tu disfraz y vuela
que los fantasmas están ahí fuera.

Cuando toda la tierra está dormida,
y la luna surca el cielo, ¡bien arriba!,
si atisbas entre las cortinas
verás a las brujas en su salida.

Ha llegado el momento
para el Baile de las Brujas,
 espectros de cerca y lejos
se juntan a montar juerga,
porque Halloween es eso.

martes, 30 de octubre de 2012

Complicados compromisos

El horario del personal sanitario es de locos: tardes, noches, fines de semana, cualquier hora es susceptible de ser trabajada. Eso, si no se suma algún curso, congreso o actividad extraprofesional. Por eso, que tres médicos se junten para comer simplemente por amistad requiere una precisa planificación, tan delicada como un encaje de bolillos. Los fines de semana quedan descartados, si no se está de guardia generalmente están ocupados con antelación con diversas actividades familiares y se convierten en fechas casi tan señaladas como las navidades. Durante el verano las vacaciones deben de ser adaptadas a las de los hijos, si se tienen, y en caso contrario lo que se procura es evitar encontrarse con los niños de otros. Por este motivo mis vacaciones no coinciden con las de mis amigas.

Curiosamente, un plan entre semana, cuando se puede ajustar, suele ser lo que tiene más posibilidades de éxito. Por eso, una vez de vuelta e inmersa de nuevo en la rutina laboral, intento planear una comida con mis amigas. Muevo ficha y cruzo los dedos. Dada mi aversión al móvil, con el que seguramente sería todo mucho más rápido e infinitamente más sencillo, doy el primer paso. Lanzo un primer mensaje sonda, vía gmail, con fecha 10 Octubre.
¿Qué día os viene bien para comer la próxima semana? Me vale cualquiera, incluso el sábado que está House de guardia. A ver si lo conseguimos. Besos.

Soy una optimista ¡Avisar con sólo una semana de antelación! ¿Quién sabe, a veces contar con el factor sorpresa juega a favor?
Al parecer no va a ser el caso ¡Qué mala suerte! Me llega la primera respuesta al día siguiente:
La semana que viene me voy a Germany ¡¡Hablamos!! Ni siquiera 4 hijos consiguen retener a MJ en Madrid. Llamarla por teléfono, a casa, y pillarla allí es menos probable que comprar el gordo de la lotería.

Un par de días después, lo vuelvo a intentar, en esta ocasión con un plazo más largo:
El jueves 25 (que sería ya la siguiente semana) House está de guardia. ¿Os iría bien entonces? (en esa semana sólo tengo guardia el martes 23). Besos.

Se lo piensan otro par de días y recibo una alternativa:
¿Comida o merienda-cena el miércoles 24? Ahora mismo estoy con MJ. Piénsalo

Perfecto, ¡parece que sí que podemos coincidir! ¡y sin cambiar de mes!
Si podéis ambas el miércoles 24, por mí no hay problema. A ver si finalmente es posible. Besos.

Nueva respuesta con confirmación y duda:
Hola ¿Con cuanto tiempo de antelación se puede preparar el tartar? Lo he hecho con carne picada de una pasada...me faltaban esos detalles en la receta!!
Confirmamos para el 24. Bss

Resuelvo la duda y doy comienzo a la sección detalles.
Normalmente el steak tartar se prepara al momento, aunque se puede dejar que macere incluso un día (estará algo más fuerte en ese caso). La carne se pica normalmente a cuchillo en los restaurantes, en casa es más cómodo usarla directamente picada, sólo de una pasada para que no se estropee demasiado en el proceso.
¿Dónde os va mejor el 24? Algo que esté bien comunicado ¿Quedamos a las 15h?

Al parecer no me voy a tener que preocupar de nada más, al menos según la siguiente respuesta:
Paula Romani
Creo que MJ tiene pensado sitio y es ¡sorpresa!. Echo de menos tu publicación - foro. Era la alegría de cada día (gracias por el halago, a veces me sentía como si forzase a mis destinatarios, aunque fuesen familiares y amigos, a leerme, aunque al parecer no es así. Lo único es que eso de poner un e-mail a las 6 de la mañana, por muy madrugadora que sea, no siempre apetece. Aún así, en vista de las protestas, lo haré de nuevo, aunque no sea diariamente)Si nos juntamos varios foreros te haremos entenderloBesitos 

Pasa una semana sin noticias. Una en Alemania, otra de guardias y quirófanos. Finalmente, el día anterior... 

23 Octubre:
¿Quedamos finalmente para comer mañana? ¿Dónde?
Estoy intrigada. ¿Cuál será el sitio sorpresa?
OK
Esa es la respuesta. Reviso mi mensaje. No me he equivocado: era más largo e incluía otra pregunta. No es que fuese tan extenso que el contenido se haya podido despistar entre el texto. En vista de que algo ha debido de suceder, insisto.
¿Dónde? ¿Tenéis algún sitio planeado? ¿A qué hora termináis? ¿A qué hora quedamos?

Yo termino a las 3. Me gustaría llevar a un amigo sueco y su mujer. No he pensado nada.
Tengo quirofano última hora mañama. Es como 2 horas. Si entro antes de 13 h, me da tiempo bien. Si no.... ¿¿¿Sitio???

¡Qué buena manera de devolverme la pelota! Está claro que mis amigas son más listas que yo. Improviso opciones a las que podamos llegar a una hora razonable. Afortunadamente Madrid es un filón en lo referente a ofertas de restauración (lo de los precios es otro cantar)
Propuestas (a tiro de piedra del Metro, con línea que nos pille bien a todas):
Restaurante Al Fanus en la C/ Pechuán, 6 (al lado del Metro de Cruz del Rayo), he oído hablar bien de él. Es cocina Siria.
Restaurante Tampu en C/ Suero de Quiñones, 3 (al lado de Metro Prosperidad y muy cerca de Cruz del Rayo), un peruano que parece estar bien.
Restaurante Fishka, cocina de fusión rusa-mediterránea, en la C/ Suero de Quiñones, 22 (por detrás del auditorio, tb metro Cruz del Rayo)
¿Qué os apetece más? ¿Qué le puede gustar más a tus amigos MJ? Mirad las opiniones de Internet a ver qué os tira.
Espero que el quirófano se dé bien mañana.
Espero que no surja ningún imprevisto. Muchos besos.

Diría peruano o sirio. Último voto ¿?
A lo largo de la tarde he hablado por teléfono (del normal, de ese privado, inalámbrico y con cable a la pared, y sin más orejas que las de los interlocutores y los familiares que pululen por la casa) con la tercera en discordia. Ella también se ha quedado enganchada en el mismo punto del dilema. Esperábamos el resultado final en este último mensaje, pero no ha habido éxito.

Me ha dicho lo mismo, peruano o sirio. El que prefieras, no conozco ninguno, pero de oídas creo que los dos están bien y están muy cerca uno del otro. Al Fanus lleva tiempo y me lo han recomendado desde que era residente (es mi manera sutil de indicar mis preferencias). El otro es bastante nuevo. ¿Qué le puede gustar más a tus amigos? ¿Van a venir? Besos.

Yo he hecho las propuestas. Aunque personalmente me inclinaría por el sirio, no pretendo acaparar todas las decisiones. Es tarde. Apago el ordenador. Ya me enteraré mañana de la elección final.
Leo los mensajes al levantarme.
¡¡Probaremos peruano!! Nos vemos. Grumpy, ¿¿puedes reservar tú para el grupo?? ¡¡Graaaaacias!!
Decidido, al fin. Sólo falta la reserva (con mi optimismo habitual pensaba que, a lo mejor, alguien se encargaría). Soñaba aún, me he despertado y, una vez de vuelta en la realidad, me pongo a ello. Afortunadamente no estoy en quirófano y puedo llamar al restaurante en mitad de la consulta. No hay problema. Envío un mensaje de confirmación. 
Restaurante Tampu. Reservado a las 15 h (en realidad es a las 15:15h, pero nos conocemos y conviene dejar un margen), a mi nombre, para 5 personas. 
Unos minutos después me llega una respuesta. 
Seremos sólo las 3. Bss
Nueva llamada al restaurante. Cambio la reserva, con mis disculpas. Sigo con la consulta. A las 13:30h recibo un nuevo mensaje. 
Chicas... Esto es increible (¿me lo dices o me lo cuentas? ¿más complicaciones? ¿cancelaciones? ¿malas noticias? Espero que no). Aun no he empezado. A lo mejor me suspenden la cirugía, asi que estoy buscando una solución. ¡¡¡Seguiré informando!!!

