martes, 9 de julio de 2013

En la cabeza de mi abuela

¿Quién me diría que pasaría mis últimos años en una residencia? ¡Qué viejos son todos! Tengo 95 pero desde que cumplí los 40 nunca nadie ha adivinado mi edad. Cuando me preguntan siempre digo 96 porque son los que voy a cumplir, sólo me quedan 6 meses. ¡Uf! ¡96 ya! Realmente no los aparento. No pinto nada entre tanto anciano. No sé por qué sigo aquí, ya no tengo nada por lo que vivir, sólo esperar el final. Seguro que ya no me debe de quedar mucho, aunque tampoco sería la primera de la familia que cumpliese el siglo de largo.

Oigo ruidos por el pasillo. ¿Qué hora será? ¡Ah! Las siete de la mañana. Esta última moda de traernos el desayuno a la cama para ver salir el sol no termina de convencerme. Prescindiría con gusto de semejante atención si me dejasen levantarme a las 10 para arreglarme y bajar al comedor. Se lo he sugerido pero han hecho caso omiso. Lo apuntaré en mi libreta para protestar en la próxima reunión.

Veo que todavía me faltan 2 sujetadores, siguen desaparecidos en la lavandería. Lo anoté hace más de 1 semana. Espero que aparezcan. No sirve de nada eso de marcar la ropa, como en una prisión. Me pregunto cuándo me pondrán el pijama de rayas. Ayer se llevaron mi camisón favorito y la falda que mi nuera me regaló por mi cumpleaños. Mi duda es ¿volverán?

¿Qué nos darán hoy de comer? Espero que no repitan con los garbanzos de la semana pasada, duros como balines. Ayer nos pusieron salchichas en la cena y no he pegado ojo en toda la noche. No sé quién se encarga de programar el menú pero estoy segura de que cuenta con un aparato digestivo a prueba de bombas.

Voy a intentar sentarme. Los huesos no colaboran, me tienen machacada. Al menos hoy no me da todo vueltas. Es terrible cuando eso sucede.  Es una sensación malísima que me revuelve el cuerpo entero. Intento no asustarme pero es inevitable. No quiero estar sola. Sé que con miedo todo es peor. Entre el pánico y el dichoso mareo soy incapaz de moverme. Dicen que es por el riego que viene por el cuello. Lo tengo rígido, a pesar de que procuro hacer los ejercicios de espalda a diario. Para esas cosas siempre he sido muy metódica. Hoy lo que me molesta es la rodilla. No me extraña, su tamaño es el doble que el de la otra. Espero poder llegar al gimnasio, aunque no es que me mejore mucho.

Ayer tuvimos sesión con la psicóloga. No sé por qué insiste tanto en que seamos positivos. ¿Va a cambiarnos la mentalidad a nuestra edad? ¿Debemos resignarnos a nuestra suerte y convertirnos en seres más sociables para ser felices? Pues va aviada si espera algo así, a la pobre no le esperan más que frustraciones en su trabajo. Hoy toca escuela: clase de lengua y matemáticas. El último día nos pidieron que escribiéramos una redacción sobre lo que recordásemos de nuestra vida y se me acabó el tiempo y el papel. Sólo llegué hasta mi primer pretendiente. Otros no escribieron más que unas líneas. A unos cuantos les pusieron a colorear, igual que a niños. Algunos se salían de los bordes, también como los críos, aunque en su caso los motivos eran distintos: les tiembla el pulso y apenas ven. Nadie les comenta nada, sería cruel, a fin de cuentas no tiene arreglo. Siempre me ha gustado hacer manualidades, ¡la cantidad de muñecas de papel que he cortado! Es entretenido durante un rato, pero no se puede decir que suponga ningún reto.

Espero que hoy venga alguno de mis hijos a visitarme. Seguro que Paquito quiere la revancha tras la última paliza que le dimos Luis y yo al dominó. Está convencido de que nos confabulamos contra él. En realidad no nos hace falta, a base de entrenamiento diario nuestro juego ha mejorado mucho. Si uno se despista, está perdido. Con ellos el tiempo se pasa volando, y si gano todavía más.

Nos mandan a la cama tras la cena, que nos sirven a las 7 de la tarde. ¿Qué es esto? ¿Centro Europa? Me entran ganas de protestar, igual que mis hijos cuando eran pequeños: ¡Si aún es de día! ¡Mamá, eso que brilla es el sol y no la luna!  Da igual, ningún argumento nos libra de acostarnos. Ni siquiera nos consuelan con la frase de que vamos a disfrutar del cine de las sábanas blancas. Sería una película de intriga, de sonidos nocturnos y con el riesgo de que algún abuelo desorientado se pierda por los pasillos y acabe en mi habitación, sin haber sido invitado. El porqué aún no me ha dado un infarto es un misterio.

4 comentarios:

Manuel Márquez dijo...

Hola, Sol, buenos días; curiosa e interesante inmersión en un territorio que, no por cercano, deja de ser misterioso, incluso fascinante, si me apuras (y, tantas y tantas veces, ni siquiera miramos hacia él).

Un abrazo y hasta pronto.

el tito Paco dijo...

Muy divertido (y exacto). Espero que le guste, aunque nunca se sabe.

Anónimo dijo...

Que post mas triste no? .
Marie.

Carmen dijo...

Es tan bueno que parece escrito por ella. La verdad es que voy poco a verla y me acuerdo mil veces de hacerlo ¡Esta vida loca y esta mudanza sin fin..! Tiene que ser duro ver como se envejece poco a poco, como pierdes a tus seres queridos y como tu cabeza sigue lúcida para que recuerdes lo que ya no tendrás. Es verdad que es triste pero es la naturaleza del ser humano.