Franco Matticchio |
Hace poco me encontré con un pequeño rebaño de ovejas en la estrecha franja de tierra que hay tras el ridículo quitamiedos de la M-30 en esa zona. Caminaban en fila india y se acercaban peligrosamente al arcén (no podían alejarse mucho dada la anchura del terreno, que apenas superaba el metro). No vi ningún pastor con ellas. Más bien me dio la impresión de que habían aprovechado un hueco en la valla para escapar del animalario de alguna de las facultades y explorar durante su excursión un poco de mundo. Un salto y se arriesgaban a conocer incluso el más allá, y también a provocar un terrible accidente ¿Qué hacer? Lógicamente, pensé que debía avisar al 112 antes de que otro conductor se encontrase con una sorpresa aún mayor que la mía. Ya había tenido que hacer una llamada similar anteriormente, en esa ocasión por un pobre perro perdido y despistado, espero que no abandonado, en la carretera. Problema: iba al volante, sola y, como siempre, mi móvil estaba apagado, con un nivel de batería desconocido (no sería la primera vez que me lo encontrase descargado) en las profundidades de mi bolso.
Tomé una salida. Me paré en un semáforo. Encendí el teléfono ¡Bien! ¡Una sorpresa agradable! Aún le quedaba media batería. Conecté el manos libres del Blue Tooth (¡también tenía carga!), por si durante la conversación se abría el semáforo y tenía que moverme mientras hablaba. No me apetecía ganarme una multa por mi llamada. La otra alternativa era la de seguir allí parada hasta colgar y bloquear en ese rato a los de atrás (creo que me habrían multado igualmente por ello). Marqué el 112.
-Ha llamado al 112, Emergencias (me contestó un mensaje automático, pregrabado). Si no deseaba acceder a este servicio, cuelgue. En caso contrario espere a que su llamada sea atendida.
Esperé. Apenas una señal y una voz femenina.
-Servicio de emergencias. Dígame.
-¡Buenos días!- ¿cómo explicar aquello y conseguir que sonase medio verosimil? Iban a pensar que pretendía tomarles el pelo. - Iba conduciendo por la M-30 y, a la altura de la Ciudad Universitaria, he visto a un grupo de ovejas al borde de la carretera. No me he fijado en el kilómetro exacto, 22 ó 23, más o menos.
-¿Unas ovejas?
Creo que debían de estar rastreando la señal para venir a buscarme y, una vez arrestada, conducirme al manicomio más próximo.
-Sí - insistí (de perdidos al río). -No sé si se habrán escapado de la Facultad de Veterinaria, o podría ser de la de Agrónomos (ambas están por allí).
Les debió de parecer una explicación plausible, dentro de lo disparatado de la situación.
- Ahora paso el aviso y enviarán un equipo a investigar - me informa la voz.
- Muchas gracias- suspiro aliviada.
"Sheeps in wolves' clothing" Satoshi Kitamura |
1 comentario:
Hay anécdotas que nos pasan a diario que cuando intentamos contarlas no suenan igual que las hemos vivido y resultan poco creíbles. En esos casos nos sentimos impotentes y sin saber que decir después. Saludos, manolo.
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