Salgo del hospi sin saber aún la continuación. Al parecer es esta, aunque me entero tarde porque me pilla de camino (y eso que he encendido el móvil, pero confieso que no lo he mirado...) 
Pues cirugía suspendida ¡¡¡ Os veo ahora!!! 
(¡Pobre paciente! pero a veces no hay forma humana de calzar extras imprevistos dentro del parte, salvo que sea una emergencia vital en la que nadie tiene las narices de oponerse al criterio médico. Espero que le hagan pronto un hueco). 

Pese al cuarto de hora de margen y ser la que está más lejos, soy la primera en llegar (se lo debo a una de mis compis que me cubre para que me escape antes). 5 minutos después lo hace la segunda y a los 10 minutos la tercera (puntuales según la auténtica reserva).  Charlamos por los codos, hay un montón de anécdotas del verano y de la vuelta. Casi no nos da tiempo a todas. Algunas se merecen un post propio. La compañía es lo mejor de la comida. La cocina no está mal pero como restaurante peruano está mejor el Bistró Tanta. Eso sí, las croquetas líquidas de ají de gallina impresionantes. El vino, "Treinta mil maravedíes", de D.O. Madrid, es todo un descubrimiento. Sin embargo, el postre, compartido y del que tomo una cucharada, es una desgracia de buen chocolate echado a perder gracias a un exceso de maracuya (¿qué manía les ha entrado últimamente a los chefs con combinar esos sabores? No se dan cuenta de que es la sutileza lo que convierte un plato en algo especial, el conseguir que se realcen los sabores entre sí sin que predomine ninguno. Sin embargo, el maracuyá es tan característico que enmascara todo lo demás. Cuando lo "demás" es chocolate, enmascararlo es un crimen casi imperdonable.

El servicio deja mucho, pero mucho, que desear. Claramente no son camareros profesionales, lo que no me encaja con las pretensiones del sitio (me sorprende que las tenga, francamente no me lo esperaba, pero el caso es que las tiene: la decoración está cuidada, la vajilla resulta original, la separación entre mesas es aceptable y los platos tienen una base tradicional con toques innovadores). Para empezar nos traen un aperitivo de la casa. Se les ha olvidado retirarnos el plato que hay sobre la mesa. En lugar de tratar de arreglarlo, o simplemente disculpase por ello, nos dice que lo apartemos para hacer hueco. Un fallo lo tiene cualquiera. Tampoco pasa nada porque los platos no salgan a la vez, y lo hagan de uno en uno. Cerca uno del otro pero sin coincidir, y por el camino puede ser necesario dejar alguno en otra mesa. La puntilla llegó al final (como suele suceder): a las 16:35h nos traen la cuenta, sin preguntar, "es tarde y la gente se va", nos dicen. A las 16:40h, tras pagar, directamente nos echan,  sin tan siquiera dejarnos terminar el café (que sí que nos habían servido y cobrado, apenas un minuto antes de traernos la cuenta). Esa manera tan apresurada de rematar la comida me dejó mal sabor de boca. 

¡Hemos quedado de nuevo para Noviembre! Sólo nos falta concretar los últimos detalles (nimiedades sin más, como el día, el sitio, etc...). Y no, no pienso encender el móvil. Lo haremos del mismo modo, que tiene mucha más intriga. 
Joe Bowers

lunes, 29 de octubre de 2012

Prendas amortizadas

Fritz Zuber Buhler
Durante una época de nuestra infancia, hermanísima estaba convencida de que eramos pobres. Años más tarde hermanita partió de esa premisa para poner en práctica un método de automanutención, aunque carecía de la convicción de hermanísima y no obtuvo ningún beneficio, y sí algún perjuicio, al declarar públicamente su estado de necesidad vestida con el uniforme de un colegio privado y bilingüe. Si bien es cierto que el dinero ni sobraba ni se derrochaba, la situación económica familiar distaba de la miseria en ambas épocas.

El exiguo gasto en vestuario era una de los motivos por los que se llegaba a fin de mes, e incluso se ahorraba algo. La mediana, con su pobre suerte, heredaba toda mi ropa y cuando la Señora tenía la brillante idea de comprarnos a ambas algo igual, para llevarnos conjuntadas, hermanísima lucía el mismo vestido durante una serie de años, variable en función de su ritmo de crecimiento. El hecho de que la talla se escogiese desde el principio con el objetivo de que las prendas resultasen crecederas entrañaba que su guardarropa se mantenía inmutable (ya fuese con lo suyo o con lo mío) durante un periodo mínimo de 4 años. Con lo presumida que era, y lo que le gustaban los trapos, cada vez que recibía alguna de aquellas herencias se quejaba, más amargamente de lo habitual, de la desgraciada suerte de los medianos. La verdad es que la pobre, cada nueva temporada, estrenaba entre poco y nada.

El ser la mayor no me libraba de heredar: lo hacía por duplicado ya que mis predecesoras en el uso de aquella ropa eran las gemelas, cuatro años mayores que yo y vestidas de forma tan idéntica como su genética. Mi crecimiento durante la infancia fue bastante rápido, lástima que luego se detuviese en seco, por lo que no me pasaba años con el mismo vestido, como le sucedía a hermanísima, pero, por otro lado, no cambiaba de modelo durante semanas: según se lavaba una de las copias hacía uso de la segunda (y viceversa). ¡Hasta el vestido de comunión tuve por partida doble! Curiosamente creo que fue el único vestido que hermanísima no heredó, no había crecido lo suficiente durante el año de diferencia que nos separa y no le estaban bien. Hubo que comprarle uno para ese día, muy bonito aunque corto, para darle otros usos posteriormente, blanco y con bordados azules. Por supuesto se quedó encantada.

Afirmar que los uniformes se amortizan es recalcar un hecho conocido de manera universal. Haciendo cuentas, con un sólo año de uso escolar cualquier uniforme sale a menos de céntimo diario. Con ese resultado se me antoja casi imposible calcular la infinitésima parte del céntimo que correspondería a nuestra falda del uniforme. Sin duda, la que sufrió la mayor amortización fue la de hermanita, comprada en párvulos con 4 años y aún en uso en COU, con 17. La mía, azul marino, vallisoletana, adquirida en 2º de EGB con 7 años, sólo duró hasta 1º de BUP (creo que feneció entonces porque desapareció del mapa, y debo aclarar que esas cosas sólo desaparecían si su estado era absolutamente irrecuperable). La longitud en ambos casos pasó de cubrir en su origen desde las axilas hasta los tobillos, sujeta con tirantes ajustables escondidos bajo el jersey, se ceñía con doble vuelta de cintura (o sisa, según se mire). Con el crecimiento los botones se movían hasta alcanzar su posición inicial, esa que lucían en la tienda, y se sustituían las hebillas perdidas por imperdibles. Al final, pese a llevarla baja en la cadera, que cubría un jersey también crecedero, el dobladillo aún subía un palmo por encima de las rodillas (si mi falda no murió desgastada, debió de ser mi padre el que se deshizo de ella para evitar una exhibición de pierna impúdica. Con hermanita no fue consciente del tema porque por entonces ya residía en otro continente).

La ropa interior también entraba en los recortes económicos, total nadie la veía. En un alarde de optimismo de lo hermosas que nos íbamos a poner (con las comidas linarenses el lustre era difícil de evitar), las tías de mi madre nos tejieron unas artísticas bragas de perlé que, afortunadamente, nunca nos han servido. Tan previsoras como siempre, añadieron unos cuantos puntos al patrón para que resultasen amplias y cómodas. Lo primero lo consiguieron, lo segundo no: andar perdiendo la ropa interior al caminar, aunque fuese anudada en el pecho con un lazo, no resultaba para nada práctico. Hermanísima y yo podíamos compartir una al mismo tiempo y aún quedaba espacio para meter allí a mi abuela, y eso que la mujer estaba oronda por aquel entonces.

