viernes, 29 de noviembre de 2013

La expedición del polvorón

Hace muchos años, cuando vivíamos entre el lujo del Barrio de Salamanca, también en un piso sin lámparas, nos aficionamos a lo bueno, cosa que no nos costó ningún esfuerzo. Entonces las tiendas gourmet se llamaban mantequerías y cerca de casa teníamos una. Al acercarme por allí en época de navidad me llamaron la atención unos polvorones. Era difícil que pasasen desapercibidos, de entrada el precio había que mirarlo dos veces para cerciorarse de que no se trataba de un error de percepción. La caja estaba decorada con todo tipo de medallas. Hasta entonces no sabía que los polvorones entrasen en ninguna competición, pero estos no sólo participaban sino que barrían a sus adversarios. Soy golosa y caprichosa así que no me resistí y me llevé una muestra. Al día siguiente volví a por más, muchos más. Cuando cerraron la tienda los busqué por todo el barrio hasta dar con ellos. Con el boom inmobiliario mi proveedor se mudó a Alcobendas pero por teléfono les encargaba cajas de 5 kg que me servían a domicilio. No, no me comía yo sola los 5 kilos, nunca faltaban voluntarios con los que compartirlos.

Nos mudamos y ahora los famosos polvorones son una excusa perfecta para hacer una expedición al antiguo barrio (donde los volví a encontrar). No soy la única adicta, según terminan las vacaciones de verano empiezan las indirectas, y las directas. Por ellos me enfrento al tráfico a la hora maldita de la salida escolar. No tengo claro que es peor, si los autocares o las madres. Los conductores más agresivos se crispan ante la doble y triple fila y hay estar al quite y no distraerse. Ni se me ocurre buscar un hueco en la calle, a precio de zona verde no merece la pena. Se agradece la lucecita verde que me indica la única plaza libre de todo el parking.

En el escaparate de las Mantequerías Bravo veo dos bolsitas con la etiqueta de Felipe II. ¡Ya han llegado! Al parecer he cantado victoria antes de tiempo. Habían llegado pero se han agotado, hay muchos buitres en esta ciudad. Esperan una nueva remesa para el día siguiente. Afortunadamente no tengo que hacer otro viaje, se ofrecen a llevármelos a casa.

Regreso al parking. No encuentro el ticket por ninguna parte. No me agobio, ¿para qué? no arreglaría nada y sólo pasaría un mal rato. Me convenzo de me lo he dejado en el coche y voy a buscarlo. Casi acierto. El ticket está ahí, tirado junto a la puerta, se ha debido de caer al salir y ha esperado sin moverse a que volviese a por él. Lo recojo y voy a la caja, la máquina está ocupada, considero que por un rato. Mejor, así puedo contarle a alguien lo que me ha pasado. Me atiende un chaval muy simpático. Sonrío de regreso a mi coche y unos señores me llaman guapa. Cuando llego a casa me encuentro sobre la mesa mi último pedido de libros. Si hago recuento la tarde ha resultado ser de lo más provechosa: mantecados, piropos y libros. No está nada mal.

1 comentario:

Elvis dijo...

La semana que viene llevamos a un grupo de prensa gastronómica a Madrid y van a las Mantequerías Bravo. Le diré a Elvira que compre unos cuantos polvorones de esos.....