Deja la mente en blanco... ¿Blanco? No es tan simple, veo toda una gama. El blanco es silencio, es soledad, es miedo y es calma, pero... ¿le pertenece a la mente?
Pienso en el blanco evanescente de la niebla y me pierdo en un mundo sin referencias. Alargo mis brazos y las puntas de mis dedos se estiran para tocar el vacío de una blancura ligera, que me envuelve sin rozarme, con un aire que no pesa. Siento mi cuerpo, lo palpo para saber dónde acaba. Mis ojos me engañan, si me guío por ellos una parte de mí desaparece al alejarse. ¿Es a ese blanco que se desvanece al que te refieres?
Imagino el blanco translucido del hielo, ese cristal duro sobre el que resbalo y tirito de frío, Es un frío que me quema la piel al apoyarme sobre él. Sé que debajo está el lago, noto la humedad que emana en suspiros de vaho y la vibración de la corriente que tiembla bajo la corteza helada. Oigo sus crujidos sumergidos, el retumbar del trueno que se acerca y desboca mis latidos. Quiero huir pero no puedo, apenas siento nada en mis miembros entumecidos.
Con esfuerzo cambio al blanco algodonoso de las nubes, las que se engarzan como un anillo en las cumbres de las montañas e invitan a volar para posarse en el interior mullido de su colchón. Apenas se distinguen de la nieve de las laderas que refulge en los picos con destellos de sol. La luz me deslumbra, me ciega con su resplandor. Espero a que pase el día, hasta que el sol se cubra de espuma y surja el blanco de la luna. Me fijo en su rostro de nácar colgado en la oscuridad, los matices de sus sombras y el halo que la ilumina.
Cierro los ojos con sueño y mi mundo ya no es blanco, es oscuro aunque mi mente lo aclare y lo transforme en gris, un gris plateado y mate, apagado al igual que la luz tras los ojos cerrados. Quizá te refieres a ese blanco.
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