Paula Romani
Esas economías en el vestir dejaron su huella en nuestra personalidad. Está claro que House, al ser hijo único, ni lo sufrió, ni le importaba, porque aún conserva ropa de antes de conocernos. Sin embargo, tanto hermanísima como yo somos presa fácil de las nuevas temporadas y nos cuesta resistirnos a un bonito vestido. Ella se los hace con frecuencia, le basta con una tela que le guste, pero en mi caso la impronta afecta a mi tarjeta de crédito y, para continuar con la tradición de prendas útiles y duraderas, compro siempre pensando en el "fondo de armario" hasta que he alcanzado el momento en el que el susodicho fondo no me deja ver el frente.

sábado, 27 de octubre de 2012

"Cosas" de premios

Hay "cosas" que se merecen un premio. El pundonor por la labor bien hecha produce satisfacción personal pero ese orgullo se refuerza cuando también es valorada por otros y se reconoce la dedicación y el esfuerzo que hay detrás de la tarea. Esa recompensa puede tener presentaciones muy distintas: desde el halago o un simple mensaje de ánimo para continuar, o una palmadita en la espalda, o un pequeño premio, casi de consolación (que a fin de cuentas también es un tipo de premio), hasta llegar a optar a un galardón con enjundia para el que hay que enfrentarse con una dura competencia. Dentro del mundo de los blogs, uno de esos trofeos importantes es el Premio Bitácoras.

Esta es una campaña para ese premio, pero no para mi blog, que escribo básicamente para mí, además de para el homenajeado de turno, cuando toca. Si hubiese una categoría de cumpleaños puede que me presentase a ella, pero de momento creo que a nadie se le había ocurrido que algo así pudiese dar para tanto (76 cumpleaños en un año no es una cifra demasiado habitual para una sola familia). Ni siquiera yo misma me podía imaginar la dirección que iba a tomar esto. En mi línea, mi homenaje de hoy es para un blog y, por supuesto, para su afanosa autora.

El blog que apoyo es uno con mucha más andadura, más de 4 años (ya sólo por eso se merece el premio). Además de estar bien escrito, con un estilo homogéneo y una constancia ejemplar, tiene, entre otras muchas "cosas": humor, sarcasmo, ternura, consejos, cultura, anécdotas y opinión. Lo descubrí gracias a su sección de "los libros y yo" (comentarios con criterio y sin miedo), me sentí identificada con su divertida "no vida amorosa", la sección de "maternity", con sus geniales princesas (una azul y otra rosa) me trajo a la memoria a mis sobrinas y me quedé enganchada con algunas de sus entradas vitales. 980 seguidores (otro motivo más para darle un premio) demuestran que tiene algo para todos los gustos, e incluso dispone de una corte propia que le comenta (con lo difícil que es conseguir comentaristas) y que se ha ganado gracias a saber instigar en otros la capacidad de opinar hasta hacerles superar la vergüenza que eso supone (algo parecida a la de levantar la mano en clase para preguntar, con el miedo de parecer o un listillo, o un estúpido).

El blog es "cosas que (me) pasan" (os sonará de verlo en los enlaces de la zona inferior de esta página) y las instrucciones detalladas para votar las tenéis en una de sus entradas de "Campaña Electoral" (un post con excelentes argumentos para convenceros de hacerlo, si es que yo no lo he logrado). Lo merece y a su autora, Moli, le hace ilusión.

viernes, 26 de octubre de 2012

La tita Pepi

Durante muchos años la tita Pepi vivió con mi tío y mis seis primas en la otra mitad de la granja. Dado el papel de la granja como lugar de reunión de toda la familia, lo que en vacaciones sucedía a diario, cuando nos juntábamos toda la caterva de primos no sólo invadíamos la sección de mis abuelos, sino también la suya. Nos presentábamos a su puerta casi continuamente a la busca y captura de alguna de las primas. Una vez que las chiquillas salían a jugar con el resto, tampoco terminaban las visitas, porque cada vez que necesitaban coger algo de su casa, ya fuese un juguete, un libro o una rebanada de pan con nocilla, solían hacerlo acompañadas de algún voluntario. En los juegos de escondite, si se descuidaba y dejaba la puerta abierta y accesible, aparecían niños como ratones en cualquier rincón de la casa. Es cierto que nuestras correrías se desarrollaban preferentemente en la parte de los abuelos y procurábamos no invadir demasiado su territorio, pero esto no siempre era posible.

Con semejante trajín la tita no paraba quieta más que para dormir. La casa era grande y seis hijas daban trabajo, aunque le echasen una mano en los quehaceres domésticos. Además, mis primas tenían facilidad para meterse en "fregaós", de la variedad de los no domésticos, y solían acabar castigadas incluso antes del desayuno. Eso sí, aunque su madre las regañase, no permitía que nadie más se metiese con su familia. Les inculcó a sus hijas que debían mantenerse siempre unidas, nunca criticarse entre ellas y defender a sus hermanas si alguien lo hacía.

Por las mañanas, mientras yo leía en el porche, antes de que su hija mayor se sentase a practicar sus lecciones de piano, ella limpiaba el salón y recuerdo que, al igual que Blancanieves, canturreaba mientras quitaba el polvo de los muebles y barría el suelo. Me gustaba mucho oírla cantar, entonaba muy bien y tenía una voz dulce y melódica. Una vez terminaba de adecentar la casa se dedicaba a preparar la comida. Siempre ha guisado estupendamente. Sus berenjenas encurtidas eran deliciosas y, en Semana Santa, preparaba varias fuentes de torrijas para atender las demandas de todos los primos, golosos y hambrientos, que en esa época acudíamos con mayor asiduidad a su puerta. Recuerdo que las rápidas visitas a su cocina me provocaban la impresión de ser poco más que una ladronzuela, lo que no estaba exento de cierta emoción, de esa que produce el ansia por lo semi-prohibido especialmente cuando sale bien. Me colaba allí como un perrillo, generalmente aprovechando la puerta del patio, y solía ser la primera, junto con alguna de sus hijas, en probar todas aquellas delicias. No me importaba achicharrarme con el pan  recién sacado de la sartén, caliente y cremoso, espolvoreado con el azúcar aún crujiente y la aromática canela. Si estaba demasiado caliente no importaba, sino que eso me ofrecía una excusa perfecta para tomarme otra torrija una vez se habían templado. Algunas raras mañanas la tita podía permitirse el entretenerse, hacer todo más tranquilamente y en algunas de esas ocasiones me instalaba con ella mientras preparaba sus guisos. Siempre me ha gustado el ambiente de las cocinas, me resulta muy acogedor. Supongo que tiene relación con que esa estancia siempre ha sido un punto de reunión y conversación, tanto en mi propia casa, en la de cualquiera de mis tíos y, por supuesto, en la granja.

Jean-Baptiste Camille Corot 
"Lectora Coronada con Flores (La Musa de Virgilio)" 
Por las tardes la tita tampoco paraba. Veía la televisión con las agujas de punto en las manos. Atendía al programa de turno mientras tejía, a toda velocidad, preciosos jerseys y chaquetas para sus seis niñas. Luego éstas los usaban para trepar por árboles y tejados, así que aquellas prendas nunca disfrutaban de una vida demasiado larga. Cuando tenía un rato para ella, leía. Su biblioteca era una de las que solía asaltar en mis visitas a Linares.

Tiene carácter y nervio, por lo que puede parecer brusca en ocasiones pero en realidad es una persona muy cariñosa, aunque poco demostrativa. Menos expansiva que la mayoría de la familia, siempre te recibe con los brazos abiertos en su pequeño, aunque en realidad no tan pequeño, círculo. Le gusta disfrutar de su intimidad. Mi tío la adora desde que eran novios y, por supuesto, sus hijas y sus nietos, también lo hacen. Saben que siempre pueden contar con ella. Esther la quería con locura, al igual que ella a la chiquilla.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS TITA!

jueves, 25 de octubre de 2012

Cuarrécano

"Cutting the Pumpkin" 
Franck-Antoine Bail
El cuarrécano es un tipo de calabaza alargada, buena para freír. En la provincia de Jaén el término hace referencia a un guiso especiado de esta hortaliza, típico de la zona. El resultado es un plato muy cremoso, que se consigue tras pochar la calabaza en abundante aceite de oliva, y también un poco picante, lo que contrasta con la suavidad de su textura y su sabor dulzón. Se puede tomar de aperitivo, a cucharadas (mi método favorito de consumo), sobre tostas de pan o haciendo compañía a unos huevos o a cualquier otra cosa, pasta, arroz, etc, porque está tan rico que va bien con casi todo. Por la zona de Cazorla hay sitios que se come con morcilla o chorizo, aunque creo que eso lo convierte en algo demasiado contundente, claro que es zona de sierra y un plato fuerte resulta apetecible. Sólo, acompañado, o de cualquier manera es delicioso. A House le encanta desde que lo probó, y eso que no le gustaba la calabaza. La tita Carmen lo sabe y, siempre que lo prepara, congela una parte especialmente para él. Les encanta cuidar del pobre sobrino que trabaja tanto.

