jueves, 23 de agosto de 2012

Disfraces

¡Hasta el mismo Zeús se disfrazaba y adoptaba diferentes formas con las que engañar y seducir hermosas doncellas! ¿Qué era el caballo de Troya sino un disfraz con el que infitrarse tras las líneas enemigas? Si la Grecia clásica creo un mito al respecto de este tema, esta claro que sus orígenes se remontan incluso más allá de este periodo.

Los datos históricos carecen de importancia cuando eres un crío y buscas un disfraz. Para lo único que se tienen en cuenta es para adoptar la vestimenta correspondiente a la época. Una túnica griega o un toga romana son recursos de lo más socorrido: una sábana blanca con unas cintas con las que ceñir la tela al cuerpo y listo, no se precisa nada más. Si se es afortunado y se cuenta con un bonito disfraz, preferiblemente de protagonista de cuento de hadas, cuanto más pequeño se sea, más ganas darán de lucirlo a todas horas y en cualquier lugar.

El primer disfraz que recuerdo fue uno de Caperucita que, al igual que al personaje del cuento, también me había hecho mi abuelita. Era una capa de vuelo roja, con capucha, atada al cuello con un lazo de raso de seda, muy suave, color carmín. Me encantaba aquella caperuza y supongo que es por su culpa por lo que siento debilidad por las cosas con capucha. Además llevaba una faldita corta, azul celeste, con rayitas verticales, enaguas con puntillas y un diminuto delantal, ambos blancos. A mi hermanísima le tejió, para ir a juego, un jersey de "loba", marrón chocolate con un gorro con orejas (el morro que le faltaba se lo ponía la chiquilla).

En Linares, con mayoría aplastante de féminas, el tema de los disfraces estaba a la orden del día. En invierno revolvíamos todos los armarios, arcones y cajones de la granja, a la busca y captura de prendas anticuadas y olvidadas con las que cambiar nuestra imagen. En el proceso aparecían también fotos y viejas cartas que cotilleábamos sin ningún tipo de respeto por la intimidad de sus dueños (en realidad no eramos conscientes de que estuviésemos infringiendo ninguna regla). En una de esas cacerías de tesoros descubrimos un romántico telegrama de el Gris a Lucky, que nos entusiasmó a todas.

En verano, con el calor, lo ideal era pasar el día en remojo y en bañador. Bastaban unas toallas enrolladas para transformar el ambiente en el de un harén y sentirnos como María Montes en Sherezade. Cuando en Agosto llegaba la feria, todas las primas ansiábamos vestirnos de "gitanas". Ante la negativa de los mayores de comprarnos el vestido en cuestión, logramos nuestro propósito gracias a un baúl que encontramos en el cuarto de los juguetes (un viejo granero también conocido por los mayores como cuarto de las ratas). En su interior hallamos los viejos trajes de sevillanas de nuestras madres y, sin ningún miramiento por su pasado, nos hicimos con ellos. Hay que admitir que éramos unas gitanas de la variante zarrapastrosa. Los vestidos estaban llenos de mugre pero, total, para revolcarse con ellos por los viejos gallineros y subir a los tejados, su estado no era una cuestión relevante. Al igual que las sábanas de los romanos se precisaban cintas para ajustarlos al cuerpo. Mi madre y mis tías habían llevado esos vestidos en su adolescencia mientras que nosotras no teníamos más allá de 7 u 8 años de edad. Aún así, nos veíamos muy favorecidas con aquellos aplastados volantes de lunares que arrastrábamos a nuestra espalda como una bata de cola. Estábamos tan orgullosas de nuestros harapos que pretendíamos lucirlos en la Feria. Por desgracia nuestros mayores se negaron a ello, sin peros ni discusión posible (en esa época, las decisiones de los adultos eran así).

¡No sólo las primas nos disfrazábamos en la granja! A veces los mayores también nos sorprendían (de algún lado debíamos de haber heredado aquella inclinación). Recuerdo unas navidades en las que fueron ellos los que nos dieron el espectáculo a los pequeños. No se me olvidará la imagen del Catedrático con un sostén de mi abuela relleno de "vaya Ud. a saber qué", un jersey rojo ceñido, una falda negra de tubo, medias de rejilla y un pelucón cardado de mi abuela. Se puede afirmar que, salvo por el bigote, estaba arrebatador. Si Billy Wilder le hubiese visto entonces, seguro que le habría ofrecido el papel protagonista de "Con faldas y a lo loco", aunque también podría haber encajado en una, no muy dulce, "Irma".

Además de mi primera caperuza, y de aquellos mugrientos trajes, tuve otro par de disfraces. Mi favorito era el de ninfa. Me lo regalaron con 6 años y que me lo puse (sin cremallera, afortunadamente estaba en la espalda y el vestido era corto, vaporoso y ¡rosa!) hasta los 13 ó 14 años. A esa edad desapareció misteriosamente y lo tuve que sustituir por los tules de la falda de ballet. Esta prenda tampoco era auténtica sino que, en su remoto origen, había sido un velo de novia que encontré, tristemente abandonado, en un arcón de maravillas de la Granja y que reciclé, cosiéndole una goma en la cintura, para mis propósitos. Otrora, había pertenecido a mi tía Merche.

"Masked Beauty" John Harrison Witt
Con la edad he perdido el valor necesario para disfrazarme. Que no los lleve no quiere decir que me hayan dejado de parecer bonitos. De hecho, fue su recuerdo lo que me hizo regalarle a mis sobrinas los vestidos de Bella y Blancanieves. Aquellos trajes fueron un gran éxito: la primera noche las crías durmieron con ellos puestos y, a la mañana siguiente, hermanísima se las vio y se las deseó para conseguir quitárselos y evitar que fuesen al colegio ataviadas de esa guisa. A pesar de su encanto, el sentido del ridículo no me permite asomar la nariz a la calle con uno de ellos puesto (sí a hermanísima que, con la excusa de su labor de maestra, se planta en Halloween y Carnaval lo que le viene en gana). Eso sí, las pinturas de guerra forman parte indisoluble del ritual diario, aunque los trajes de princesa se limitan exclusivamente a las bodas.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Es verdad. Me encantan los disfraces y el mundo de fantasía al que te permiten evadirte. Todos los años creo disfraces para mis hijas, para mis sobrinos, para el grupo de teatro que dirijo, para mí y para lo que surja. Lo disfruto a tope.

Emerencia dijo...

Hola Sol, gracias, acabo leer esta publicación me ha encantado, como siempre tienes esa sensibilidad describiendo situaciones y matizando detalles. Es un gusto leerte amiga. Los otras publicaciones me las reservo y las tengo presentes. Hoy se me acaba el día. Tengo que preparar mi estimado colon para ser explorado, no estaría mal vestirlo de fiesta con traje y pajarita para los mirones de tubo largo. Jaja Un beso