lunes, 29 de octubre de 2012

Prendas amortizadas

Fritz Zuber Buhler
Durante una época de nuestra infancia, hermanísima estaba convencida de que eramos pobres. Años más tarde hermanita partió de esa premisa para poner en práctica un método de automanutención, aunque carecía de la convicción de hermanísima y no obtuvo ningún beneficio, y sí algún perjuicio, al declarar públicamente su estado de necesidad vestida con el uniforme de un colegio privado y bilingüe. Si bien es cierto que el dinero ni sobraba ni se derrochaba, la situación económica familiar distaba de la miseria en ambas épocas.

El exiguo gasto en vestuario era una de los motivos por los que se llegaba a fin de mes, e incluso se ahorraba algo. La mediana, con su pobre suerte, heredaba toda mi ropa y cuando la Señora tenía la brillante idea de comprarnos a ambas algo igual, para llevarnos conjuntadas, hermanísima lucía el mismo vestido durante una serie de años, variable en función de su ritmo de crecimiento. El hecho de que la talla se escogiese desde el principio con el objetivo de que las prendas resultasen crecederas entrañaba que su guardarropa se mantenía inmutable (ya fuese con lo suyo o con lo mío) durante un periodo mínimo de 4 años. Con lo presumida que era, y lo que le gustaban los trapos, cada vez que recibía alguna de aquellas herencias se quejaba, más amargamente de lo habitual, de la desgraciada suerte de los medianos. La verdad es que la pobre, cada nueva temporada, estrenaba entre poco y nada.

El ser la mayor no me libraba de heredar: lo hacía por duplicado ya que mis predecesoras en el uso de aquella ropa eran las gemelas, cuatro años mayores que yo y vestidas de forma tan idéntica como su genética. Mi crecimiento durante la infancia fue bastante rápido, lástima que luego se detuviese en seco, por lo que no me pasaba años con el mismo vestido, como le sucedía a hermanísima, pero, por otro lado, no cambiaba de modelo durante semanas: según se lavaba una de las copias hacía uso de la segunda (y viceversa). ¡Hasta el vestido de comunión tuve por partida doble! Curiosamente creo que fue el único vestido que hermanísima no heredó, no había crecido lo suficiente durante el año de diferencia que nos separa y no le estaban bien. Hubo que comprarle uno para ese día, muy bonito aunque corto, para darle otros usos posteriormente, blanco y con bordados azules. Por supuesto se quedó encantada.

Afirmar que los uniformes se amortizan es recalcar un hecho conocido de manera universal. Haciendo cuentas, con un sólo año de uso escolar cualquier uniforme sale a menos de céntimo diario. Con ese resultado se me antoja casi imposible calcular la infinitésima parte del céntimo que correspondería a nuestra falda del uniforme. Sin duda, la que sufrió la mayor amortización fue la de hermanita, comprada en párvulos con 4 años y aún en uso en COU, con 17. La mía, azul marino, vallisoletana, adquirida en 2º de EGB con 7 años, sólo duró hasta 1º de BUP (creo que feneció entonces porque desapareció del mapa, y debo aclarar que esas cosas sólo desaparecían si su estado era absolutamente irrecuperable). La longitud en ambos casos pasó de cubrir en su origen desde las axilas hasta los tobillos, sujeta con tirantes ajustables escondidos bajo el jersey, se ceñía con doble vuelta de cintura (o sisa, según se mire). Con el crecimiento los botones se movían hasta alcanzar su posición inicial, esa que lucían en la tienda, y se sustituían las hebillas perdidas por imperdibles. Al final, pese a llevarla baja en la cadera, que cubría un jersey también crecedero, el dobladillo aún subía un palmo por encima de las rodillas (si mi falda no murió desgastada, debió de ser mi padre el que se deshizo de ella para evitar una exhibición de pierna impúdica. Con hermanita no fue consciente del tema porque por entonces ya residía en otro continente).