Mi amiga bibliotecaria me trajo de sus vacaciones una calabaza de huerta. Era, en pasado porque ya no existe, una calabaza preciosa, digna de se transformada en la carroza de Cenicienta. La estuve admirando unos días en la cocina antes de hacer magia con ella, diferente a la del hada madrina del cuento, y tras unos pases de espátula y sin necesidad de "Bidibibadidí bu", convertirla en este guiso. Lo más complicado de toda la preparación es pelarla, porque la piel es bastante dura. Para eso sí que me habría venido bien una varita mágica. Dado que carecía de de ese instrumento tuve que buscar un modo de facilitar esa tarea. La metí en el horno a 200º y la tuve allí durante 20 minutos (podría haber estado más pero me dio miedo pasarme, no pretendía asarla sino ablandarla externamente). El interior no se coció pero pude partirla sin dejarme los músculos en el intento y sin cortarme con resbaladizos cuchillos. Inicialmente traté de limitarme a vaciarla para preservar su bonita forma pero me fue imposible y, finalmente, la tuve que hacer trizas para sacarle toda la carne. Guardé las semillas para tostárselas a House, que le encantan, y metí los trozos, uno a uno, en la mandolina eléctrica que me compre en el Factory (y que permite rallar, laminar, etc a toda velocidad y sin ningún esfuerzo). Obtuve dos ensaladeras, hondas y grandes, de láminas de calabaza cortada. La poché lentamente en la sartén junto con las guindillas y las especias hasta que se deshizo. El cremoso resultado final ocupaba tan sólo 3 tuppers de esos cilíndricos de comida china a domicilio.

Pongo la receta de Canena, que puede presentar variaciones con otras zonas de la provincia. Con esta receta la dulzura queda perfectamente equilibrada con las especias. El único inconveniente es que, una vez que empiezas, es difícil parar y el empacho puede resultar algo indigesto. No obstante es uno de esos platos por los que merece la pena sufrir un poco de indigestión. No necesito decir que, para mi gusto, el que hace la tita Carmen es el mejor.

CUARRÉCANO

INGREDIENTES
Una calabaza mediana (reduce muchísimo y, aunque al cortarla parezca que hay una barbaridad, tras cocinarla y convertirla en algo delicioso se queda en casi nada).
Abundante aceite de oliva virgen extra (como si se fuesen a freír las patatas de una tortilla), por supuesto jienense.
Un par de dientes de ajo cortados en láminas.
Una guindilla picada (o un par de guindillitas de cayena enteras).
Comino molido (una o dos cucharadas grandes como mínimo, tiene que notarse el sabor a comino que es el que convierte en algo sabroso a la dulzona calabaza. Resulta mucho más aromático si se muele en el momento. Hay que ponerlo desde el principio y luego probar y rectificar, al gusto, casi al final, cuando ya haya reducido). Hay zonas en el que se sustituye por un poco de orégano, o simplemente se le añade también esta hierba.
Sal (con el mismo cuidado que para las patatas de tortilla, que al reducir puede terminar más salado que lo que debiera)

Elaboración
Cortar la calabaza en láminas, algo más gruesas que si fuesen para tortilla de patata.
Calentar el aceite, freír ligeramente los ajos y la guindilla antes de añadir la calabaza.
Dejar pochar para que se ablande poco a poco. Remover con frecuencia.
Añadir los cominos molidos y la sal. Mantener en el fuego unos minutos más hasta que las especias estén bien incorporadas. Suele ser aconsejable retirar la guindilla (si se encuentra, lo que requiere un minucioso trabajo de investigación) antes de comer. A mí no me importa demasiado encontrármela, y quemarme un poco la boca con el intenso picante, pero no todo el mundo es fanático del picante y disfruta al morder accidentalmente uno de esos pimientos.

Según el gusto personal de cada uno se le puede añadir más guindilla, ajo o comino. Admite incluso un chorrito de vinagre de jerez, al igual que las patatas "a lo pobre". Otras alternativas de la provincia llevan orégano y/o pimentón en sustitución del comino, e incluso se puede poner un toque extra de canela (yo lo hice y me encantó).

miércoles, 24 de octubre de 2012

Nostalgia de infancia

El blog está lleno de recuerdos de infancia. ¿Es un reflejo de añoranza por el pasado? ¿una muestra de que no sé vivir y disfrutar el presente? Seguramente haya algo de lo primero y espero que no mucho de lo segundo. Me gustan todos los momentos, presente, pasado y futuro. El futuro es un proyecto lleno de sueños, el presente es efímero y el pasado está lleno de recuerdos, muchos de ellos irrecuperables. Convertirlos en algo imborrable, traer al presente, aunque sea a través de las palabras, aquellos momentos, consigue hacer revivir de nuevo a sus protagonistas.

Mi añoranza no es por el pasado sino por las personas que formaban parte de él y cuya influencia me ha convertido en lo que soy. En ese sentido siempre vivirán dentro de mí, aunque no pueda cogerles la mano, sentir su piel fresca y suave al besarlas ni oir sus voces salvo en el eco de mi memoria. Es ese eco el que escucho con mayor intensidad al escribir sobre entonces. Crece dentro de mí el pedazo que dejaron en mi interior: la bondad y el sentido de la justicia de mis abuelos, el respeto, la inquietud, la entereza y su enorme presencia que bastaba para llenar el gran salón, la inteligencia, el afán de superación y la discreción de ambos, la generosidad de todos, el ángel de la Baronesa que nos tenía conquistados con su gracia, su ironía y su encanto, la entrega y el inagotable cariño de unos, la vitalidad y el optimismo de mi otros, la lucha por los sueños, la capacidad de disfrutar, de no rendirse ni venirse nunca abajo. Son valores que tengo presentes, que deseo imitar, aunque no siempre tenga éxito o me flaquee la voluntad. Sin embargo, a pesar de los recuerdos, añoro a las personas que me los enseñaron simplemente con su ejemplo.

martes, 23 de octubre de 2012

Sorpresas en el camino

Franco Matticchio
A veces me embarga la sensación de rutina, de monotonía, pero aunque lo parezca, un día no es nunca igual al otro. Puede que los horarios sí lo sean, que el trabajo lo parezca, que se termine cansada de coche, de llevar siempre el mismo camino, pero también es cierto que, hay veces, que las sorpresas que rompen con el día a día, no siempre son bienvenidas.

Hace poco me encontré con un pequeño rebaño de ovejas en la estrecha franja de tierra que hay tras el ridículo quitamiedos de la M-30 en esa zona. Caminaban en fila india y se acercaban peligrosamente al arcén (no podían alejarse mucho dada la anchura del terreno, que apenas superaba el metro). No vi ningún pastor con ellas. Más bien me dio la impresión de que habían aprovechado un hueco en la valla para escapar del animalario de alguna de las facultades y explorar durante su excursión un poco de mundo. Un salto y se arriesgaban a conocer incluso el más allá, y también a provocar un terrible accidente ¿Qué hacer? Lógicamente, pensé que debía avisar al 112 antes de que otro conductor se encontrase con una sorpresa aún mayor que la mía. Ya había tenido que hacer una llamada similar anteriormente, en esa ocasión por un pobre perro perdido y despistado, espero que no abandonado, en la carretera. Problema: iba al volante, sola y, como siempre, mi móvil estaba apagado, con un nivel de batería desconocido (no sería la primera vez que me lo encontrase descargado) en las profundidades de mi bolso.

