viernes, 15 de noviembre de 2013

La doma

El lazo se abrió en el aire. Al otro lado del cabo, el jinete hacía girar la cuerda y el círculo se expandía con cada vuelta de muñeca. El silbido del viento al cortarse se oía entre los golpes de los cascos de la manada al galope. Pepe hincó espuelas para recortar distancias. Un impulso final y la soga cayó alrededor de su presa, que continuó la huida. El lazo se deslizó y apretó el nudo sobre su víctima hasta obligarla a detenerse. Pepe desmontó y se acercó. El potro se revolvía, se resistía a su captura, luchaba por escapar. Su agitación terminó de derribarlo. Desde su posición de desventaja, relinchó desafiante.

- ¡Shhh! ¡Calma! Tranquilo, no trates de zafarte, que no te va a servir de nada - le susurró Pepe con la voz monocorde que empleaba con los animales. Mientras tanto, muy despacio, le pasó la mano por las crines. Debía cambiar el lazo por el ronzal para controlarle sin estrangularle. Con cuidado, sin dejar de murmurar en ese tono uniforme, con la precisión de la práctica y la delicadeza de sus movimientos pausados, le ajustó las correas.

Al sentir el roce del cuero al tensarse, el potro sacudió su cuello con rebeldía, ansioso por desembarazarse de la opresión. Se levantó veloz, con los músculos rígidos bajo el pelaje, en un brusco despliegue de fuerza. Pepe se retiró de su lado para dejarle espacio y el caballo se echó hacia atrás con violencia, hasta ponerse de manos. Un tirón seco le devolvió con presteza al suelo. El caballo dudó antes de inclinar la cabeza. Tenía miedo. Su cuerpo se estremecía sin oponer resistencia. Se sabía vencido. 

Poco a poco Pepe se situó junto a él. Le miró a los ojos sin pestañear, sin dejar de susurrar. Su voz hipnótica musitaba un torrente de palabras incomprensibles, un rumor persistente, incesante y sedante. Aquel sonido le traía a la memoria la visión del viento al agitar las hojas secas. El caballo prestó atención al eco que repetía las palabras en el interior de su cabeza. Se adormeció con la cadencia de aquel murmullo y, entonces, comprendió su significado. El hombre le amaba, jamás le haría daño. Seducido por aquel misterioso lenguaje que le cautivaba, que atrapaba su mente, su voluntad y que sin embargo no deseaba dejar de escuchar, le entregó su libertad.

4 comentarios:

Señora dijo...

Muy apropiado. Te ha quedado muy bien. Creo que don Pepote y sus nietecitos- que van a ser los continuadores de la tarea, como se ha visto en otras narraciones- lo van a disfrutar mucho.

Anónimo dijo...

Vaya! que final tan acertado para el tiro y tan emotivo. Le encantará porque es cierto que lo que te cautiva de los animales es ese vínculo mágico que tienen con uno. Es como un nexo que la madre naturaleza te concede a través de ellos y cuando eso te sucede esa uniòn es embriagadora, al menos yo lo siento así. Muchas felicidades tito.
Paloma

José Miguel Díaz dijo...

Ya que cumplir años es también recordar con nostalgia, tal y como explica Elarien en su anterior entrada me gustaría compartir cierta anécdota relacionada con el cuento. Está protagonizada por otro caballo que también nos "entregó" su libertad. Hablo del manso Lucero, querido por todos, pero un poco sinvergüenza.
Sucedió que cuando yo era un mocico, pasaba los sábados de aventuras con mi padre (el "ojomeneado") y disfrutábamos de largos paseos a caballo por el campo. En esas salidas a la naturaleza, había tiempo para la recolección de espárragos, uno de nuestros pasatiempos favoritos. Mientras que explorábamos los pies de las olivas, nuestro Lucer se quedó esperando atado por las riendas a un árbol cercano. Aprovechó nuestro despiste para hacer labores de Houdini, se deshizo de su atadura y salió al galope dejándonos tirados a varios kilómetros de nuestro lugar de salida; la Granja.
Nos tocó darnos un buen paseo a pie o, al menos, así lo sintieron mis pequeñas piernas. Durante el trayecto de vuelta maldecíamos a Lucero pero, en el fondo, yo temía que no hubiera sabido regresar a su hogar. ¡Ignorante de mí! pues sí había sabido deshacerse del nudo, mucho más fácil le resultó volver tranquilamente a casa.
En este caso mi padre no pudo echarle bien el lazo, pero Lucero nos entregó, o mejor dicho, nos "restregó" su libertad.
Feliz cumpleaños Papá.
PD: Corto, bonito y directo al corazón. Enhorabuena Grumpy por tu cuento, sin duda, un gran regalo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Sol por este regalo tan especial.

Como me gustaría tener alguna de las cualidades del protagonista de tu cuento, me conformaré con la coincidencia del nombre.

Los caballos se dejaron domar, se convirtieron en los gregarios del hombre, juntos acortaron el tiempo y rompieron fronteras. Nos ofrecieron su libertad para que la humanidad fuese más libre. Lo que no sé es si hemos sabido entenderlo.

Hoy me ha gustado especialmente tu entrada. Hoy me he hecho un año más mayor.

Muchas gracias a Señora a Pal y a Titón por sus cariñosos y acertados comentarios.

Un beso, JMD