martes, 8 de octubre de 2013

La máscara de la luna

Cuando llega la noche y el sol se pone, la luna asoma su rostro entre los pliegues bordados de su quimono. Es una imagen difusa que apenas deja entrever su gesto inmutable, sus ojos profundos y su boca de sueño. ¿Por qué no se muestra con claridad? ¿Son esos sus verdaderos rasgos o lo que enseña es tan sólo una máscara de geisha? ¿Cómo es la luna tras su antifaz? ¿Qué es lo que la obliga a ocultarse?

La culpa es de un hechicero que se enamoró de ella hasta perder la razón. Deseó conquistar su belleza inalcanzable, cortar un mechón de sus cabellos irisados, reflejarse en sus ojos de mar y explorar sus labios. Mas para hacerse con ella, debía robársela al sol.

La luna y el sol se amaban. Nacieron unidos por sus destinos. Juntos aguardaban la llegada de la noche y, escondidos bajo su manto, se abrazaban. El sol la envolvía en destellos de estrella y la luna ardía bajo las llamas. Ninguno intuía que aquel calor también encendía los celos en el corazón del brujo.

Los dos astros vivían subyugados por su romance, ajenos al tiempo que marcaban sus paseos y a la mera existencia del universo. Ignoraban que el mago les perseguía, que les vigilaba día y noche, sin descanso, indiferente al resto, sólo pendiente de ellos. Preso en medio de un delirio, su pasión era su aliento y la fiebre su sostén. Un sonámbulo que jamás duerme sino que sueña despierto que vaga tras ellos, que cruza desiertos y atraviesa cordilleras extraviado en medio de un mundo que no ve. Sus pasos sin rumbo le condujeron hasta un lago, un espejo de agua, de estrellas, de montañas y de cielo. Los amantes se reflejaban en su lecho, inconscientes y abrazados en su sueño.

El hechicero avanza, camina a su encuentro por el agua, deja la orilla a su espalda. Su objetivo permanece frente a él, sin moverse y no obstante, a pesar de su progreso, no recorta la distancia. Se acerca mas no los alcanza. El lago se acaba. ¿En qué momento los ha dejado atrás? Reconoce su brillo en el cielo, oculto tras una nube. Los distingue en el fondo del lago. El mago regresa sobre sus pasos. No intenta llegar hasta ellos sino que con paciencia espera que la sombra de la nube se aparte del sol y cubra tan sólo a su adorada luna.

La nube envuelve la luna y el brujo alza en las manos su vara para lanzar su conjuro. Un rayo de hielo congela el agua, la nube y el astro dormido al fondo del lago. El mago se acerca, se apoya en la esfera adorada y, al fin, la abraza. Su cuerpo se enfría, se funde, se une a la cubierta helada. El sol tirita, el frío de la luna le despierta. La mira y la descubre cubierta de escarcha. Con un cálido beso libera la envoltura que encierra el cuerpo de su amada. El hielo asciende, flota un instante sobre el lago. Desde el cielo, y desde el fondo del agua, los astros contemplan el disco blanco y brillante, una máscara rodeada de oscuridad.

1 comentario:

amigademadre dijo...

Hermoso cuento, como de cristal.
Aprovecho para felicitar a Carmen, mi muy querida alumna: que pases un feliz día con tus hijas y esposo.