Tomé una salida. Me paré en un semáforo. Encendí el teléfono ¡Bien! ¡Una sorpresa agradable! Aún le quedaba media batería. Conecté el manos libres del Blue Tooth (¡también tenía carga!), por si durante la conversación se abría el semáforo y tenía que moverme mientras hablaba. No me apetecía ganarme una multa por mi llamada. La otra alternativa era la de seguir allí parada hasta colgar y bloquear en ese rato a los de atrás (creo que me habrían multado igualmente por ello). Marqué el 112.
-Ha llamado al 112, Emergencias (me contestó un mensaje automático, pregrabado). Si no deseaba acceder a este servicio, cuelgue. En caso contrario espere a que su llamada sea atendida.
Esperé. Apenas una señal y una voz femenina.
-Servicio de emergencias. Dígame.
-¡Buenos días!- ¿cómo explicar aquello y conseguir que sonase medio verosimil? Iban a pensar que pretendía tomarles el pelo. - Iba conduciendo por la M-30 y, a la altura de la Ciudad Universitaria, he visto a un grupo de ovejas al borde de la carretera. No me he fijado en el kilómetro exacto, 22 ó 23, más o menos.
-¿Unas ovejas?
Creo que debían de estar rastreando la señal para venir a buscarme y, una vez arrestada, conducirme al manicomio más próximo.
-Sí - insistí (de perdidos al río). -No sé si se habrán escapado de la Facultad de Veterinaria, o podría ser de la de Agrónomos (ambas están por allí).
Les debió de parecer una explicación plausible, dentro de lo disparatado de la situación.
- Ahora paso el aviso y enviarán un equipo a investigar - me informa la voz.
- Muchas gracias- suspiro aliviada.
"Sheeps in wolves' clothing" Satoshi Kitamura
Cuelgan. Cuelgo. Sigo mi camino a casa. Miro pero no leo ninguna noticia al respecto. Al día siguiente, me fijo al pasar de nuevo por allí. Afortunadamente no hay cadáveres ovinos en la calzada, ni rastro de los animales. ¿Hay pastores, e incluso domadores, entre los policías para estas eventualidades, o los perros pastores alemanes que utilizan conservan aún los instintos que dan nombre a su raza?

lunes, 22 de octubre de 2012

Parecidos

In the eyes of the inocent - Steve Hanks
Está claro. Todos los humanos, especialmente dentro de una misma raza, nos parecemos entre nosotros mucho más de lo que creemos. Sólo hay que fijarse en los comentarios ante un bebé: "es igual que su padre" "no, es igual que su madre" "¡cómo se parece a ti!" Curiosamente, ninguno de sus padres se siente mínimamente ofendido ante la comparación, al contrario, hinchan el pecho como gallos, y eso a pesar de que el aspecto de su nuevo hijo, arrugado, inflamado, cubierto de caseum y en ocasiones con el cuerpo peludo por los restos del lanugo fetal, diste mucho del ideal de belleza. Está claro que el instinto es más fuerte que la vista, y la ternura que despierta el bebé no permite a los allegados valorarle de forma objetiva. Es, sin discusión, la cosa más hermosa sobre la faz de la tierra. Eso sí, una foto de la criatura al cabo de unos años mostrará la auténtica realidad, sin filtros.

Según el pequeño crece, los parecidos a sacar aumentan. A fin de cuentas, durante el primer año es normal que se parezca básicamente a su padre y ese tema no suele generar muchas discusiones. Sucede en todas las especies. No es más que una maniobra de la sabia naturaleza para evitar que el cachorro sea rechazado. A partir de ahí, una vez aceptado, puede parecerse a Rita "la cantaora" que ya no hay vuelta atrás. Aunque uno sea rubio y otro moreno, los respectivos írises sean oscuros y claros, las bocas grande y pequeña, y la diminuta nariz infantil se enfrente a una digna del poema de Quevedo, bajo la orgullosa mirada de su papá todo ello no será más que una serie de nimios detalles secundarios y nunca perderá en su memoria su semejanza original. Según surgen nuevos rasgos los abuelos recordaran a sus antepasados con afirmaciones del tipo "se parece a mi bisabuelo materno" "no, es igual que el hermano mayor de mi madre". En cada una de las visitas familiares surgen frases como la de "mírale, es idéntico a su abuela" e incluso "yo opino que es igual que mi tío" (aunque el parentesco con el susodicho sea lejano y político). De nada sirven protestas del tipo "¡pero si es adoptado!" Aunque el churumbel venga de Marte es incuestionable que es la viva imagen de algún conocido, que con frecuencia sólo se recuerda en ese momento. Al sacarlo de paseo, los admiradores espontáneos también determinarán la similitud con el portador del carro, aunque sea la niñera, la vecina o la tía.

¿Qué sucede? ¿Cómo se explica esto? ¿Es consecuencia de que al buscar pareja buscamos alguien con rasgos no demasiado diferentes a los propios porque así nos identificamos con el otro y nos sentimos seguros? ¿Es porque en los críos los rasgos son tan suaves y poco definidos que es fácil imaginarse el parecido con casi cualquiera? ¿Es porque los gestos, que dentro de una familia se desarrollan por imitación inconsciente, y casi parecen heredados, nos recuerdan a los de los demás miembros incluso más que las facciones? Y más adelante ¿es por la forma de hablar, la manera de expresarse, de mover las manos, de hacer las pausas, la entonación e incluso el tono de voz por lo que no podemos evitar relacionar la progenie con sus progenitores?

L'art et la vie - Walter Crane
El asunto no se limita al ámbito familiar, sino que fuera de éste, también nos parecemos a gente que no tiene ningún lazo de sangre con nosotros. La altura, el peso, el color del pelo hace que siempre entremos dentro de un grupo mucho más amplio de lo que nos imaginamos. Eso de "darse un aire" con algún amigo o conocido lejano de otro cuando somos presentados no es ninguna novedad. A veces se piensa pero no se dice, pero es una información útil que puede servirnos para recordar a esa persona en un encuentro futuro. Generalmente es mejor no llegar a conocer nunca a ese otro al que, supuestamente, nos asemejamos. No obstante, no todas las comparaciones son odiosas. Ser equiparados con algún artista al que se admira es una forma de elogio y, de hecho, la reacción es la de tratar de potenciar ese parecido concreto. Supongo que la explicación natural de este tipo de cotejo se basa simplemente en que el genotipo que conforma nuestro fenotipo no difiere esencialmente entre los distintos individuos de una misma especie. Por muy distintos que nos sintamos del resto de la manada, el resto de sus miembros no comparte nuestra particular visión.

sábado, 20 de octubre de 2012

De exposiciones en el Reina Sofía

La toilette- María Blanchard
Mis ganas de pasear se mezclan con una cierta pereza, la que provoca el pensar en arreglarse, salir de casa, ir hasta el Metro, bajar un sinfín de escaleras, esperar en el andén lleno de gente, meterme en un vagón aún más lleno de gente y buscar una pared libre en la que apoyarme para abstraerme con mi libro, mantener el equilibrio mientras leo de pie hasta bajarme en una parada próxima al Retiro. Me encamino al parque, es uno de mis lugares favoritos en Madrid, aunque conviene ir temprano y entre semana porque fuera de este horario se convierte en lugar de cita y de reunión de todas las familias, deportistas, patinadores, ciclistas y dueños de perros de la ciudad. Cuando llego aún está bastante tranquilo, a pesar de que los jardineros ya no utilizan el ecológico rastrillo y las tijeras de podar, sino sierras y aspiradoras con motores contaminantes y ruidosos de los que huyo.

Cruzo el parque, investigo nuevos caminos, silenciosos y solitarios, y salgo de nuevo al mundo por la Cuesta de Moyano. Aún no han terminado de montar los puestos de libros, pero ya puedo ojear lo expuesto. Me contengo y me limito a escoger un sólo libro. Tengo una pila al lado del sillón esperándome, los últimos comprados hace tan sólo unos días en una tienda de segunda mano que descubrí cuando acompañaba a House a renovarse el carnet de conducir. Me perdí entre los libros y, a la vista del percal, el pobre House regresó a casa sin mí.

Me dirijo al Reina Sofía. Tenía una deuda con él y aproveché las vacaciones para hacerle una visita. Descubrí cosas interesantes, aunque reconozco que no sé suficiente de arte moderno como para disfrutarlo todo cómo es debido. Me guío más por la estética y no es en eso en lo que consisten muchas de las obras. Las rupturas con los convencionalismos, las nuevas formas de representación, la experimentación y la transgresión no siempre encuentran eco en mi cabeza. De todos modos espero rellenar algún día mis lagunas, aunque sea poco a poco. No hay prisa.

