La culpa es de un hechicero que se enamoró de ella hasta perder la razón. Deseó conquistar su belleza inalcanzable, cortar un mechón de sus cabellos irisados, reflejarse en sus ojos de mar y explorar sus labios. Mas para hacerse con ella, debía robársela al sol.
La luna y el sol se amaban. Nacieron unidos por sus destinos. Juntos aguardaban la llegada de la noche y, escondidos bajo su manto, se abrazaban. El sol la envolvía en destellos de estrella y la luna ardía bajo las llamas. Ninguno intuía que aquel calor también encendía los celos en el corazón del brujo.
Los dos astros vivían subyugados por su romance, ajenos al tiempo que marcaban sus paseos y a la mera existencia del universo. Ignoraban que el mago les perseguía, que les vigilaba día y noche, sin descanso, indiferente al resto, sólo pendiente de ellos. Preso en medio de un delirio, su pasión era su aliento y la fiebre su sostén. Un sonámbulo que jamás duerme sino que sueña despierto que vaga tras ellos, que cruza desiertos y atraviesa cordilleras extraviado en medio de un mundo que no ve. Sus pasos sin rumbo le condujeron hasta un lago, un espejo de agua, de estrellas, de montañas y de cielo. Los amantes se reflejaban en su lecho, inconscientes y abrazados en su sueño.
El hechicero avanza, camina a su encuentro por el agua, deja la orilla a su espalda. Su objetivo permanece frente a él, sin moverse y no obstante, a pesar de su progreso, no recorta la distancia. Se acerca mas no los alcanza. El lago se acaba. ¿En qué momento los ha dejado atrás? Reconoce su brillo en el cielo, oculto tras una nube. Los distingue en el fondo del lago. El mago regresa sobre sus pasos. No intenta llegar hasta ellos sino que con paciencia espera que la sombra de la nube se aparte del sol y cubra tan sólo a su adorada luna.
1 comentario:
Hermoso cuento, como de cristal.
Aprovecho para felicitar a Carmen, mi muy querida alumna: que pases un feliz día con tus hijas y esposo.
Publicar un comentario