miércoles, 13 de marzo de 2013

Aturdida

Necesito el silencio para evitar que mi cabeza se colapse. Supuestamente, los centros médicos deberían ser lugares con un nivel de ruido moderado, sin embargo, algunas mañanas el hospital es un puro bullicio de sonidos a voz en grito. La sesión de la mañana, más que en una puesta de ideas en común, se convierte en una batalla en la que, para hacerse oír, parece ser necesario hablar cada vez más alto. En realidad, por mucho que se chille, ese día nadie escucha a nadie y la reunión no llega a ninguna parte. Por desgracia también evita que se llegue a tiempo a la consulta, que da comienzo con el agobio de ir quemada y tarde.

Hay veces que el ruido se queda en la sala de sesiones, sin salir de ahí. Otras veces decide acompañarte hasta la consulta, que se convierte entonces en una interminable sucesión de pacientes cuyas dolencias no les impiden explicarse, hablar, preguntar, insistir, repetirse e incluso responderse. Para colmo, no siempre la entrevista se limita a la interacción entre médico y enfermo, sino que también cuentan los acompañantes por ambas partes. La opinión de familiares por un lado, y de auxiliares por otro, así como la narración añadida, con o sin paciente presente, de anécdotas que no tienen que ver con la medicina, también forman parte de la rutina que interrumpe el hilo de los propios pensamientos que luchan por encontrar un rincón silencioso en el que ordenarse. Mientras tanto, el incesante runrún de fondo de los monólogos va taladrando el cerebro y lo satura poco a poco hasta aturdirlo.

Cuando las cosas están así, ni siquiera la pausa del café supone un descanso. Al contrario, ese es el momento que todos escogen para desatar la irritación acumulada y cualquier excusa es buena para iniciar una acalorada discusión que caldea aún más los ánimos y calienta aún más las cabezas. Hay quien, ante un prometedor respiro, se siente incómodo por el silencio y cree que debe iniciar una conversación a cualquier precio. Las salas se cargan de palabras, no hay dónde escapar. La consulta continúa en un estado de agotamiento mental en el que sólo falta una chispa para hacerlo estallar. No se ve el momento de salir a la calle, sentir el frescor del aire en la cara, meterse en el coche y olvidarlo todo con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo del sillón mientras se disfruta del único momento de relativo silencio en esas larguísimas ocho horas.

2 comentarios:

Comas dijo...

Toda la razón, En mi puesto de trabajo cada día sueles rotar, por distintos servicios, y la preocupación no es ¿Dónde iré hoy? sino... ¡¡¡¡con quien!!!!

Carmen dijo...

¡Madre mía! Ya sé por qué nunca has tenido dotes de madre ni te ha gustado cuidar niños. No vengas a pasar un día a mi clase que te mueres. Jejeje