Como había visitado parte de la exposición permanente recientemente, y hace poco leí en la "Revista de Arte" que inauguraban una retrospectiva de María Blanchard, he optado por esa opción. Es una pintora santanderina, contemporánea de Picasso, una de las pioneras de la vanguardia, con poca repercusión en su momento en España pero cuya relevancia se ha reconocido últimamente. Tras varios viajes de aprendizaje a París, emigró allí en 1916 para instalarse definitivamente en esa ciudad y poder así dedicarse por completo al arte, tal y cómo deseaba. La exposición divide sus obras en 3 etapas, organizadas por orden cronológico:
Un primer periodo de formación cuya iconografía se basa en el retrato y cuyo estilo se adentra en las corrientes modernas. No me llegó, pero ya he explicado mis carencias y limitaciones.
Una segunda época cubista, correspondiente a sus primeros años en París. Recuerda mucho a Juan Gris, aunque, en mi opinión, sus líneas son algo más toscas. Juega también con el collage y las texturas. Algunos cuadros me resultaron opacos, pese al vibrante colorido. Hay un dominio de tonos ocres y no suele faltar el rojo en sus matices más vibrantes, y en ocasiones hasta violento.
Convaleciente - María Blanchard
La tercera etapa tiene lugar en la década de los 20. Es el periodo de entreguerras y Blanchard se adscribe al movimiento denominado Retour à l’ordre. Se aleja del cubismo y retoma la figuración aunque no por ello se acerca al clasicismo ni regresa a su primera época. Su pintura evoluciona hacia un estilo personal, de siluetas recortadas, formas geométricas con bordes definidos y líneas marcadas, de contornos rectos o circulares y pinceladas fuertes y firmes. Son los cuadros de este periodo (al que corresponde el de la cabecera del post) los que más me han gustado, con diferencia, aunque me ha chocado encontrarme en diferentes salas el cuadro al óleo y el dibujo al carboncillo de una misma obra ("La echadora de cartas"), cuando lo lógico hubiese sido colocarlas juntas para apreciarlas mejor. A partir de 1927, tras una crisis de espiritualidad, su pintura se hace más delicada, sus perfiles se difuminan, la luz se libera y sus objetos se desmaterializan. El cuadro de le exposición que mejor refleja este cambio es el del Convaleciente, que pertenece a la colección del Museo, aunque hay que estar atento porque, curiosamente, no está en ninguna de las salas, sino en un pasillo antes de entrar a una de ellas. Es una obra preciosa, que transmite ternura y mucha sensibilidad.

La otra exposición temporal del museo era la de "Espectros de Artaud. Lenguaje y arte en los años cincuenta". Me he acercado pero me he limitado a fisgar. El problema: es una exposición sobre la interacción entre arte y lenguaje, tanto en su forma escrita, con el desarrollo de nuevas grafías, como hablado e interpretado y me ha espantado la acústica llena de ecos del museo. Artaud era un personaje psicológicamente atormentado que define su propia obra como "violenta, sangrienta y cruel". Es el creador del "Teatro de la Crueldad", busca incitar el caos, provocar la convulsión en el espectador. No sé si el retumbar disonante del eco en las salas del Museo formaba parte del montaje para lograr ese efecto o era un añadido no buscado que amplificaba la sensación de incomodidad del visitante. En cualquier caso, no lo he resistido.

"Dalí pintaba relojes para matar el tiempo"
La mañana ha terminado con otro paseo de regreso al Metro. He cambiado el recorrido y he subido por el Barrio de Salamanca. He descubierto en mi paseo un par de tiendas interesantes. (Nota aclaratoria: no recibo nada, ni me llevo comisiones ni descuentos por estos comentarios, son meramente informativos). La primera, una zapatería: "Manolo", en la C/ Conde de Aranda, 6, con zapatos buenos, elegantes y cómodos, y bolsos bonitos y prácticos, en un amplio surtido de colores y a un precio razonable. Mi segundo hallazgo ha sido "24 hours fabulous" una tienda de ropa y complementos de fiesta de firmas de lujo que, además de vender los vestidos, tocados, bolsos y todo lo necesario para cualquier evento, también lo alquilan. Tienen vestidos cortos, largos, prohibitivos para muchos bolsillos, entre ellos el mío, pero permisibles en su versión de alquiler. A los vestidos alquilados se les aplica un descuento proporcional al número de alquileres, al igual que a los de temporadas anteriores, por lo que puede encontrarse alguna oferta atractiva. Por supuesto, disponen de web: 24fab.com (aunque personalmente opino que el diseño de la página no está muy conseguido). Mi última parada ha sido en De Sybaris, en la esquina entre Alcalá y Príncipe de Vergara, para hacerme con alguna deliciosa gourmandisse. En este caso ha sido un vino, recomendación de hace algún tiempo de mi amiga MJ: "Predicador".

viernes, 19 de octubre de 2012

Higos, higueras y brevas

"The Pirate Ship"  Donna Green
La higuera es un árbol muy prolífico, no recuerdo un momento de la granja en el que no hubiese higos o brevas en la casa. Aquella higuera estaba todo el año en temporada. No sólo eso, sino que, además, resultaba uno de mis mejores refugios, aunque tenía el inconveniente de que la tranquilidad duraba poco. Era un árbol relativamente cómodo, de ahí su popularidad para los juegos, con ramas muy bajas, casi horizontales, por las que trepábamos a modo de escalera, para luego instalarnos en ellas. Nunca se aplicó más literalmente el dicho de "estar en la higuera".  Por desgracia, las estancias en solitario solían ser breves ya que la lectura no tardaba en verse interrumpida cuando mi privilegiada posición era asediada en tropel por el resto de mis escandalosos primos.

A mi abuelo no le gustaba demasiado que nos subiésemos a aquel árbol, no fuésemos a dañar sus estupendos frutos (lo que nunca sucedió, además de prolífica la higuera era extremadamente resistente). Sin embargo no nos ponía demasiados problemas con los naranjos, que estaban justo al lado y, aunque también los utilizábamos como refugio, eran bastante más incómodos. Sólo uno de ellos tenía una horquilla abierta y amplia en la bifurcación de su tronco. Era el más cómodo y el preferido por todos. Lógicamente, conquistarlo para hacerse con él como "casa" podía generar auténticas batallas entre los distintos bandos. Supongo que el motivo de su permiso era porque el abuelo consideraba su ácida fruta como incomestible, pero la higuera era otro cantar.

Tengo un paciente que todos los años me visita por estas fechas. Viene cargado con una enorme bolsa de castañas y con otra igual de grande de higos, secos o frescos, según estén en ese momento. Al verle siempre me acuerdo de los buenos momentos en la higuera de la granja y en mi abuelo entrando en la cocina con un cubo grande de metal en cada mano, repletos de higos o de brevas. Esta receta es un homenaje a mi paciente, a mi abuelo y a aquella higuera.

BIZCOCHO DE HIGOS SECOS CON SOPA DE CHOCOLATE, QUESO CREMOSO E HIGOS FRESCOS

Bizcocho de higos
Ingredientes (4 personas)
4 yemas
2 claras a punto de nieve
100 gr de aceite de oliva suave o desahumado
200 gr de azúcar moreno
50 gr de queso cremoso
Un chorrito de nata
100 gr de higos secos
250 gr harina
10 gr levadura
1/4 l de mosto de uva

Elaboración
Emulsionar y montar las yemas con el aceite, mezclar con los higos machacados en mosto, las claras y el azúcar.
Diluir el queso con un chorrito de nata e incorporar lentamente junto con la harina y la levadura.
Cocer en horno precalentado (180ºC) en molde, de 20 a 30 min.

Sopa de chocolate
Ingredientes
100 gr chocolate 70% cacao
Licor de higos
Mosto de uvas

Derretir el chocolate con un chorrito de mosto y unas gotas de licor de uvas. Reservar.

Crema de queso
Mezclar 50 gr de queso cremoso con 50 gr de nata montada y azucarada.

Montaje
Desmoldar los bizcochos y colocarlos sobre la sopa de chocolate. Cubrir con una cucharada de crema de queso y colocar unos higos, frescos y abiertos, sobre los bizcochos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Citaciones familiares

Finales de Septiembre:  Regreso de vacaciones. Llamada de hermanísima:
-Grumpy, ¿cuándo vuelves al hospi? Recuerda que tienes que pedirme cita en la Unidad del dolor por lo de mis migrañas. Me tocaría revisión en Octubre.
¡¿Recuerda?! ¿Qué soy? ¿la agenda de la familia?
-No empiezo a trabajar hasta el día cuatro. ¿Cuándo te dijeron que tenían que volver a infiltrarte?
- Creo que por estas fechas, pero no me acuerdo exactamente de qué día.
Deduzco que yo sí que debería recordarlo aunque no lo haga ella, que es la afectada. A fin de cuentas eso es tan sólo un pequeño detalle, por completo irrelevante. Lo peor es que no me sorprende, debo de haber hecho callo con los años.
- ¿No te dieron un papel de cita?- pregunto con optimismo
- Ahora que lo pienso creo que sí, pero no sé donde está. ¿No te lo di a ti? (la mejor defensa es un buen ataque, especialmente si consiste en descargar balones fuera).
- No me suena (suelo acumular varias de esas hojas en la mesa de mi despacho y cuando tengo un rato me acerco con el taco completo al puesto de citaciones para personal. Me conocen y creo que incluso me temen. Saben que tengo la familia más numerosa de todos los trabajadores del hospital. Por supuesto, cada vez que algún administrativo asoma la nariz por mi consulta para pedirme un favor no puedo por menos que sentir cierto alivio al poder devolverles los suyos).
- Lo buscaré - me promete hermanísima.

