¿Cómo saber si lo que escribo le llega a alguien? ¿Cómo conocer los gustos de los lectores? ¿Cómo mejorar mi estilo? La respuesta es única: los comentarios. Para mí son más que un regalo.
Gracias a los que comentáis. Recibir halagos es siempre una satisfacción y confieso que no soy inmune a ellos. Son un incentivo que me estimula a seguir (por favor no dejéis de comentar para hacerme callar). No obstante no todo ha de ser halagüeño. Conocer otras opiniones ofrece nuevas perspectivas y supone, con relativa frecuencia, una fuente de ideas. Señalar los fallos ayuda a corregirlos y a mejorar, además de evitar perpetrarlos y perpetuarlos. La Señora es impagable como revisora de estilo. El catedrático me recrimina mi falta de aspiraciones, me recalca que el blog me resulta cómodo y fácil y que me distrae de cosas más serias. Sé que no le falta razón, aunque también pienso que sobrevalora mi potencial (es el sesgo de padre). No es falsa modestia, soy la primera a la que le gustaría ser tan brillante como él me considera.
Trato de crecer, de superar mis limitaciones, de escuchar más y aprender de aquellos a quienes admiro. Al menos esa es mi intención, aunque no siempre estoy en la disposición ideal para llevarla a cabo. Mi mejor modelo lo tengo en casa. House sí que es brillante. También es crítico y, a pesar de ser el más afectado por mis tardes literarias, se queja poco y es el que más se alegra cuando supero algún desesperante bloqueo.
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