viernes, 19 de julio de 2013

Domingo en Vitoria

Me despierto a las 10:30 (no recuerdo la última vez que sucedió algo así). El desayuno termina a las 11 h. Llamo a House y bajamos al bufé. Toca recogida: hacer las maletas, el check-out y dejar los trastos en la recepción del hotel para pasear, muy tranquilamente que los pies siguen resentidos, y disfrutar de las vistas que ofrecen los bancos situados en los distintos puntos panorámicos de Vitoria. Callejeamos por toda la ciudad. Agradecemos las rampas mecánicas que desde la Iglesia gótica de San Pedro nos suben al Palacio de Montehermoso. Seguimos hacia la Catedral de Santa María, abierta por obras, aunque no entramos en ella. Por el camino vemos el Palacio renacentista de Escoriaza al lado de los restos de las murallas. Bajamos a ver la antigua posada de El Portalón y subimos por la Calle de la Cuchillería. Nos paramos delante de la Casa del Cordón, con su torre medieval, antes de continuar hasta los Arquillos.

Bajamos las escaleras hacia la Plaza de la Virgen Blanca. Entramos en la Plaza Nueva, cuyas terrazas están llenas de gente. Nos refugiamos en la plazuela de al lado del Palacio de Correos. Es un rincón precioso y tranquilo en el que corre un airecillo la mar de agradable. Tras descansar un rato nos encaminamos hacia el Parque de la Florida. Recorremos sus caminos, cruzamos sus puentecillos y damos la vuelta al precioso kiosko.

Enfrente se encuentra la Catedral Neogótica de Mª Inmaculada. Nos sentamos al lado de su ábside, en lo que bautizamos como "El rincón de los abetos", un recodo rodeado por estas coníferas de las que contamos seis especies diferentes. Desde allí las vistas de la catedral son impresionantes y le damos una tregua a nuestros machacados pies.

Tenemos reserva para comer en el Restaurante Ikea. No me refiero a la tienda de muebles sino a un sitio genial, que nos sugirió el día anterior el novio. Para abrir boca nos sirven un aperitivo de vichissoise y luego una delicia de ligera mousse de foie con gelatina de tempranillo y sifón de melocotón. De la carta nos decantamos por la ensalada de bogavante con frutos rojos y las cigalas con cremoso de patata y guisantes, que nos traen ya compartido, tras preguntarnos previamente. En los segundos me voy a la merluza (perfecta) con cuscus de centollo y moluscos y House opta por el rape con pisto de chipirones. El vino, El Puntido de 2008, una recomendación del maitre, que no conocíamos, nos pareció exquisito.

Estamos llenos pero no vamos a perdonar los postres: torrija de vodka con helado de salsa de nueces, la salsa tiene un nombre vasco impronunciable, y tarta crujiente de manzana y pera con helado de caramelo (el original era de maracuyá pero pedí que me lo cambiaran). Nos dieron a probar el brownie de pistachos con helado de queso (inimaginable). Rematamos con café que acompañan de tejas y trufas.

Con los estómagos más que satisfechos recogimos las maletas y las arrastramos el corto trayecto que nos separaba de la estación. Tren puntual, lleno a reventar de adolescentes.

Evidentemente el viaje nos ha encantado. La única pega: demasiado corto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Casi q me quedo con mas ganas de ir al restaurante!! Que hambreee!! jijiji. Me ha encantado Vitoria desde tus ojos, me gustaría mucho ir.
pal