Día 4 de Octubre. Primer día de trabajo. Ni papel de cita aún, ni tampoco tiempo para ocuparme de ello. Sí que compruebo que no está en mi mesa. No puedo hacer más, estoy en quirófano. Esa misma noche, barbacoa familiar en casa del hermano con mis tíos. Al parecer hermanísima sí que lo ha encontrado, pero...
- Se me ha olvidado traerte el papel - me confiesa.
- ¿Te acuerdas al menos de cuándo tenías la cita?
No lo ha mirado. Al menos lo ha encontrado (algo es algo).
- Te lo doy el lunes, en mi cumpleaños.

Lunes 8. 5 días de trabajo han bastado para sentir que las vacaciones han quedado muy lejos. Llegada triunfal con 3 guardias en ese periodo, amenizadas con un par de viajes al hospital y un quirófano urgente, para mantenerme entretenida, durante la noche del sábado (un gesto considerado del busca, por si estaba aburrida en casa sin ningún plan). Es el cumpleaños de hermanísima con reunión familiar alrededor de una buena mesa repleta de manjares caseros. Entre la apertura de los regalos, la homenajeada me hace entrega del famoso papel. Debo reconocer que ha escogido bien el momento, imposible protestar justo en ese instante. Miro la fecha. Es para el 16 (bien, sólo estamos a 8, incluso me sobra tiempo). Esto no es un favor, es un milagro. Además con condiciones:
- Entérate de quién me lo va a hacer porque quiero que sea mi doctora de siempre. Si no es ella, me cambias la cita.
¡Genial! Todo son facilidades. ¿Cuándo pensé que hacer Medicina era una buena idea? Ah, sí, justo cuando rellené la preinscripción para la Universidad. Debería de haber seguido con mi idea de Biológicas, aunque me hubiese muerto de hambre.

Al día siguiente, al final de la consulta, me acerco a la Unidad del dolor. No está la enfermera que conozco. Afortunadamente la que está tras el mostrador también es muy colaboradora. Revisamos las citas y encontramos la de hermanísima. ¡Alerta! No es la doctora que ella desea.
- Ha tenido un bebé y está de baja - me explican.
- ¿Hasta cuando?
- Va a pedir una excedencia y no volverá hasta Febrero.
O bien hermanísima aguanta sus migrañas hasta entonces, o bien busco a otro médico de manos delicadas y trato encantador que me la encandilé hasta que regrese su adorada doctora. Afortunadamente la suerte se cruza en mi camino en la persona de otra doctora. Le explicó el quid del problema. Ya he dicho que sé que es un encanto y en un momento lo soluciona todo. Sólo hay que cambiar la hora de cita, pero el día sigue siendo el mismo. Es 9 de Octubre. Si yo he podido hacer el milagro, hermanísima podrá apañárselas con sus clases.

Día 15. Llamo a hermanísima. Lo coge mi sobrina pequeña, que suele realizar las funciones de secretaria cuando no es ella la que ocupa el aparato.
- ¡Hola tita!
- ¡Hola ciclón! ¿Está por ahí tu madre?
- Sí, ahora te la paso. ¡¡¡Mamá!!!....- (se oyen voces y explicaciones)- Dice que está tendiendo la ropa, que ahora te llama ella.
Me conozco esos "ahoras" y con suerte significan ese mismo día, pero con frecuencia pasan al día siguiente.
- Pregúntale si va a venir esta noche.
- Dice que por qué.
- Para ir mañana conmigo al hospi a lo de su consulta.
Hermanísima coge el teléfono. Parece que la ropa puede esperar.
- ¡Mañana! ¿Seguro que es mañana? Pensé que era más adelante.
Estoy a punto de abrirme las venas. Me veo que la próxima vez me va a tocar incluso hablar con la directora de su colegio. Hago acopio de paciencia.
- Mañana es día 16 y tienes cita a las 8 y media de la mañana - le explico (¡sólo me falta que no se presente!)
- Tengo que hablar con mamá para ver si me puede recoger cuando termine (después de las infiltraciones la pobre sale para el arrastre).
- Ya sabes que hoy tiene curso en el Museo.
- Espero que no se haya ido todavía (yo también). Ahora te llamo.
El ahora es una hora después. Espero que en el ínterin haya hecho todos los trámites necesarios.
- Dice mamá que como la cita es muy temprano ella me lleva y me trae, así que me iré allí esta noche a dormir.
House me mira. Tras las conversaciones de la tarde está intrigado por el desenlace y por saber si me tengo que poner a recoger la habitación "de invitados" para hacerle hueco a hermanísima. Tiene la secreta esperanza de ver ese cuarto ordenado, pero hermanísima ya sabe de sobra que el orden no figura entre mis virtudes y no es momento de desengañarla. Le explico que finalmente no tendremos huesped. Le ahorro un sinfín de detalles de los que, sin embargo, ha sido testigo.

Al día siguiente llego temprano al hospital. Pese a la hora ya tengo un paciente madrugador esperándome. Es uno de los de toda la vida, me conoce y sabe mis hábitos. Me cuenta que tiene que irse y viene a ver si le puedo ver antes de su hora. Afortunadamente está bien y es una visita rápida. A las 8 y cuarto estoy en la Unidad del dolor. Eso sí, sola, no aparece ningún otro miembro de mi familia por allí. Enciendo el móvil. Silencio. Por no haber no hay ni mensajes. 5 minutos después, suena. Son ellas, ya están ahí (lo que significa que han aparcado). Salgo al hall a buscarlas. A partir de ahí todo va rodado y hermanísima, en su línea habitual, incluso hace buenas migas con su nueva médico.

La llamo por la tarde para ver qué tal se encuentra. Durante la conversación me informa de que tiene que darme un par de papeles para que le vaya pidiendo sus próximas citas. ¡En fin! (Enciendo el ordenador y escribo un post).

martes, 16 de octubre de 2012

Aventuras en el jardín

En el Colegio Mayor en el que vivimos durante los dos años que pasamos en Zaragoza, nuestro lugar de juegos preferido era el jardín al que daba la ventana de nuestro dormitorio. Recorríamos de un lado a otro, y de arriba a abajo, todos y cada uno de los caminos de tierra de aquel jardín, que para unas niñas de 4 y 5 años eran un arsenal inagotable de tesoros. Estos no consistían más que en piedras, bolas de barro y en un sinfín de objetos desestimados por los alumnos residentes en el Colegio, arrojados por las ventanas que daban a aquel patio. En las escaleras por las que se accedía al "cobertizo", una simple habitación en la que se guardaban las herramientas, nos entrenábamos a saltar un número creciente de escalones y, en la barandilla de piedra, nos deslizábamos a modo de rústico tobogán.

Cuando teníamos sed le pedíamos agua a la portera y, a veces, también nos daba unas cuantas aceitunas. En alguna ocasión las sustituía por unos granos de sal gorda que, al igual que las cabras de Heidi, lamíamos con avidez en la palma de nuestras manos, no precisamente limpias tras haber estado recogiendo tesoros entre los parterres. Cuando mi madre se enteró, nos prohibió tanto lo de pedirle agua como lo de la sal. A partir de entonces, si teníamos sed, debíamos aguantarnos o ir a casa. Los residentes universitarios se subían al pilón de la fuente que adornaba el jardín, se inclinaban sobre la estuatilla de bronce, una figura de mujer vestida con una túnica de su centro, y bebían agua del chorrito que salía del plato que sujetaba con sus brazos alzados. Una tarde de deshidratación, decidí probar suerte e imitarles. Me subí al borde del pilón al igual que hacían ellos y me agarré al plato. A mis 6 años (esto ocurrió en nuestro segundo año), apenas llegaba al borde de las estatua con los brazos estirados, y mucho menos al chorro para beber. Lejos de arredrarme, salté desde mi posición para izarme hasta el agua. Como resultado, me golpeé contra el canto metálico del plato y me caí al pilón. El agua se tiñó de rojo por el precioso corte que, desde entonces, luzco en forma de cicatriz en medio de mi frente. Me llevaron en volandas a la enfermería y me cosió Alejandro, el médico del Colegio. Al ver la aguja de suturar me tuvieron que sujetar entre cinco, aunque no recuerdo experimentar ningún dolor una vez que se puso a la tarea. Después me vendó. El vendaje alrededor de mi cabeza, junto con las trenzas que asomaban por debajo, me daban el mismo aspecto que una india de pelo rubio. Sólo me faltaban las plumas del tocado.

