El post de hoy es precioso y me lo ha enviado hermanísima, por lo que tiene un gran valor para mí. Doy fe de que su modo de ser obra milagros.
Siempre se me ha acusado de involucrarme totalmente en mi trabajo, involucrarme de forma que a veces afecta mi salud pero la verdad es que es una pena pero mi gran limitación es que no sé hacerlo de otra manera. No aprendo, en vez de clases tengo sectas y mis alumnos son como hijos: yo puedo decir lo que quiera de ellos pero que nadie me los toque que me pongo loca.
Me resulta casi imposible no querer a mis chicos, es cierto que quiero a unos más que a otros o de distinta manera y también es cierto que en algunos momentos me creo capaz de cambiar el mundo aunque, cuando aterrizo en la realidad de mi casa, reconozco que sólo influiré en él durante un brevísimo periodo de tiempo y que muchos de mis alumnos no recordarán mi nombre en unos años, pero la verdad es que me da igual. Lo que quiero es el aquí y el ahora. Los niños no piensan en el futuro, necesitan a alguien que les haga el presente más llevadero, menos duro.
El primer mes en el que aterricé en EEUU y en el instituto en el que estoy ahora, no pensé que lo pudiera soportar; me encontré con niños realmente malos, producto de unas condiciones muy duras y de un sistema que suelta la pasta y se lava las manos como Pilatos. Hijos de familias desectructuradas, con pésimos ejemplos de vida, falta de cariño, abusos, falta de alimento y lo que es peor: la falta de alguien que se preocupe por ellos, que les tienda la mano.
A las 7:20 de la mañana llego a Legacy todos los días. Cristiana (una negra de 12 años, 1.70, hermano asesinado de un tiro en la cabeza, padre desaparecido, madre embarazada otra vez...) está esperándome en la puerta de mi clase como todos los días. Con su acento sureño de clase baja me pregunta:
-¿Dónde estuvo ayer Mis?
- Tenía un curso cariño ¿Qué tal te portaste?
- Mal (siempre que falto se porta mal). La sustituta era malísima Mis (y siempre dice lo mismo) ¿Me da un abrazo Mis?
- Pues claro, son gratis y me encanta darte abrazos, eres tan grande que me siento protegida.
- Ya sabe que soy su guardaespaldas Mis, como algún niño la moleste lo mato.
Esta conversación igual suena a ciencia ficción pero se repite casi a diario. Cristiana entra en mi clase, me pregunta si necesito ayuda, se sienta o se pone a pasear, a veces me cuenta cosas que preferiría no saber porque son tan horribles que no entran en mi esquema vital. Van entrando otros alumnos que vienen a saludarme y a preguntarme si necesito un abrazo. Siempre les digo que sí. Ellos lo necesitan pero a mí también me viene bien. Vienen chicos y chicas, me dan un abrazo y se van. Otros me preguntan si les puedo dar un beso de España (aquí no dan besos así les paguen), también quieren saber lo qué vamos a hacer, si vamos a ver un vídeo, si hay experimento, si el profesor Geovani (mi compañero de centroamérica) va a estar con nosotros, si voy a sentarles en grupo, si hay juego y un largo etc.
Al principio nadie venía a mi clase, era la rara, siempre estaba sola. Ahora he comprendido que los niños no creían en mi, yo era todo lo que el sistema ha matado: cariñosa, diferente, confiada, loca, creativa, les hacía muchas preguntas y no me sentaba, ponía vídeos y mis notas solían ser buenas. Creo que esperaban alguna trampa. Cuando fue llegando Navidad empecé a notar el cambio ¿os acordáis de esos perrillos maltratados que se acercan poco a poco a comer a la mano del nuevo dueño que los acoge? Pues así me he ido sintiendo.
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Esto no quiere decir que no haya días malos, las condiciones son muy duras, hay muchos niños en cada clase y los niños están nueve horas en el instituto sin un solo recreo. El entorno es hostil y aquí la colaboración de familia y sociedad es nula. No hay servicios sociales, ni orientador, ni psicólogo ni nada de nada. Hay policía y una sala de castigos acolchada y otra sin acolchar. Yo prefiero seguir siendo bastante panoli y achuchar a mis alumnos lo que pueda, ya he visto que los otros métodos son más ineficaces que los míos porque los que van a la sala de castigo vuelven en menos de una semana y las consecuencias seguro que son peores que las de un abrazo.
Por cierto, todas mis clases han vuelto a tener por segunda vez las notas más altas del distrito ¡Es el poder del cariño!