miércoles, 2 de octubre de 2013

Sátira

Podría empezar con el tópico de "¡Cómo han cambiado los tiempos!" pero eso es algo tan evidente que no precisa recalcarse. Más tópico aún es decir que algunas cosas han cambiado y otras siguen como siempre y, al darse de bruces con la realidad de ambos casos, se despierta la mordacidad del observador.

La recepción del hotel es uno de esos lugares en los que uno se da cuenta de que ciertas cosas no cambian. La estupidez ofrece poco margen de evolución. La llegada de nuevos huéspedes es una clara muestra. Si descienden del coche totalmente peripuestos, peinados, recién planchados y ella calzada con unos cómodos tacones de viaje de 10 cm, muy adecuados para los pinares, la piscina y la playa, la cosa promete. Conviene esperar a la inocente pregunta del recepcionista de qué coche tienen. A algunos la boca se les llena con la respuesta de: un Mercedes último modelo (es un ejemplo textual aunque, por supuesto, desconocían la matrícula), o elevan la voz para alardear de su "Audi" (un A2 diminuto, pero Audi al fin y al cabo). Creo que la próxima vez presumiré de que tenemos un modelo vintage de Golf. Preguntan por el gimnasio pero luego se asustan al conocer el número de escalones que salva el desnivel entre el hotel y la playa (la idea les agota de antemano). El recepcionista les tranquiliza: hay una rampa por la que pueden bajar con su flamante Audi hasta la planicie de arena.

La playa permanece inalterable, con su brisa, su arena fina en la que se hunden los pies y la más firme de la orilla, brillante como un espejo, remojada por la lengua de las olas. Al amanecer está casi vacía, si no vacía por completo: pescadores con sus cañas, el dueño de algún perro que trata de evitar que el animal se dé un chapuzón, no le toque ir a rescatarlo, y deportistas vestidos como tales (los exhibicionistas de torso musculado, o de cuerpo entero, se esperan a tener público). También hay quien pasea a esas horas y disfruta del encanto de la soledad al lado del mar. Según el sol se alza aparecen los primeros bañistas y se reúnen bajo una sombrilla. Son un grupo de señoras mayores que me recuerdan a cómo eran, hace años, mi abuela y sus primas. Lo que me sorprende es que en lugar del rosario con el que ellas se entretenían, las abuelas actuales lo que sostienen es las manos es un smartphone en el que teclean a un ritmo frenético. Las oraciones y los clásicos cotilleos se han transformado en whatsapp, dudo que con el Papa (aunque seguro que también tiene una línea de esas y la Curia Vaticana debe de temblar cada vez que la usa).

A última hora del día aparecen los novios de turno con el fotógrafo correspondiente. No sé si es siempre el mismo fotógrafo pero la rutina es similar: poses naturales en los que ella se luce y él alterna la exhibición de su masculinidad de macho alfa con actitudes amaneradas dignas de la mejor diva (posiblemente más del gusto del fotógrafo que de su mujer). Conocemos el final, es siempre el mismo: ella se adentra en el agua hasta empapar completamente su vestido, que termina hecho una pena. El marido carga con su esposa en brazos igual que si rescatase a una sirena de un naufragio. Luego los dos se rebozan a gusto por la arena, a modo de sensuales croquetas. Seguro que los pobres ilusos están convencidos de que sus fotos de boda serán originales, distintas a las del resto de los mortales.

En los restaurantes son las conversaciones ajenas las que dan idea de la calaña de la fauna. La discreción es un rasgo de inteligencia así que el ser capaz de seguir, sin proponérselo, el monólogo del individuo sentado varias mesas más allá es muy indicativo. Es posible darle el beneficio de la duda y, antes de catalogarlo, conviene descartar que alguno de sus compañeros de mesa tenga problemas auditivos. Si el tema se centra en su vida, obra, gracia y milagros, las dudas se disipan. Las muestras de caradura se asocian con frecuencia a estos mismos tipos: regateos abusivos con pescadores inmigrantes que pagan con el dinero "prestado" de uno de sus contertulios para, a posteriori, convencerle de que a pesar del timo, ha hecho un buen negocio (no va a recuperar el préstamo, por lo que no creo que su víctima se conforme con semejante "buen" trato. No discute, no quiere oír más argumentos, al igual que el resto de los comensales está harto del sonido continuo de la voz del otro. Opta por la prudencia y se aleja).

El último ejemplo del día sucede en el aeropuerto. Que se cumplan las normas del equipaje de mano es una utopía: las maletas se ajustan a las medidas pero en los bolsos (de ellas) y en las carteras (de ellos) no sólo cabría la maleta reglamentaria sino que sobraría espacio suficiente para esconder un cadáver. Al abrirse el embarque del vuelo todos muestran una prisa loca por subirse a la nave. Son como animales de presa que aprietan los dientes y acechan al resto. Las miradas se cruzan como dardos y, con el fin de avanzar, está permitido atropellar y avasallar accidentalmente al que se despiste. Los bolsos gigantes actúan de escudo en la contienda. ¡Tantas ganas por acceder al aparato y tras el aterrizaje la lucha pasa a ser un "sálvese quien pueda" por salir de allí cuanto antes! ¿Sería aplicable el dicho de que los primeros en abandonar el barco son las ratas? Eso me recuerda que entre los especímenes del verano nos encontramos a Urdangarín sentado con su madre en un banco del jardín botánico, a orillas del lago Lemán. Eso de que a uno le castiguen con mandarle a vivir a Ginebra es duro. No se puede ser tan estricto.

2 comentarios:

Señora dijo...

Me da la impresión de que las vacaciones han acrecentado tu ojo crítico, mientras dabas descanso al ojo clínico. Claro, eso de pasar tanto tiempo dedicada a menesteres nada menesterosos conduce a la observación de los comportamientos humanos fuera de la rutina del trabajo, lo que da para miles de líneas. Como hay que divertirse, como hay que hacer algo especial, como todo cabe en tiempo de asueto, la gente va a lo nunca visto -igual que en el circo- y en eso se convierte parte del panorama. Claro que según muestras, no sabemos si estamos ante los malabaristas o los payasos.

amigademadre dijo...

Genial Señora... digna madre de tu hija... y que conste que ésta ha escrito hoy insuperablemente bien... Me parecía - por las escenas de equipaje y avión - estar reviviendo lo que me ocurrió anoche al volver de Londres en vuelo de Rayanair... y ¡qué decir de las escenas en las colas y paso por Seguridad!. Seguro que Grumpy tiene material para varias entradas.