En aquel jardín podía haber terminado con más cicatrices pero, milagrosamente salí indemne de las lecciones, basadas en la pedagogía paterna, de aprender a montar en bici. Era una bicicleta blanca, heredada de mi primo y que en su uso previo había perdido no sólo los ruedines, sino también los frenos. Por supuesto, entre los métodos paternos no entraba el concepto de llevar a la niña agarrada por el manillar. Su infalible técnica consistían en lanzarme cuesta abajo, desde la entrada principal del colegio hasta el final de la cuesta. Con la inercia de la aceleración progresiva, la bici se mantenía en pie sin demasiado esfuerzo. Por desgracia, la cuesta terminaba en un bordillo. Para evitarlo debía girar el manillar antes de estrellarme contra él y salir volando lo que, inevitablemente, sucedió en los primeros intentos. Aún así me parecía más peligroso oponerme a la figura paterna que pedalear a toda velocidad con mi bicicleta sin frenos contra aquel bordillo, total no era muy alto. Salvo unos cuantos raspones en manos y rodillas, el asunto se saldó sin mayores daños y aprendí, en un tiempo récord, a controlar el aparato. Supongo que apelar al instinto de supervivencia produce ese efecto.

lunes, 15 de octubre de 2012

La casa del Colegio

Una de las cosas que más me llamó la atención de nuestro nuevo hogar zaragozano fue que, a diferencia del piso previo de Madrid con su preciosa tarima de láminas de madera bruñida, éste tenía el suelo recubierto de baldosas. No eran especialmente bonitas y el contraste con las amplias y brillantes tablas de nuestra anterior vivienda hacía que, de hecho, resultasen bastante insulsas. Tenían forma cuadrada, medían poco más de un palmo de lado, y eran de un tono claro, indefinido y mate, que tiraba ligeramente hacia el amarillento, y estaban salpicadas de pequeñas motas irregulares que no les añadían ningún encanto. Su completa falta de lustre les daba un aspecto viejo, desgastado y usado, y posiblemente así fuese. Lo mismo sucedía con el estado del precario cemento que las sujetaba al piso y cuya arenosa descomposición pudimos estudiar en directo. Nuestras obras de albañilería, que fueron motivo de otro post, son las responsables de que hermanísima y yo no hayamos podido nunca olvidar el diseño de esas losas, pese a su escasa belleza.

A través de la puerta que se abría a la derecha de la entrada se tenía acceso al salón. Recuerdo poco esa habitación porque por aquel entonces era un terreno casi vedado para los niños. Jugar en él era impensable y ni se nos ocurría entrar allí y molestar a los mayores durante su ocio. Allí se instaló nuestra primera televisión en color, marca Radiola. En su gran pantalla vi "Mujercitas" por primera vez. La imagen de Beth enferma, apoyada en la puerta, pidiéndole a Jo que no se le acercase si no había pasado la escarlatina, se me quedó grabada. En ese salón también descubrí que se puede saber si alguien tiene fiebre simplemente por el pulso, sin necesidad de termómetro. Tenía cinco años. Al volver del colegio, nuestro médico de cabecera habitual, un amigo de mis padres, estudiante de sexto de medicina y que aún tenía pendiente aprobar la asignatura de Pediatría, estaba de visita social en casa. Al verme, me notó con aspecto febril: ojos brillantes, cara roja y manos frías (era un día gélido y recuerdo que venía helada). Me tomó el pulso y comprobó que estaba más acelerado de lo que debiera, lo que le bastó para dictaminar que tenía fiebre. Acertó. Para variar eran anginas y me puso el odiado tratamiento habitual, vía parenteral. La verdad es que ni hermanísima ni yo entendíamos por qué suspendía, Pediatría no debía de ser una asignatura tan difícil cuando todo se solucionaba a base de dolorosas inyecciones de Penicilina. Ni que decir tiene que le temíamos como a un "nublaó" y delante de él procurábamos disimular cuando nos dolía algo.

La entrada se continuaba con un pasillo recto, muy largo (al menos eso nos parecía desde nuestra perspectiva infantil). Fue en ese pasillo en el que mi hermano se soltó finalmente a andar. Caminaba aferrado a un globo casi tan grande como él, con el que se sentía seguro, supongo que por su efecto de airbag en las caídas. En ese pasillo realicé mis primeros frescos aunque, en vista de las consecuencias, se me quitaron las ganas de continuar desarrollando mi carrera artística. En mi defensa alegaré que la culpa de mi travesura es achacable a los tebeos de Zipi y Zape. Los traviesos gemelos, en sus historietas, decoraban con asiduidad las paredes de su casa. Supuse que aquello debía de tener algún tipo de atractivo oculto que se me escapaba, así que, para satisfacer mi curiosidad infantil, me decidí a imitarles para comprobarlo. Dibuje unos monigotes a lápiz, muy, muy pequeños. Una vez realizado el experimento sin haber descubierto dónde residía su atractivo, traté de borrarlos con la ayuda de un borrador de pésima calidad. Fracasé y el grafito se quedó marcado en la pared. Por desgracia, mi obra de arte, pese a su reducido tamaño, no pasó desapercibida para la autoridad paterna. No obtuve ningún tipo de placer con mi investigación sino que, al contrario, me gané unos cuantos y dolorosos azotes (de los que no pude escapar como hacían los personajes del tebeo). Estaba claro que aquello no era divertido y que el autor de las historietas nunca había hecho la prueba para cerciorarse de ello o habría sufrido las consecuencias en sus propias carnes.

El hermano dormía en un cuarto diminuto al final del pasillo, tan chico que apenas cabía en él su cuna de barrotes de madera. Justo al lado, a mano derecha, se encontraba nuestro amplio dormitorio. Hermanísima y yo asomábamos disimuladamente nuestras cabezas cada vez que oíamos la puerta de entrada para espiar al recién llegado y hacíamos una valoración, no siempre benévola y caritativa, de las visitas. En una de esas, mi madre nos oyó. En un despliegue de humor, cantábamos "una señora gorda, por el paseo..." en relación con la oronda recién llegada. Por desgracia, a la Señora no le hizo ninguna gracia y el azote que nos llevamos en nuestros sufridos culos (maltratados ya de por sí por las inyecciones) nos quitó cualquier deseo de repetir ese tipo de actuación.

La cocina quedaba a mano izquierda, casi al principio del pasillo. Tenía una despensa oscura, semejante a la de Linares, no sé si algo más grande o simplemente más vacía. La principal diferencia radicaba en que en esta el interruptor no daba calambre al encender y apagar la luz, tal y como sucedía en la granja. También le faltaban las puertas correderas de delante de los estantes. Una tarde, hermanísima y yo nos subimos a la escalera para coger los sobres de Clamoxyl, que en ocasiones especiales se alternaban con el temido pinchazo de Penicilina (puede que esto ocurriese en nuestro segundo año de estancia y que para entonces el amigo-estudiante ya hubiese terminado la carrera y ejerciese su profesión, y sus métodos, en otras víctimas). Sabíamos donde los guardaba mi madre, en teoría fuera del alcance de los niños, aunque no de los monos trepadores. Una vez la caja en nuestro poder, utilizamos la medicina para jugar a tomar el té y nos prepararnos un batido con el delicioso antibiótico, todo esto por supuesto a escondidas. No nos descubrieron, y posiblemente esta sea la primera noticia que mis progenitores tengan al respecto (35 años después, por lo que nuestro crimen ha prescrito). Afortunadamente el Clamoxyl no es tóxico, salvo para los alérgicos, y no nos sentó mal. De hecho, no sé si como consecuencia de aquella sobredosis, durante una temporada no sufrimos de anginas, evento que agradecimos enormemente (no sólo por la incomodidad y el aburrimiento que nos suponía la enfermedad, sino porque además recordamos la sensación de sentarse sin dolor).
(Continuará)