Probé los Cinnamon Rolls por primera vez durante mi estancia en Texas a los 14 años. Eran una versión congelada e industrial, lista para meter un minuto en el microondas y tomarlos en el desayuno. Junto con los Belgian Waffles, que preparaba el dueño de la casa y que no necesitaban ni sirope, se convirtieron en mi desayuno favorito. La costra azucarada que los recubría, junto con el intenso sabor a canela se me antojó todo un descubrimiento.
10 años después, durante mi visita a Berkeley, descubrí en la fantástica Bakery de College St. unos Cinnamon Twist aún más deliciosos que mis recuerdos. La masa era un poco hojaldrada y mucho más ligera. Carecían de costra, pero no la necesitaban: tras morder su crujiente exterior, se fundían literalmente en la boca en una jugosa y perfecta combinación de azúcar moreno, canela y un toque sutil de mantequilla. Cuando me apetecía un pastel me costaba decidirme entre sus Danish pastries, unos ochos hechos de un hojaldre similar pero sin canela y con una crema de queso del estilo de la del cheescake rellenando sus agujeros, o aquellos exquisitos Cinnamon Twist.
Uno de aquellos días, un encantador profesor amigo de mis padres me llevó de excursión. Me recogió en su maravilloso Jaguar color vino, de metal bruñido, y tomamos la carretera de la costa en dirección sur. Recuerdo que poco antes había tenido lugar un terremoto que había abierto grietas y hundido algunos puentes de hormigón. Nos encontramos con algunos ejemplos de esas ruinas, ya retirados los escombros. Nuestra primera parada fue en Monterrey, cuna de los cinnamon rolls y del genial Steinbeck. Allí se desarrolla la trama de algunas de sus novelas: Tortilla Flat (la primera, que sirvió para sacarle de la miseria y le permitió dedicarse a la literatura), Cannery Row y su continuación, menos conocida pero mi preferida, "Dulce jueves". Los entrañables personajes de Steinbeck son individuos que no poseen nada. Cuando se hacen con algo, lo consideran un tesoro de tal calibre que se sienten inmensamente ricos (aunque no por eso se dedican a guardarlo y conservarlo, sino que buscan el mejor modo de sacarle provecho). No se dedican a sobrevivir a duras penas, sino a vivir y a disfrutar de la vida del día a día. Valoran la amistad por encima de todo, no hay nada mejor en el mundo que estar con los colegas (y esa situación es perfecta cuando la tertulia se riega con unos vasos de whisky de dudosa calidad, el Old Tennis Shoes, sucedáneo del Old Tennessee). El fluido y poético lenguaje de Steinbeck te arrastra a través de las páginas mientras transforma ese ambiente marginal en algo cercano, lleno de vitalidad y diversión.
No creo que ninguno de esos personajes inventase los Cinnamon Rolls que, sin embargo, también nacieron en Monterrey. Lógicamente era preceptivo probarlos: el buen turismo incluye no sólo embeberse de paisajes y monumentos sino también degustar la gastronomía más típica. Nos detuvimos justo delante de la diminuta tienda en la que supuestamente vieron la luz y allí nos hicimos con un par de aquellos dulces, cuyo tamaño era inversamente proporcional al del local. Por supuesto eran más pesados y menos delicados que los Twist de la Bakery, y también mucho menos dulces que los industriales, pero eso no menguó en absoluto nuestro disfrute. Mi cicerone me explicó que en su origen simplemente consistían en estirar una plancha de masa de pan, untarla con la ayuda de un pincel con mantequilla blanda y espolvorearla generosamente con azúcar y canela. La canela no puede añadirse a la masa directamente o mataría las levaduras (aunque hay versiones mucho más rápidas que emplean levadura química). A continuación se enrollaba y se horneaba para, aún caliente, terminar de cubrirlo con el glaseado, desde azúcar con canela, hasta una combinación de chocolate blanco derretido y batido con queso crema pasando también por otras versiones con nueces caramelizadas o manzana asada.
CINNAMON ROLLS
Ingredientes
- 1 taza de harina (puede ser integral).
- 2 cucharadas de mantequilla blanda.
- 3 cucharadas de azúcar.
- Un huevo grande ligeramente batido.
- 100 ml de leche templada.
- 5 cucharadas de azúcar moreno.
- Dos cucharaditas de canela de buena calidad.
- 1 sobre de levadura de panadería.
Elaboración
Mezclar la mantequilla con la harina y el azúcar blanco hasta que tenga un tacto terroso. Desleír la levadura en la leche y verter por encima. Mezclar. Añadir el huevo y amasar hasta obtener una masa lisa que se despegue de las paredes. Hacer una bola y guardarlo en un bol engrasado.Dejar reposar en un sitio cálido hasta que doble su volumen, como mínimo una hora.
Sacar y amasar sobre una superficie generosamente enharinada. Desgasificarla bien y estirarla con un rodillo hasta convertirla en una placa de un par de centímetros de grosor. Pincelarla ligeramente con mantequilla o con leche antes de repartir sobre la masa el azúcar moreno junto con la canela. Enrollar, aunque hay que tener cuidado de no apretarlo demasiado para así permitirle leudar de nuevo. Pegar los extremos con huevo batido.
Cortar la masa a intervalos regulares, lo más práctico es hacerlo con la ayuda de un hilo: rodear con él el rollo y estrangularlo. Dejar levar hasta que aumente su volumen.
Hornear en horno previamente precalentado a 200º, unos 20 min, hasta que se dore y, al pinchar, se compruebe que está cocido.
Verter el glaseado por encima mientras el bollo esté aún caliente (la manera más sencilla de prepararlo es derretir chocolate blanco aunque queda mejor si se combina con queso crema. También puede prepararse con 1 paquete de queso crema o 1 yogur griego batido con 150 gr de azúcar glas o, simplemente, diluyendo el azúcar glas en el zumo templado de un limón)
Tomar casi recién hechos (conviene esperar lo suficiente para no abrasarse).
1 comentario:
Vuelvo a retomar tu blog y todo son golosinas. Un día podrías hacer un tea party con tus fieles blogueros y acompañarlo con dulces recetas hachas realidad.
P.D. No te lo tomes a pies juntillas que tú eres capaz...
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