miércoles, 22 de agosto de 2012

Dr. Herodes

"Before the shot" de Norman Rockwell
Hay ocasiones en las que algún paciente adulto entra en la consulta convencido de que está mal citado, tras fijarse en la cantidad de críos que llenan la sala de espera. No hay ningún error, los niños son el pan nuestro de cada día. Pese a su reducido tamaño, son capaces de soliviantar el ánimo tanto del resto de los pacientes como del médico que tiene que explorarles. Claro que, el ver a un bebé entrar por la puerta no significa necesariamente ponerse a temblar. Aunque parezca increíble, también hay criaturas que demuestran un sentido común extraordinario. Recuerdo uno en concreto que me impactó. Era la primera vez que le veía. El chiquillo contaba entonces con dos años y medio de edad. Después de historiarle y explorarle, con gran colaboración por su parte, le explique a la madre que estaba indicado operarle. El niño, muy formal en todo momento, decidió que se aburría con nuestra charla y se levantó pero, en vez de ponerse a trastear por la consulta, como es habitual, nos dijo muy serio: "cómo vosotras todavía tenéis cosas que hablar, me voy a esperar fuera, con el abuelo".  El día de la cirugía entró en quirófano sin rechistar. No sólo eso sino que, encima, consoló a su madre y, en las sucesivas revisiones, se comportó mejor que muchos adultos.

"Sunday" de Ray Caesar
Por supuesto la otra cara de la moneda es la de la madre condescendiente que, tras un intenso diálogo con su nada cooperante hija de 8 años, decide que, dado que la lumbrera de su niña no quiere tomarse el tratamiento, no va a dárselo. Supongo que, por la misma regla de tres, tendrá que acordar diariamente el menú y el vestuario con su pequeño monstruo. Como se dice: en el castigo llevan la penitencia, y serán ellas las que tengan que aguantarse mutuamente durante el resto de sus vidas. Eso sí, espero que mantengan sus teorías y su estupidez bien lejos de mi consulta porque, lógicamente, ante semejante actitud, le doy el alta. No le veo el sentido a que agoten mi paciencia y ocupen el tiempo de cita de otro paciente que sí que esté dispuesto a cumplir las recomendaciones terapéuticas.

Si bien es cierto que algunos de ellos son pequeños monstruos, por lo general, la culpa de su insoportable comportamiento la tienen sus padres. Cuando el progenitor, ante un enano berreante que se cierra en banda, cocea como un poseso y escupe espuma por la boca, te pide que "dialogues" con él, lo único que consigue es reforzar tus ganas de inmovilizar a la fiera con una llave de karate. Una vez se halle el energúmeno fuera de combate, nada me gustaría más que explicar al diplomático padre, al que evidentemente su razonamiento le funciona maravillosamente para controlar a su hijo, que la filosofía de ese arte marcial se acerca más a mi línea de pensamiento que la estupidez que proponía. Eso, o la idea de sugerirle que se someta a un transplante de cerebro porque, como dice House, no llegó al reparto en su momento y rellenaron el hueco con algo de serrín o, si tuvo suerte, puede que le tocase un trozo de hígado. Por desgracia la inteligencia es hereditaria y su verraco seguirá sus pasos, a la que habrá que añadir la excelente educación y los impecables modales que, seguro, aprenderá de su ejemplar predecesor.

Hay otras ocasiones en las que una no sabe dónde meterse. El asombro de ver mamar, en directo y en la consulta, a una criaturita salvaje de casi tres años, para calmar con ese método a la desconsolada fiera, que casi había conseguido morderme con todos sus dientes al explorarle, casi provocó que se me saliesen los ojos de las órbitas (lo que evité no apartando la mirada del ordenador). Y no, la madre no pertenecía a ningún tipo de tribu ajena a las reglas de la sociedad convencional, aunque francamente opino que había llevado las obligaciones de la lactancia natural hasta el último extremo. Evidentemente, no por ello había conseguido mejorar ni la inmunidad ni el comportamiento de su retoño, aunque su retraso madurativo se explicaba fácilmente según la cronología del desarrollo por la que se guiaban sus progenitores.
"Hansel y Gretel" Kay Nielsen


Al enfrentarme a ejemplos como estos últimos, por desgracia no son los únicos e incluso los hay peores, no puedo evitar preguntarme si alguien conocerá la ubicación de una casita de caramelo donde enviar a estos seres para alegrarle la vida, y el estómago, a la bruja que la habite. En ese caso le rogaría que me dejase los datos en los comentarios. Gracias.

1 comentario:

Miguel Angel dijo...

Desde hace ya unos años venimos observando este proceso en los niños: una falta absoluta de control, de disciplina, de educación y de respeto, explicadas porque la conducta de sus padres es exactamente la misma. Poco o nada podemos esperar de estas dos generaciones, lo que justifica que más que preocuparnos por el mundo que dejaremos a nuestros hijos debamos hacerlo por los hijos que dejaremos a este pobre mundo.

Antes había un factor compensador: las abuelas, que con su sentido común ponían en su sitio a hijos y nietos. Por desgracia, ahora contamos con abuelos cautivos, que se encargan de cuidar a los niños porque los padres están trabajando y que no pueden disfrutar del merecido descanso ni de las vacaciones cuando ellos quieren. Si al volver a casa la inepta madre encuentra a su hijo feliz pero con unas décimas, abronca a la abuela y se lleva al tierno verraco a Urgencias; por supuesto, la próxima vez será la aterrada abuela quien le traiga en cuanto se haga un rasguño.

Mal arreglo tiene esto: harían falta sensatez y autoridad.