Los príncipes azules escasean y los pocos que hay están muy solicitados. Hay lista de espera para hacerse con uno y tampoco está demostrado que sean tan maravillosos como cabe imaginar. Nadie te cuenta cómo continúa el cuento tras el final feliz, de la boda. Está la frase de "y vivieron felices y comieron perdices" pero como resumen es un tanto vago.
Si hay príncipes azules también debe de haberlos de otros colores. No todas las princesas son rosas, de hecho abundan más las de color márfil. Me pregunto: ¿por qué nadie quiere a los no azules? Seguro que están más disponibles.
En la misma línea de la princesa rosa estaría su equivalente, el príncipe rosa: dulce, tierno, suave y acaramelado. Quizás resulte algo cursi y demasiado empalagoso. Eso si no está más apegado a las faldas de la reina madre de lo recomendable.
Pasemos a la opción del príncipe blanco, montado sobre su níveo corcel. Antes de perder la cabeza ante semejante visión conviene cerciorarse del funcionamiento de las lavanderías de palacio, no sea que no se gane para disgustos, o para trajes.
Si no es blanco, será negro. Es el sueño del Príncipe Negro: enigmático, misterioso, seductor y muy, muy peligroso. Causa estragos, al igual que un vampiro. Si siempre lo escogen como el malo de los cuentos debe de haber un motivo, así que cuidado con fiarse de él o el sueño se convertirá en pesadilla. Sería la pareja perfecta de la madrastra de Blancanieves.
Entre el blanco y el negro nos queda la alternativa del gris. Sin embargo un príncipe gris suena triste, incluso aburrido. El panorama de su reino no es precisamente prometedor: un castillo de piedra bajo un cielo encapotado de nubes. Hace frío y el viento sopla entre los troncos grisáceos de los árboles sin hojas. Su murmullo, y algún susurro aislado, son los únicos sonidos que rompen el silencio. La lluvia convierte en lodo el polvo de los caminos y vacía las calles adoquinadas de la ciudad gris. Sinceramente, o se padece de daltonismo, o todo resulta demasiado monocromático.
Pienso en un príncipe amarillo y se me viene a la cabeza Blas. El naranja, por analogía, se lo asigno a Epi. El primero es demasiado comedido , supongo que porque goza de poca salud, su ictericia color limón es un claro signo. El segundo peca de inmaduro y ha abusado de los betacarotenos de las zanahorias. A pesar del encanto que les encontraba en mi infancia nunca avanzaron ni un paso en la escala del ideal romántico.
Un príncipe verde puede presentar múltiples matices. Uno: es aún sea un sapo que no se ha transformado en príncipe, y nunca hay que estar segura de que el cambio vaya a producirse en algún momento. La mayoría de los renacuajos no pasan de anfibios y pocos alcanzan el atractivo de la rana Gustavo, irresistible para Miss Piggy. La segunda opción, algo mejor, es que sea un ecologista convencido y militante. En ese caso la vida no será fácil.
Imposible olvidarse del príncipe dorado, arrollador, deslumbrante y que no permite que nada le haga sombra (no es que semejante hazaña sea posible). Vive en un palacio lleno de espejos que reflejan su luz. Con tanto ego no promete demasiado como consorte, pero ¿quién desearía aspirar a algo más? La versión plateada es más moderada, quizás esté más envejecida, aunque debo admitir que hay canas que otorgan mucho empaque. La experiencia bien aprovechada es un plus, los achaques no.
¿Cual me falta? El príncipe rojo. Suena a príncipe pirata enamorado de su barco y del mar. Salvo que se pertenezca a la especie de las sirenas, a las de verdad, esas que viven en el océano con su cola de pez y cuyas canciones hechizan a los marineros hasta hacerles perder la cabeza, y la vida, no parece humanamente posible encantar a uno de ellos lo suficiente como para que se quede en tierra.
Moraleja: no hay que empeñarse en que tenga sangre real.
¿Cual me falta? El príncipe rojo. Suena a príncipe pirata enamorado de su barco y del mar. Salvo que se pertenezca a la especie de las sirenas, a las de verdad, esas que viven en el océano con su cola de pez y cuyas canciones hechizan a los marineros hasta hacerles perder la cabeza, y la vida, no parece humanamente posible encantar a uno de ellos lo suficiente como para que se quede en tierra.
Moraleja: no hay que empeñarse en que tenga sangre real.
3 comentarios:
Nos quedaremos con los principes que hemos elegido q tienen un poco de arcoiris, no crees?
Yo casi por si acaso, me quedo con un plebeyo, eso si bello. Besos
Como he disfrutado leyendo esta entrada! Yo opto por el príncipe camaleónico que es caoaz de tener un puntito de cada color según proceda. Besos
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