lunes, 4 de noviembre de 2013

Sin estilo adolescente

Llega la pubertad, aparecen cambios, muchos cambios, demasiados, y hay que adaptarse forzosamente a ellos. De repente, junto con el tamaño, aumentan las expectativas del resto sobre uno que pasa a adquirir toda una serie de nuevas responsabilidades. Hay tareas que se convierten en una obligación, aunque no siempre se le informe al afectado de ello, se espera que lo adivine por clarividencia. Al mismo tiempo los fallos adquieren mayor repercusión. ¿A quién le apetece eso? A mí no.  Sin embargo sirve de nada resistirse a crecer, no al mero hecho de estirarse sino al de hacerse adulto y lo que esto implica. Se alberga la vana ilusión de que los demás no lo noten. Las evidencias físicas del cambio se esconden, el que los demás se den cuenta, y lo mencionen, provoca vergüenza.

Las madres no están dispuestas a colaborar. Suelen mostrar una prisa excesiva por comprar el primer sujetador. Un día aparecen, felices y orgullosas, con esa prenda en la mano: una suerte de minicamiseta con unas copas ridículas. Para colmo de desgracias luego presumen sin recato de su hazaña ante casi cualquiera (en esos momentos mi mayor deseo era que me tragase la tierra). Insisten en su uso. Hay que hacerse a la idea de incluir el dichoso sostén entre la ropa interior habitual (a pesar de que en los 60 intentaron quemarlos como símbolo de liberación de la mujer. Me imagino el trauma infantil que sufrieron esas pobre jóvenes a manos de sus madres). En general ese primer modelo se vuelve inservible en pocas semanas, incapaz de contener la creciente exuberancia (aunque es posible que el mío aún me valga).

El modo de vestir también cambia. La ropa más infantil ha de abandonarse definitivamente. Insistir en su uso no hace retroceder el reloj, no provoca el efecto de baby-doll ni da la sensualidad de una Lolita, lo que simplemente sucede es que convierte al desgarbado polluelo en un hazmerreír. La opción es pasarse a un estilo neutro,asexuado, informal, sin edad, basado en los vaqueros y la ropa deportiva. Una de sus ventajas es su comodidad. Está llena de prácticos bolsillos por los que repartir las cuatro cosas que se llevan encima: dinero (ese bolsillo suele permanecer vacío), documentación (otro que tal baila) y, sinceramente, no se me ocurre nada más. Mucha gente incluiría las llaves pero ese tema lo comenté en otro post.

Es una ropa perfecta para el día a día, pero no tanto cuando se trata de asistir a cualquier evento. Aquí vuelven las discrepancias madre-hija: la idea materna de algo juvenil, pero con lustre, no coincide, ni remotamente, con la de la desdichada que se ve obligada a lucirlo. A las pruebas me remito, las fotos dan fe no de la elegancia sino de lo imposible del conjunto: los salones sin tacón, las faldas de fiesta cortas, con terciopelo, satén y volantes, las blusas con baberos adornados. No se queda ahí la cosa sino que para más inri hay que sumarle las caretas de los primeros experimentos de maquillaje. No es de extrañar que entren ganas de quemarlas para evitar que pasen a la posteridad. Años después, al revisarlas, no nos invade la nostalgia sino el arrepentimiento por no haber actuado antes. El impulso destructor perdura e incluso gana fuerza.

5 comentarios:

Comas dijo...

jejejeje, A ver quien se anima ahora a narrar la versión masculina.... Cuando tu compañera de clase es una "Lolita" estupenda y tu encandilado por esos atributos mencionados en el "post", sigues siendo un tenor con voz blanca, pelusillas "inafeitables" y gallos que alteran la voz en los momentos menos deseables...

Señora dijo...

Y ahora el punto de vista materno. La mayor de las hijas resistiéndose heroicamente a crecer, medio encogida, disconforme con todo lo que suponga un mínimo cambio de aspecto. Y por otro lado la segunda de las hijas, quien con año y medio menos, se arrogaba todas las transformaciones de las amigas de su entorno, loca por pintarse, por ponerse cualquier cosa que la hiciera parecer casi en las puertas de la mayoría de edad. A ver cómo se puede combinar eso. Menudos añitos.....

Elvis dijo...

jajajajaja! ¿Y cuándo te estabas probando algo y te abrían el vestuario de para en par a ver qué tal? Y tú a medias luchando por un poco de intimidad.

No recuerdo el maquillaje ni la ropa como un problema de pubertad. La verdad es que con hermanas mayores todo eso cambia, sobre todo cuando hermanísima te decía rápidamente si estabas o no horrible y qué hacer para arreglarlo. Los fines de semana castigada también dejaban tiempo para practicar maquillajes de revista. Eso sí, había que buscar otros puntos de rebeldía, no podía ser tan sencillo.

Carmen dijo...

Yo recuerdo lo del sujetador como algo estupendo, lo de la ropa ya sabéis que me encantaba. Los 80 me permitieron llevar cardados, rizos y laca a montón. El maquillaje era espantoso pero había que seguir la moda sí o sí. Es verdad, lo que para mi resultó una bendición para mi hermana fue una tortura. Lo recuerdo con cariño. Luego me tocó disfrutar y padecer la adolescencia de hermanita y su gusto por el negro y ahora también disfruto y padezco el pavo de mis hijas ¡Depende del día!

Anónimo dijo...

Qué bueno! Qué tiempos! Qué alegría acordarse de esos tiempos ahora tan añorados. Leo con una sonrisa en la cara porque todos los comentarios me atañen.
Además adoro leer las entradas y los comentarios en especial de Carmen Elvis o Señora poque parece que todo sigue lo mismo, cada una en su casa de Madrid y cuando nos juntemos un domingo iremos todas.. jjjjj