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"Below zero" Robert Hilbert |
Mientras en Linares todos nos agazapábamos alrededor de la
chimenea del salón, mi tío Pepe se paseaba en mangas de camisa y nos aseguraba, con gran convicción en su voz, que el "frío era algo psicológico". Sin embargo, al alejarnos del fuego para ir al baño, sentíamos que nuestra psique no estaba preparada para enfrentarse a las corrientes de aire y corríamos escaleras arriba con la doble finalidad de entrar en calor y de pasar el mínimo tiempo posible alejados de cualquier fuente de calor. En ocasiones descubríamos aliviados que, alguno de los mayores, tras ducharse, se había dejado allí, triste, sola y abandonada, la única y buscadísima estufa portátil del piso de arriba. Era un aparato pequeño (de ahí su portabilidad), con dos resistencias, aunque la instalación eléctrica de la granja sólo permitía encender una, sobre la que no se podían dejar los calcetines para quitarles la capa de escarcha nocturna porque, aunque lo que se dice calentar, calentaba poco, lo que era carbonizar lo lograba en apenas una fracción de segundo. Si al llegar sin resuello nos encontrábamos con ese preciado objeto, nos apresurábamos a enchufarlo, nos quedábamos a su lado mientras contemplábamos impacientes cómo la resistencia se encendía al rojo y, en ese excepcional calorcillo, aprovechábamos para entretenernos con algún tipo de ablución. Pese a disponer de estufa esa actividad también requería armarse de valor, supongo que se puede considerar que esa es una cualidad que entra dentro de la categoría de lo psicológico. Los grifos del agua caliente y de la fría eran individuales, lo que convertía la acción de lavarse las manos en algo similar a escaldarlas (nadie era tan valiente como para arriesgarse a sufrir los efectos del Raynoud tras congelarse los dedos bajo el chorrito de hielo recién fundido que corría por las cañerías de la fría). El ver aquel calefactor tenía un innegable efecto positivo en nuestra mente y nos bastaba con sentir su calor en los pies, nunca pasaba de ahí, para pensar en enfrentarnos a la desnudez que obligaba un aseo completo.
Por la noche, la psicología nos abandonada, supongo que rendida al cansancio, y para meternos en las heladas camas del
piso de arriba, recurríamos a todo lo físico y térmico que se nos ocurría. Así, armados de calcetines de lana, pijamas de felpa, por desgracia sin manoplas ni capucha, y también sin que nos hubiese correspondido en suerte ninguna de las contadas bolsas de agua caliente, nos introducíamos entre las sabanas. La tiritona que se desencadenaba tras esta maniobra no contribuía a que comulgásemos con la sabiduría de mi tío. Eso sí, una vez lográbamos conciliar el sueño, no nos volvíamos a acordar de que nos encontrábamos en una habitación válida para conservar alimentos, claro que tampoco percibíamos el vaho de nuestras respiraciones al exhalar debajo de las mantas. Es posible que inducir el sueño por medio de hipnosis sea una buena psicoterapia para resistir el frío, de hecho los osos, en un alarde de inteligencia práctica, se aplican el cuento e hibernan. La ventaja de ese comportamiento es que ningún animal habría podido atacarnos en el piso de arriba de la granja, al verse allí se habría quedado dormido hasta la primavera para sobrevivir.
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Heart of Snow por Edward Robert Hughes
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A la vista de este tipo de influencia del ritmo sueño-vigilia sobre la aclimatación, a lo mejor sí que debo darle la razón a mi tío. El principal argumento a su favor es que el frío es una sensación, sin embargo es rebatible con el razonamiento de que no sucede lo mismo con la temperatura, que es objetivable (por distintas escalas). Sin embargo, en función de los hábitos de vida de cada uno, la actitud ante la temperatura exterior es más que variable. Un andaluz a 30º se alegrará de que al fin haya refrescado, un islandés encenderá el aire acondicionado del coche a los 15º y un madrileño, en esos mismos niveles del termómetro, se preguntará a qué esperan en la comunidad de propietarios para poner la calefacción.
En nuestras vacaciones en Estocolmo, al que llegamos un veraniego, cálido y soleado 13 de Septiembre, nos aseguraron que el 14 era el día en el que el tiempo viraba. El sutil cambio sólo supuso un derrumbe de las temperaturas de unos 25º, al que se asoció una gélida galerna polar en toda su crudeza y que convirtió la temperatura de 10º en una sensación térmica de -5ºC (claro que, como cualquier sensación, era puramente psicológica). Recuerdo que aquella mañana dimos un paseo por el centro de Estocolmo, aunque debo confesar que he olvidado lo que vimos (mis neuronas congeladas no podían fijarse en nada, las sinapsis tiritaban y no lograban conectarse mientras mi hipocampo se esforzaba, sin éxito, por barrer de mi memoria cualquier rastro de aquella experiencia, aunque sólo consiguió borrar el paseo, que no el frío). Sé que había casas de color marrón, una valla negra, jardines con árboles y una acera de color gris por la que avanzaban mis pies, que eran casi lo único que veía, mientras caminaba sobre ella, embozada y encogida, en un intento vano de protegerme de las ráfagas de la "fresca brisa". Me gusta pasear por las ciudades, patearlas a fondo, calle a calle, sin embargo en este caso sólo pensaba en llegar a un lugar con techo y cuatro paredes, sin importarme en absoluto el trayecto hasta él. Lo único que deseaba era que fuese lo más corto posible. No sé cómo iban vestidos los suecos, sólo sé que lo que yo llevaba puesto (chaqueta de piel con un grueso forro polar por debajo) no era ni remotamente suficiente.
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Donald Zolan |
Poco después de aquello leí un artículo de Rosa Montero sobre su visita a Alaska. Aunque algo más agreste que Estocolmo, su impresión fue similar: 10º, viento helado y aire acondicionado encendido en las cafeterías, ante el que se preguntaba que a quién se le había ocurrido siquiera instalarlo. Mientras los habitantes locales sudaban en camiseta, los psicológicamente frioleros manifestaban su dolencia con escalofríos, castañeteo dental y piel de gallina desplumada.
Aunque la psicoterapia sea el remedio definitivo para el frío, de momento prefiero probar su eficacia previamente pertrechada de un buen abrigo, una bufanda, unos guantes y un bonito
gorro que mantenga mis ideas y mis orejas bien calientes.
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