La ropa interior también entraba en los recortes económicos, total nadie la veía. En un alarde de optimismo de lo hermosas que nos íbamos a poner (con las comidas linarenses el lustre era difícil de evitar), las tías de mi madre nos tejieron unas artísticas bragas de perlé que, afortunadamente, nunca nos han servido. Tan previsoras como siempre, añadieron unos cuantos puntos al patrón para que resultasen amplias y cómodas. Lo primero lo consiguieron, lo segundo no: andar perdiendo la ropa interior al caminar, aunque fuese anudada en el pecho con un lazo, no resultaba para nada práctico. Hermanísima y yo podíamos compartir una al mismo tiempo y aún quedaba espacio para meter allí a mi abuela, y eso que la mujer estaba oronda por aquel entonces.

Paula Romani
Esas economías en el vestir dejaron su huella en nuestra personalidad. Está claro que House, al ser hijo único, ni lo sufrió, ni le importaba, porque aún conserva ropa de antes de conocernos. Sin embargo, tanto hermanísima como yo somos presa fácil de las nuevas temporadas y nos cuesta resistirnos a un bonito vestido. Ella se los hace con frecuencia, le basta con una tela que le guste, pero en mi caso la impronta afecta a mi tarjeta de crédito y, para continuar con la tradición de prendas útiles y duraderas, compro siempre pensando en el "fondo de armario" hasta que he alcanzado el momento en el que el susodicho fondo no me deja ver el frente.

4 comentarios:

Carmen dijo...

¡Me encanta! La verdad es que conseguir darles un aire nuevo a esas prendas usadas me ha hecho como soy, ha mejorado mi creatividad y que valore una nueva compra con la alegría que merece. No soy capaz de no estrenar algo en cuanto me lo compro, es lo que más me gusta: estrenarlo. Creo que es uno de los placeres de la vida (aunque sean unas simples braguitas) por eso nunca he entendido el gusto por las tiendas de segunda mano llenas de ropa usada y que huelen a naftalina ¡Menuda ordinariez! ¡Con lo bonito que es algo nuevo con sus siete etiquetas pegadas que hay que recortar con cuidadito para ponértelo por primera vez...

Märkostren dijo...

Uno de los recuerdos más profundos de mi niñez, infancia, juventud y posiblemente primeros años de casado, son los pijamas de rayas azules y blancas que mi madre nos confeccionaba a base de estirar una pieza de tela comprada al principio de los tiempos. Todos los recuerdos nocturnos de mi vida pasan por aquellos pijamas que nos hacían parecer el mismo hermano a todos a la hora de dormir, tal vez fuera por eso que cuando se perdía algún azote siempre se lo encontrara el mismo pijama: el mio.
Aun los recuerdo con cariño, no así los calzoncillos confeccionados también con otra pieza de tela que era más bien para hacer pantalones, pero que con el uso llegaba a ser incluso tolerable.

Anónimo dijo...

Ainss que recuerdos lo de esas bragas!!! jajajaja.
Pal

Cucucá dijo...

Los recuerdos buenos son siempre agradables, pero hay uno que no podre perdonar a mi madre y fue el día de mi comunión. La tita Li hizo la comunión de monja y como todo se heredaba, de Linares a Madrid o de Madrid a Linares e incluso Camena, me adaptaron la dichosa prenda que, con mi cara diabólica no me pegaba nada, pero encima no me gustaba, yo lo que quería era llevar esos pomposos vestidos que llevaban mis compañeras. En fin todas pomposas emparejadas con su almirantito o marinerito abriendo el desfile y yo (de monja) con cuatro monjes (seguro que heredaos como yo) cerrando el cortejo. Se puede contar como anécdota, nunca me quitó el sueño, pero es una demostración de que nuestra generación lo pasó mucho peor.

Creo que el vestido de monja sirvió a más gente.

Un beso Cuca